Un paso adelante en la construcción de nuevos lenguajes de evangelización

Mientras los corazones palpitaban por la selección Colombia y su paso a octavos, después de eliminar en vibrante partido a Senegal, el pasado 28 de Junio el Padre Jean Michel Amouriaux, Superior General de la Congregación de Jesús y María –Padres Eudistas- visitaba el Centro de Formación para la Nueva Evangelización y Catequesis – CEFNEC, para compartir con los integrantes del centro experiencias tan emocionantes y vivificantes como es anunciar el Evangelio desde las realidades culturales de los agentes de evangelización.

La presencia del Padre Jean Michel en el CEFNEC fue de gran importancia, porque es uno de los cuatro socios junto al Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, la Organización Minuto de Dios y UNIMINUTO, quien pudo conocer de primera mano, los proyectos que se vienen adelantando con varias Iglesias Particulares del Continente, además de las acciones conjuntas que se realizan con las distintas instancias de UNIMINUTO, y las perspectivas que se abren con las parroquias de la Provincia Eudista del Minuto de Dios.

Al igual que el jugador que se eleva más alto que los demás para marcar el gol, el CEFNEC, quiere desde sus propuestas académicas y su observatorio, tener una mirada más amplia y mayor, con el respaldo del Padre Jean Michel, para que juntos puedan construir nuevos lenguajes y métodos al servicio de la Iglesia y los Padres Eudistas con entusiasmo e intrepidez.

TRIDUO “CAMINO DE PENTECOSTÉS”

El Triduo “Camino de Pentecostés”, es una actividad de preparación a la fiesta del Espíritu Santo desde el sentido de la Nueva Evangelización que produce y realiza el Centro de Formación para la Nueva Evangelización y Catequesis, CEFNEC, en colaboración con la Vicerrectoría General de Pastoral de UNIMINUTO en este 2018. En este primer día, el Padre Diego Jaramillo Cuartas, Presidente de la Organización Minuto de Dios (OMD), nos habla sobre las cuatro características de “Pentecostés” desde la Nueva Evangelización: cultura, espiritualidad, clima e idioma en relación al pensamiento del Papa Juan Pablo II. Igualmente, se invita a interiorizar esta preparación con una oración y con unas preguntas que hacen efectiva la realización de este camino. Los invitamos a que, siendo dóciles a la fuerza del Espíritu Santo, recibamos la gracia y la fuerza para responder a los retos evangelizadores que experimenta la Iglesia en los tiempos contemporáneos.

A continuación encontrará unas imágenes, las cuales al hacer click en cada una, llevan al video correspondiente del día de Pentecostés de este Triduo.

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El Papa publica «Veritatis Gaudium»

 

El Papa publica «Veritatis Gaudium» para la reforma de universidades y facultades eclesiásticas

 Imagen Papa

El Papa Francisco busca la reforma de las universidades y facultades eclesiásticas mediante una nueva Constitución Apostólica, titulada «Veritatis Gaudium», que se presentó este lunes 29 de enero en el Vaticano.

La Constitución se divide en dos partes: una primera que recoge normas comunes, y una segunda en la que se establecen normas aplicativas para la correcta ejecución de lo establecido en este nuevo documento.
Firmado el 8 de diciembre de 2017 y publicada hoy, el documento cuyo nombre en latín significa «La alegría de la verdad», está orientado para el servicio de las universidades y facultades eclesiásticas que, a diferencia de las universidades católicas regulares, ofrecen grados aprobados por el Vaticano para enseñar en seminarios o en universidades pontificias.
El documento abroga cualquier norma contraria establecida por San Juan Pablo II en la Constitución Apostólica «Sapientia Christiana» de 1979, emitida después de un atento estudio del decreto del Concilio Vaticano II «Optatam Totius» sobre los estudios eclesiásticos.
Es necesario precisar que la nueva Constitución «Veritatis Gaudium» no afecta la Constitución Apostólica «Ex corde Ecclesiae» de 1990, también de San Juan Pablo II, que rige a las universidades católicas en todo el mundo y no a los centros eclesiásticos.

El Papa Francisco explica que «hoy es urgente y necesaria una oportuna revisión y actualización de dicha Constitución Apostólica (Sapientia Christiana) en fidelidad al espíritu y a las directrices del Vaticano II».

«Aunque sigue siendo plenamente válida en su visión profética y en sus lúcidas indicaciones, se ha visto necesario incorporar en ella las disposiciones normativas emanadas posteriormente, teniendo en cuenta, al mismo tiempo, el desarrollo de los estudios académicos de estos últimos decenios, y también el nuevo contexto socio-cultural a escala global, así como todo lo recomendado a nivel internacional en cuanto a la aplicación de las distintas iniciativas a las que la Santa Sede se ha adherido».
Con esta Constitución se pretende poner a las Universidades y Facultades de estudios eclesiásticos al servicio de una Iglesia misionera en salida.

Principales novedades
De esta manera, el Papa Francisco renueva el compromiso de la Iglesia con los estudios eclesiásticos mediante esta Constitución en la que, como señaló Mons. Angelo Vincenzo Zani, Secretario de la Congregación para la Educación Católica, «además de confirmar las disposiciones normativas precedentes, establece varias novedades de diferente naturaleza. Algunas afectan a los cursos de estudio y a los títulos, otros a las figuras de los docentes y de quienes desempeñan cargos de responsabilidad, y otros a aspectos institucionales».
La principal novedad del documento afecta a las características y objetivos del AVEPRO, la Agencia para la Evaluación y la Promoción de la Calidad, creada en septiembre de 2007 por el Papa Benedicto XVI y que ahora figura insertada en las nuevas normas.
Al respecto, en el Artículo 1 de las Normas Aplicativas para la Ejecución de la Constitución dice: «Las Universidades y Facultades eclesiásticas, además de las otras instituciones de educación superior, están por norma sujetas a la evaluación de la Agencia de la Santa Sede para la Evaluación y la Promoción de la Calidad de las Universidades y Facultades eclesiásticas (AVEPRO)».
Según indicó Mons. Zani, «esta novedad se debe al hecho de que la Santa Sede se haya adherido a las convenciones y acuerdos internacionales en virtud de los cuales el sistema de los estudios eclesiásticos puede entrar en diálogo con la cultura académica en general. Así, puede garantizar, tanto al interior como, principalmente, al exterior del propio sistema de estudios, la calidad de la oferta formativa, como se está haciendo hoy en todos los países del mundo».
Esta Agencia «debe ser siempre una entidad autónoma con respecto al Ministerio, en el caso de la Santa Sede, la Congregación para la Educación Católica».
En el Artículo 8 de las Normas Comunes establecidas en el documento se señala que las universidades no eclesiásticas aprobadas por la Santa Sede deberán regirse en función por lo dictado en el presente texto jurídico.
Se especifica que «las Facultades eclesiásticas erigidas o aprobadas por la Santa Sede dentro de Universidades no eclesiásticas, que confieren grados académicos tanto canónicos como civiles, deben observar las prescripciones de esta Constitución, respetando los acuerdos bilaterales y multilaterales que hayan sido estipulados por la Santa Sede con las distintas Naciones o con las mismas Universidades.».
Otro de los puntos novedosos de esta nueva Constitución afecta a la educación a distancia, un servicio «cada vez más demandado». «La revolución informática y telemática se ha introducido ampliamente en los sistemas de estudios académicos, abriendo escenarios hasta hace poco impensables», explicó Mons. Zani.
En el Artículo 33 de las Normas Aplicativas de la Constitución se puede leer: «Una parte de los cursos pueden impartirse en la modalidad de educación a distancia si el ordenamiento de los estudios, aprobado por la Congregación para la Educación Católica, lo establece y determina las condiciones».
Mons. Zani indicó que «el Dicasterio, a partir de este artículo, iniciará de forma inmediata la preparación de una instrucción que contenga los criterios aplicables para la enseñanza a distancia, para que se sustente en un espíritu de colaboración entre instituciones y no de competencia».
Por otro lado, se ha introducido otro artículo, el 32 de las Normas Comunes establecidas en el documento, «que afecta a la misión de los Institutos de estudios superiores a la hora de afrontar el creciente fenómeno de los refugiados y solicitantes de asilo».
Según este artículo, la Facultad debe determinar «en sus estatutos los procedimientos para evaluar las modalidades de tratamiento en el caso de refugiados, prófugos o personas en situaciones análogas desprovistos de la regular documentación exigida».

Criterios fundamentales
Según aclara el Papa Francisco en el Proemio de la Constitución, se proponen cuatro criterios fundamentales en los que se deben sustentar la renovación y el relanzamiento de los estudios eclesiásticos a partir de las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
El primero de estos criterios es «la contemplación y la introducción espiritual, intelectual y existencial en el corazón del kerygma, es decir, la siempre nueva y fascinante buena noticia del Evangelio de Jesús (…) en la vida de la Iglesia y de la humanidad».
Un segundo criterio sería «el diálogo a todos los niveles, no como una mera actitud táctica, sino como una exigencia intrínseca para experimentar comunitariamente la alegría de la Verdad y para profundizar su significado y sus implicaciones prácticas».
El tercer criterio apuntado por el Santo Padre es «la inter y la transdisciplinariedad ejercidas con sabiduría y creatividad a la luz de la Revelación».
Finalmente, el cuarto criterio «se refiere a la necesidad urgente de «crear redes» entre las distintas instituciones que, en cualquier parte del mundo, cultiven y promuevan los estudios eclesiásticos, y activar con decisión las oportunas sinergias también con las instituciones académicas de los distintos países y con las que se inspiran en las diferentes tradiciones culturales y religiosas».

Autor: Redacción InfoCatólica / ACI Prensa
Fecha: 29 de enero de 2018
En: InfoCatólica / ACI Prensa

Audiencia a los participantes en la Plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización

En la Sala Bologna del Palacio Apostólico, tuvo lugar del 27 al 29 de septiembre de 2017 la IV Asamblea Plenaria de los Miembros del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.

Luego de la oración y del saludo inicial, S.E. Mons. Rino Fisichella, Presidente del Dicasterio, informó sobre las actividades adelantadas en los últimos dos años y sobre las nuevas competencias que el Santo Padre ha asignado al Consejo Pontificio.

En particular, el Presidente se ha detenido en el evento de gracia que ha significado para toda la Iglesia en el mundo el Jubileo Extraordinario de la Misericordia (8 de diciembre de 2015 – 20 de noviembre 2016). La labor del Dicasterio ha estado enfocada principalmente a la organización y promoción del Año Santo; paralelamente se ha continuado con la atención a las diversas iniciativas que hacen parte de dos ámbitos específicos que son competencia del Dicasterio: la promoción de la Nueva Evangelización y la Catequesis.

Además de la determinación de formas más concretas para la promoción del Catecismo de la Iglesia Católica, del cual se celebrará el  XXV aniversario, el Consejo Pontificio está empeñado en el cuidado de la formación religiosa de los fieles y en la asistencia a los Departamentos o Secretariados de catequesis de las Conferencias Episcopales.

Del mismo modo, se recordó que al término del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, el Santo Padre confió al Dicasterio la responsabilidad de todo lo concerniente a la iniciativa de los Congresos mundiales de la misericordia (World Apostolic Congress on Mercy – WACOM), también en sus vertientes continentales y regionales.

Con il Motu Proprio Sanctuarium in Ecclesia, el papa Francisco, reconociendo la insustituible peculiaridad que ofrecen los santuarios para la evangelización de nuestro tiempo, transfirió las competencias referidas al desarrollo, valorización y tutela de la pastoral de los santuarios de la Congregación para el Clero al Consejo Pontificio.

El Dicasterio continua comprometido en diversos frentes para sostener la labor pastoral de las iglesias locales, a fin de que la evangelización sea eficaz e impulse las comunidades cristianas a una pastoral clarividente, capaz de conjugar compromiso constante y visión de futuro.

En la Audiencia concedida por el Santo Padre a los Superiores, Miembros, Consultores y Oficiales del Dicasterio, llevada a cabo en la Sala Clementina, el Papa subrayó que el entusiasmo suscitado por el Jubileo de la Misericordia no puede diluirse ni olvidarse. Al contrario, la Iglesia tiene la gran responsabilidad de continuar siendo, sin descanso, instrumento de misericordia; compromiso que se hace concreto y visible en el estilo de vida de los creyentes, vivido a la luz de las distintas obras de misericordia, y que es el propio de todo evangelizador.

 

Esta mañana, a las  11.45, en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en la Plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización con motivo del cierre de sus trabajos, que han tenido lugar en el Vaticano del 27 al 29 de septiembre.

Sigue el discurso que el Papa ha dirigido a los presentes:

Discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas,

Me alegra,  al término de la sesión plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización,  reflexionar con vosotros sobre la urgencia  que siente la Iglesia, en este momento histórico particular, de  renovar los esfuerzos y el entusiasmo en su misión perenne de evangelización. Os saludo a todos y doy las gracias a Mons. Fisichella por sus palabras de saludo y por el esfuerzo de su dicasterio  para seguir aportando a la vida de la comunidad eclesial los frutos del Jubileo de la Misericordia.

Este Año Santo ha sido un tiempo de gracia que toda la Iglesia ha vivido con gran fe e intensa espiritualidad. Por lo tanto, no podemos permitir que tanto entusiasmo se diluya u olvide. El pueblo de Dios ha sentido con fuerza el don de la misericordia y ha vivido el Jubileo redescubriendo especialmente el Sacramento de la Reconciliación, como un lugar privilegiado para experimentar la bondad,  la ternura y el perdón de Dios que no conoce límites. La Iglesia, por lo tanto, tiene la gran responsabilidad de continuar sin descanso a ser un instrumento de misericordia. De esta manera se puede permitir más fácilmente que la acogida  del Evangelio se perciba y se viva como un acontecimiento de salvación y que dé un sentido completo y definitivo a la vida personal y social.

El anuncio de la misericordia, que se vuelve concreto y visible en el  estilo de vida de los  creyentes, vivido a la luz de las muchas obras de misericordia,  es parte intrínseca  del compromiso de cada evangelizador  que haya descubierto de primera mano la llamada al apostolado precisamente gracias a

la fuerza de la misericordia que le ha sido reservada.  Los que tienen la tarea de anunciar el Evangelio nunca deberían olvidar las palabras  del apóstol Pablo: “Doy gracias a aquel que revistió de fortaleza, a Cristo Jesús Señor nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio, a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré  misericordia porque obré  por ignorancia, en mi infidelidad, Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí juntamente con la fe y la caridad  en Cristo Jesús: es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores,  y el primero de ellos soy yo. Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente  manifestase  Jesucristo toda su confianza, y sirviera   de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener la vida eterna” .(1 Timoteo 1:12 -16).

Y ahora vamos a centrarnos más en el tema de la evangelización. Es necesario descubrir cada vez más que por su propia naturaleza pertenece al Pueblo de Dios. Y al respecto, quisiera destacar dos aspectos.

El primero es  la aportación que cada uno de los pueblos  y sus  respectivas culturas ofrecen al camino del Pueblo de Dios. Cada pueblo hacia el que nos encaminamos tiene una riqueza que la Iglesia está llamada a reconocer y valorar para completar la “unidad de todo el género humano” de la cual es “signo” “y  “sacramento “(véase Const. Dogm. Lumen gentium, 1). Esta unidad está constituida “no según la carne, sino en el Espíritu,” (ibid.), que guía nuestros pasos. La riqueza que llega a la Iglesia de la multiplicidad de buenas tradiciones que posee cada pueblo es preciosa para vivificar la acción de la gracia que abre el corazón para acoger  el anuncio del Evangelio. Son auténticos dones que expresan la variedad infinita de la acción creadora del Padre, y que desembocan en la unidad de la Iglesia para aumentar la necesaria comunión con el fin de ser semilla de salvación, preludio de paz universal y lugar concreto de diálogo.

Este ser  Pueblo evangelizador  hace tomar conciencia (cf. ibid, N. Evangelii gaudium, 111.) – y es el segundo aspecto – de una llamada que trasciende cualquier disponibilidad  individual de la persona  para  insertarse  en una “compleja trama de relaciones interpersonales ” (ibid. , 113), que permite experimentar la profunda unidad y humanidad de la comunidad de creyentes. Y esto es particularmente cierto en un momento como el nuestro en el que se asoma con decisión  una cultura nueva, fruto de la tecnología, que, mientras fascina por las conquistas que ofrece, evidencia igualmente la ausencia de una  verdadera relación interpersonal y  de interés por  el otro. Pocas realidades como la Iglesia pueden enorgullecerse de tener un conocimiento del pueblo capaz de valorizar  ese patrimonio cultural, moral y religioso que constituye la identidad de generaciones enteras. Es importante, por tanto, que sepamos penetrar en  el corazón de nuestra gente, para descubrir ese  sentido de Dios y de su amor que da la confianza y la esperanza de mirar hacia adelante con serenidad, a pesar de las graves  dificultades y de la pobreza en que se ve obligada a vivir por la codicia de unos pocos. Si todavía somos capaces de mirar profundamente, podremos encontrar el verdadero deseo de Dios que vuelve inquieto el corazón de tantas personas caídas,  a  su pesar , en al abismo de la indiferencia, que impide  disfrutar de la vida y construir serenamente el propio futuro.  La alegría de la evangelización puede llegar a ellos y devolverles la  fuerza para la conversión

Queridos hermanos y hermanas, la nueva etapa de evangelización que estamos llamados a recorrer  es sin duda  obra de toda la Iglesia, “pueblo de Dios en camino” (ibid. .). Redescubrir este horizonte de sentido y de práctica pastoral concreta puede favorecer el impulso de  evangelización, sin olvidar el valor social que le  corresponde para una promoción humana  genuina e integral (ibid., 178).

Os deseo un buen trabajo, en particular para la preparación de la Primera Jornada Mundial de los Pobres, que se celebrará el 19 de noviembre. Os aseguro mi cercanía y mi apoyo. El Señor os  bendiga y la Virgen os proteja.

Presentación UNIMINUTO y CEFNEC a los Sres. Obispos de Colombia

El pasado 4 de Julio Uniminuto, en el ámbito de la reunión de la Conferencia Episcopal de Colombia, CEC, ofreció un almuerzo a  todos los Señores Obispos de Colombia reunidos en Conferencia.

Asistieron los Señores Cardenales Rubén Salazar Gómez, Arzobispo de Bogotá y José de Jesús Pimiento, como también la mayoría de los señores Arzobispos y Obispos de las diferentes diócesis del País.

Durante este almuerzo el P. Harold Castilla, Rector General de Uniminuto, presentó Uniminuto y ofreció a todos los prelados los servicios de Uniminuto.

De igual manera el P. Mario F. Hormaza, Eudista, presentó el Centro de Formación para la Nueva Evangelización y Catequesis, CEFNEC, de Uniminuto, dando a conocer a los Obispos los objetivos y los servicios del Centro que está a la disposición de la nueva evangelización para todas las diócesis de Colombia.

En el intercambio, al final del almuerzo, muchos Obispos se mostraron interesados en recibir mayor información del CEFNEC.

FORMACIÓN DE AGENTES DE NUEVA EVANGELIZACIÓN

Autor: Mons. Octavio Ruíz. Secretario del PCPNE

Fecha: 26 de abril de 2017

Lugar: Ponencia en el Primer Encuentro Internacional de Centros Académicos de evangelización convocado por el PCPNE, en Roma.

 

La misión propia y fundamental que recibió la Iglesia por parte del Señor fue la de formar auténticos discípulos:

Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,19-20).

La Iglesia, por consiguiente, debe continuar la misión de proclamar e instaurar el Reino, es decir, evangelizar para hacer presente en medio de todos a Cristo que vino a traernos la salvación y a manifestar el amor y la misericordia de Dios su Padre. Esta tarea que, como nos enseñaba el Beato Pablo VI en la Evangelii nuntiandi, constituye «la dicha y vocación propia de la Iglesia»[1] es, sin embargo, un proceso complejo que requiere variados elementos,: «renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado»[2].

Se trata de un anuncio que debe tocarnos profundamente, frente al cual no nos podemos quedar indiferentes, ya que no consiste en la simple aceptación de un mensaje o de una revelación, sino que es ante todo un encuentro vivificador y gozoso con Cristo Resucitado[3]; encuentro que debe repercutir en el entorno social y cultural que nos rodea. Lo primero que busca la evangelización es que aceptemos a Cristo, que ha venido a dar sentido a nuestra existencia humana, para que podamos lograr la realización plena de nuestros anhelos más profundos puesto que él es el único Salvador. La experiencia gozosa y llena de esperanza de ese encuentro con Cristo debe llevarnos a compartirla a un mundo afligido por la violencia, la corrupción, la mentira, la falta de respeto a la vida y a la dignidad humana. Si dejamos de lado las repercusiones sociales y culturales del anuncio del Evangelio, o acentuamos de manera desmedida esas mismas, no podemos entender debidamente lo que es evangelizar. La evangelización no es, por lo tanto, una simple tarea humana, sino un encargo divino que el Señor mismo confió a la Iglesia y para cuyo cumplimiento contamos constantemente con su presencia: es él quien nos impulsa y nos da su Espíritu para que podamos ser sus testigos (cf. Hch 1,8).

Frente a los dramáticos cambios en la sociedad, a la pérdida del entusiasmo y de la alegre vivencia de la fe, a la incoherencia entre fe y vida, a la desconfianza hacia la Iglesia y al creciente influjo del secularismo, muchos bautizados se han alejado de la Iglesia o se muestran totalmente indiferentes e incluso han salido a tratar de saciar su sed de Dios en otras confesiones religiosas. Por todo esto San Juan Pablo II y Benedicto XVI insistieron permanentemente en la necesidad de una nueva evangelización que debe comprometer la responsabilidad de todos los miembros del pueblo de Dios. El papa Francisco en la Exhortación Evangelii gaudium ha vuelto a indicar dicha urgencia presentándola como la necesidad de impulsar una nueva etapa evangelizadora que sea más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa»[4], marcada por la alegría del Evangelio[5] y por una transformación misionera de la Iglesia[6]. Para llevar a cabo esta tarea ha insistido, además, en la necesidad de formar discípulos misioneros.

  1. Formación de nuevos evangelizadores

En la Evangelii nuntiandi el papa pedía a los obispos que se preocuparan con seriedad de una adecuada formación de todos los ministros de la Palabra para infundir en ellos el entusiasmo que se requiere para anunciar hoy día a Cristo[7]. Para darle cauce a esta recomendación es necesario recordar el modo como Jesús se preocupó por formar a sus discípulos antes de enviarlos a la misión, comunicándoles lo que había oído del Padre, iniciándolos en la oración y enviándolos a evangelizar, para lo cual les prometió el envío del Espíritu Santo que habría de guiarlos a la verdad plena y sostenerlos en los inevitables momentos de dificultad[8]. De igual modo, en la actualidad, antes de enviar a evangelizar hay que tener el cuidado de contar con personas bien formadas y preparadas, pues de lo contrario se pone en peligro el cumplimiento de la misión[9]. El papa Francisco nos recuerda, además, que para evangelizar es necesario un auténtico acompañamiento espiritual[10] para suscitar un camino de formación y de maduración que ayude al crecimiento y a la conformación con Cristo, ya que no se trata de una simple transmisión de conocimientos teóricos[11]. En efecto, todos los nuevos evangelizadores, sean laicos, religiosos o sacerdotes, necesitan ser formados a través de un proceso que contemple integralmente a la persona, proceso que, apoyado fuertemente en la Palabra de Dios y el testimonio vivo de la Iglesia, ofrezca una seria formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral.

  • Formación

Durante la realización del Sínodo sobre «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana» la palabra formación resonó muchísimo para indicar que se trataba de una condición previa de la nueva evangelización. Quien evangeliza tiene que haber sido evangelizado primero y ser un testigo válido que ha sido formado, que ha iniciado un proceso de trans-formación de la propia vida cristiana y un camino de con-formación o de seguimiento de la persona de Jesús.

La palabra formación quiere decir «acción de formar o formarse», pero también puede entenderse como el «nivel de conocimientos que una persona posee sobre una determinada materia». Es una palabra que proviene de la palabra forma, que significa la figura o determinación exterior de la materia, pero también la disposición o expresión de una potencialidad o facultad de las cosas, como también la fórmula y el modo de proceder en algo. Desde el punto de vista filosófico se entiende como el principio activo que da a la cosa su entidad, ya sustancial, ya accidental.

Para la formación de nuevos evangelizadores tenemos entonces que tener muy en cuenta la situación actual de transformación y de crisis que estamos viviendo en muchísimos campos, a raíz de los profundos cambios culturales que se han ido produciendo por doquier y que han implicado una amalgama de presupuestos vitales muy diferentes a los que teníamos hasta hace poco tiempo. Al respecto decía el Cardenal Bergoglio: «Ya no se trata de apuntalar éste o aquel valor, de despertar tal o cual ideal, de consolidar una u otra virtud, sino que el concepto mismo de formación está en cuestión. La pregunta es cómo “formar” en un medio cultural en el que lo valioso parece ser no precisamente las formas sino la vivencia de experiencias que transgreden las formas, que las mezclan, las disuelven y las transforman incesantemente»[12].

  • Responder a los desafíos actuales

Ser creyente en la actualidad no es lo mismo a lo que era ser creyente en una época de cristiandad. Ya no se cuenta con la seguridad de una tradición religiosa consolidada en la sociedad civil, ni tampoco con una transmisión de la fe por parte de la familia, pues estamos en un mundo en el que se plantea permanentemente la validez de la fe misma, el sentido y valor que pueda tener el hecho de creer en una sociedad cada vez más laica y plural fuertemente soportada por la ciencia y la tecnología. Todo ello va creando serios interrogantes que se refieren, por una parte, a cómo hablar de Dios y cómo relacionarse con Él de manera personal sin que pierda su trascendencia y, sobre todo, sin reducirlo a una simple fuerza sustituta de aquello que todavía no puede explicar la ciencia; por otra, a cómo ser cristiano en una sociedad tan cambiante, secularizada y relativista.

En este momento, en el que podemos hablar de un «cambio de época»[13], se nos presenta el reto de repensar los modos de transmitir la fe de tal modo que lo que anunciamos diga algo a la gente de hoy. Lamentablemente muchos bautizados sufren una crisis de identidad, han olvidado lo que son y a lo que están llamados en la Iglesia, se han amoldado a las costumbres y a la mentalidad del mundo que los rodea y les da hasta temor presentarse como personas de fe, pues ser cristiano hoy no es algo popular, sino algo que exige valor y coherencia. Esto nos lleva a ver la urgencia de ayudar a descubrir de nuevo la identidad propia dentro de la Iglesia, reforzar o inculcar el sentido de pertenencia y hacer tomar conciencia de las exigencias que se presentan al discípulo misionero.

Benedicto XVI al dirigirse a los participantes de un primer encuentro de nuevos evangelizadores que organizó nuestro Pontificio Consejo les decía que «El hombre contemporáneo está, a menudo, confuso y no consigue encontrar respuestas a tantas preguntas que agitan su mente con respecto al sentido de la vida y a las cuestiones que alberga en lo profundo de su corazón. El hombre no puede eludir estas preguntas que afectan al significado de sí mismo y de la realidad. ¡No puede vivir en una sola dimensión! Sin embargo, no por casualidad, es alejado de la búsqueda de lo esencial de la vida, mientras que le propone una felicidad efímera, que lo contenta sólo un instante, pero que deja enseguida, tristeza e insatisfacción»[14]. Ya antes de ser elegido Sucesor del apóstol Pedro les decía a los catequistas de Roma: «La pregunta fundamental de todo hombre es: ¿cómo se lleva a cabo esta proyecto de realización del hombre? ¿Cómo se aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad? Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir. Jesús dice al inicio de su vida pública: he venido para evangelizar a los pobres (cf. Lc 4, 18). Esto significa: yo tengo la respuesta a vuestra pregunta fundamental; yo os muestro el camino de la vida, el camino que lleva a la felicidad; más aún, yo soy ese camino»[15].

Así, pues, la formación de los discípulos misioneros que quieren llevar a cabo la nueva evangelización no puede contentarse con la simple adquisición de competencias específicas para la eficaz transmisión de los contenidos de la fe, sino que debe buscar que sea un proceso que les trace un sólido itinerario de crecimiento y maduración de la fe. Los obispos de América Latina reunidos en la Conferencia General de Aparecida destacaban al respecto cinco aspectos fundamentales que deben estar presentes en el proceso de formación de discípulos misioneros[16]: Propiciar el encuentro con Jesucristo, conducir a la conversión como respuesta de dicho encuentro, fortalecer el discipulado para perseverar en la vida cristiana, vivir la comunión de manera fraterna y salir en misión a anunciar a Jesucristo muerto y resucitado, para dar respuesta a los grandes interrogantes que se plantean los hombres y las mujeres de hoy acerca del sentido de su vida y para hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados.

El nuevo evangelizador, por consiguiente, tiene que tomar conciencia y acoger con gran brío el gran desafío de evangelizar en la actualidad, para lo cual tiene que mejorar y continuar en su personal camino de profundización y vivencia de la fe, colocando siempre a Cristo en el centro mismo de su propia existencia, de su quehacer cotidiano y, lógicamente, de su labor como discípulo misionero. Al mismo tiempo, sin embargo, debe conocer el entorno en el que vive, sus problemas y angustias, pero igualmente sus motivos de gozo y de esperanza, y tiene que hacer lo posible para que el anuncio de Cristo sea recibido como una buena noticia que viene a engrandecer la dignidad de quien lo acoge.

Este itinerario no lo puede recorrer de manera aislada, sino al interior de la comunidad cristiana, dentro de la cual se radica y desarrolla todo auténtico camino de fe. De ahí, por lo tanto, que su formación deba ser cristocéntrica y profundamente eclesial para ayudarlo a que sea idóneo para realizar la tarea de ser un auténtico evangelizador. Esto supone, por parte de la comunidad, el esfuerzo de brindarle un acompañamiento personal y espiritual, puesto que quien evangeliza ha de ser un ejemplo de vida cristiana y de compromiso eclesial.

  1. Parámetros para la formación

Si hacemos un parangón con lo que dijo Jesús: «!A vino nuevo, odres nuevos!» (Mc 2,22) debemos tener presente que si queremos realizar una nueva evangelización es necesario tener nuevos evangelizadores. Esto quiere decir hombres y mujeres impregnados de Dios, de su gracia, que acojan con alegría y docilidad la acción del Espíritu Santo que actúa en ellos y, de esa manera, convertirse en «testigos de la esperanza y de la verdadera alegría para deshacer las quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales»[17].

  • Evangelizadores con Espíritu

Dentro de la llamada que nos hace el Señor para ser sus discípulos se contempla el que seamos al mismo tiempo misioneros, lo cual nos debe llevar a tomar plena conciencia de haber recibido una llamada suya desde el momento mismo del bautismo. Allí hemos recibido el Espíritu Santo, el cual, «infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente»[18] y es quien da solidez a la acción evangelizadora.

Los nuevos evangelizadores requieren de una seria formación espiritual, pues necesitan ser ayudados y acompañados a fin de que toda su vida sea transfigurada en la presencia de Dios. El papa Francisco dice que deben ser «Evangelizadores con Espíritu» que sepan cultivar su relación con el Señor por medio de la oración, de su encuentro orante con la Palabra y de momentos de adoración para que, contemplando con amor al Señor, adquieran un espíritu contemplativo que alimente y refuerce su amor a Jesús y se dejen cautivar por él, para salir a comunicarlo con la palabra y el ejemplo de vida[19]. Esto exige que el nuevo evangelizador, por una lado, deseche toda imagen de Dios que no se corresponda plenamente con la revelada por Jesús y, por otro, que no conciba su fe como algo privado, individualista, centrada en actos de piedad y alejada de la realidad que lo rodea, sino que debe ser entendida como una relación personal con Cristo el Señor, con una clara dimensión social y de pertenencia eclesial que le impulse a lo largo de toda su existencia.

Elemento fundamental para vivir su espiritualidad es la de tomar conciencia de su compromiso firme de ser misericordioso como Jesús. Esto hace parte integral de su vivencia de fe y de su sentido de Iglesia, ya que la misericordia no solo constituye un ideal de vida cristiana y un criterio de credibilidad de la fe[20], sino que, ante el mundo, «La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo»[21].

  • Ímpetu misionero

La labor que va a desarrollar el nuevo evangelizador debe estar marcada por una verdadera conversión pastoral y misionera, a la cual nos llama Francisco[22]. Es el momento de voltear página y reconocer que no podemos seguir transmitiendo la fe sin tener en cuenta las grandes transformaciones de la humanidad que nos exigen renovación y un cambio de actitud y de estilo. Por ello, anunciar el Evangelio hoy requiere que quien lo anuncia haga una seria opción misionera para poder salir a buscar a aquellos que se han alejado de la Iglesia, a los que han abandonado la fe, a los que no conocen a Cristo, sin descuidar a aquellos que permanecen fieles y activos dentro de la Iglesia. Ese salir misionero conlleva el deseo de amar como Jesús a todos los que encuentra en el camino, sin importar que sean de cultura, de creencia religiosa, de lengua o de raza diferentes, para transmitirles la alegría de haber conocido al Señor y de saber que él siempre cumple su promesa de estar a nuestro lado (cf. Mt 28,20).

La formación del nuevo evangelizador entonces debe estar encaminada a capacitarlo para evangelizar. Esto podría parecer algo que sobraría mencionar, pero la realidad es que es allí donde podemos encontrar una expresión de la necesidad de conversión pastoral y de renovación misionera. Durante mucho tiempo se dejó de lado el anuncio explícito y testimonial que debía conducir al encuentro personal con Cristo, se abandonó el acercamiento a la Palabra de Dios y el nutrirse de ella y se pasó directamente a una praxis sacramental. A partir del Vaticano II se dio un vuelco al respecto, pero todavía falta mucho para que todos tengan una conciencia de la centralidad de la Palabra de Dios en la vida del bautizado. En la actualidad no se puede olvidar el primer paso que hay que dar en el proceso evangelizador: el primer anuncio, aquél que debe despertar el ánimo y el deseo de conocer al Señor. En la Evangelii gaudium el papa subraya que ese primer anuncio o kerygma debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial, el cual debe resonar siempre en el corazón del creyente[23].

  • Liderazgo

El papa Francisco, al insistir en la urgencia de una renovación de la Iglesia, expresa su profundo deseo de que ella sea una Iglesia en salida en la que los discípulos misioneros “primereen”, se involucren, acompañen, fructifiquen y festejen, como lo hizo el Señor. Por esto dice que los nuevos evangelizadores han de ser hombres y mujeres que tomen la iniciativa sin miedo, que salgan al encuentro, que busquen a los lejanos e inviten a los excluidos[24]. Con todo ello nos quiere indicar la necesidad de que sean líderes.

El líder es una persona con gran capacidad de influir en las otras personas y que es previsora, que sabe a dónde se dirige y qué es lo que busca, para conducir con seguridad y sin titubeos a metas y objetivos bien concretos, infundiendo entusiasmo para que lo sigan.

Este es uno de los aspectos que debemos tomar en consideración al pensar en la formación de nuevos evangelizadores. Tenemos que formar personas que sepan ejercer un liderazgo, que no tengan temor de tener iniciativas, de sugerir, de impulsar, de animar, de acompañar. Personas que sientan la necesidad de comunicar su experiencia de vida y de encuentro con el Señor con parresia. Más aún, líderes que conozcan sus fortalezas y sus carismas para ponerlas al servicio de los demás, pero al mismo tiempo que tengan la humildad de reconocer sus debilidades y la necesidad de contar con la colaboración de otras personas y, por consiguiente, de saber trabajar en equipo. Personas, entonces, que sepan aceptar no solo la necesidad de rodearse de otras que les ayuden en su tarea, sino también que les colaboren a enderezar el camino, si es necesario, y a mirar y reconocer situaciones que a veces se les puedan escapar. Por eso ellos tienen que estar profundamente insertados en su comunidad, pues su labor es una tarea eclesial, en la que su palabra y su testimonio pretende comunicar una experiencia de fe que no es individual, sino que está dirigida a transmitir la fe de la Iglesia, es decir, la fe de una comunidad que ama a Cristo y cree y vive en él.

  • Evangelizadores con visión y con un nuevo rostro

Quien evangeliza no puede quedarse anclado mirando lo inmediato, o proyectando simples estrategias de comunicación. Tiene más bien que mirar mucho más allá, dirigiendo con perspicacia su mirada hacia dónde se encamina su acción misionera, es decir, debe tener una visión muy clara de Aquél que le da alegría y sentido a su vida, para comunicarla con pasión, pues va a transmitir una experiencia gratificante que llena de regocijo su existencia. Las dificultades que se presentan hoy a los evangelizadores no pueden acobardarlos ni encerrarlos en un presentimiento de derrota que, como dice el papa, los convierte en «pesimistas quejosos y desencarnados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo»[25]. El sueño del evangelizador, que ha hecho una opción misionera, debe ser que todos acojan con alegría al Señor como el único Salvador, lo amen, lo sigan y traten de vivir como él, comprometiéndose a colaborar positivamente en una transformación profunda de la humanidad.

A partir de esa visión y de ese sueño, que deben impulsar su labor, el evangelizador debe aprender a comunicarlos buscando y planificando las estrategias necesarias para cumplir su misión. Si no da este paso su labor se quedará en una simple fantasía. Debe aprender entonces a discernir cómo hacer realidad ese sueño evangelizador y cómo presentarse ante aquellos a quienes se ha acercado, para lo cual debe aprender a dialogar con las culturas y con la sociedad y estar abierto a captar y discernir los signos de los tiempos.

Ahora bien, si quiere ser acogido, tiene que mostrar alegría y entusiasmo. Éstas han ser dos de las características que no le pueden faltar y, por lo tanto, debe saber sonreír mostrando que está convencido de que lo que anuncia es algo hermoso y bueno para la vida. La sonrisa no puede ser ficticia, sino sincera, que muestre en su rostro que vive el consejo de san Pablo: «alegraos siempre en el Señor» (Fil 4,4). Se trata de acrecentar «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas», para que el mundo «pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo»[26]. Su discurso, entonces, por sencillo que sea, debe entusiasmar sin agobiar a las otras personas y debe partir de su propia convicción.

  • Nuevas experiencias de transmisión

El papa Francisco ha puesto nuevamente el acento en la importancia del «camino de la belleza» (via pulchritudinis), es decir, en la vasta multitud de expresiones artísticas actuales que, como en el pasado, constituyen un sendero para encontrarse con el Señor Jesús y recuperar la estima de la belleza para poder llegar al corazón humano y hacer resplandecer en él la verdad y la bondad del Resucitado. Por esto, dice el papa, se vuelve necesario que la formación en la via pulchritudinis y el uso de las artes esté inserta en la transmisión de la fe, incluyendo incluso aquellos modos no convencionales de belleza, que pueden ser poco significativos para los evangelizadores, pero que se han vuelto particularmente atractivos para otros[27].

El nuevo evangelizador, además, no puede descuidar los mass media y la tecnología digital que se han apoderado de la forma de transmitir conocimientos y experiencias. Estamos viviendo una era caracterizada por una cultura virtual, un mundo que vive en la Red, a través de los smartphones y las tabletas, en los que se ofrecen todo tipo de información, pero sin responder a las preguntas fundamentes de la vida humana. Desde la primera infancia esa tecnología entra a formar parte del entorno cultural de los niños y de los jóvenes. Gradualmente las conexiones virtuales han ido determinando sus acciones, elecciones y objetivos y han ido marcando una tendencia hacia el individualismo que ha hecho perder el valor incuestionable del encuentro personal. Hoy basta encontrar una «app» apropiada para tener acceso a cualquier materia científica, política, cultural o religiosa, como también literatura, juegos e incluso modelos que ayudan a orar. El nuevo evangelizador debe aprender entonces a buscar y dirigirse a todo ese mundo de gente, especialmente jóvenes, que se encuentran a toda hora inmersos allí. Debe capacitarse, por consiguiente, para entender ese universo, conocer sus nuevos lenguajes y su tecnología a fin de poder evangelizar ese vasto “continente digital” y encontrar el modo de dar impacto al mensaje evangélico, sin olvidar que está cumpliendo una misión que le ha encargado la Iglesia. Debe acceder a ese nuevo areópago del mundo actual y saber utilizar el potencial del ciberespacio para purificarlo en lo posible, para proclamar el mensaje del Evangelio y contribuir a desarrollar de nuevo una «cultura del encuentro»[28].

Por otra parte, no puede dejar de lado el saber valorar las distintas expresiones de piedad popular, que son un «precioso tesoro de la Iglesia católica»[29] y, a la vez, una «expresión verdadera del alma de un pueblo, en cuanto tocada por la gracia y forjada por el encuentro feliz entre la obra de evangelización y la cultura local»[30], en las que se expresan la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios[31]. Ellas, ciertamente, constituyen un valioso espacio para evangelizar de manera espontánea y puntual, para aprovechar ya sea la fe sencilla y gozosa de tantos fieles, aun de los alejados e indiferentes, como también la alegría misma de esas manifestaciones e incluso sus sentimientos de dolor y súplica, para inculcar con fuerte ardor la verdadera alegría y la esperanza que provienen del encuentro con el Señor. «Todas estas expresiones de piedad popular, dice el papa Francisco, tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización»[32].

  • Autoformación 

Finalmente, el evangelizador debe tomar conciencia de que su formación no depende exclusivamente de una institución o de un tutor, puesto que el responsable de la formación es la persona misma que ha de ir adquiriendo el hábito de seguir creciendo por sí misma y de saber encontrar las mediaciones propicias para lograrlo. Solo así irá logrando la madurez y responsabilidad para enseñar a los demás a aprender. San Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Christifidelis Laici expresa bien este punto al afirmar que: «no se da formación verdadera y eficaz si cada uno no asume y no desarrolla por sí mismo la responsabilidad de la formación. En efecto, ésta se configura esencialmente como “auto-formación”. Además está la convicción de que cada uno de nosotros es el término y a la vez el principio de la formación. Cuanto más nos formamos, más sentimos la exigencia de proseguir y profundizar tal formación; como también cuanto más somos formados, más nos hacemos capaces de formar a los demás»[33].

Lo anterior no quiere decir que la autoformación consista sencillamente en algo que realiza el evangelizador a manera de un autodidacta, pues en realidad nos encontramos en una dimensión que supera el simple esfuerzo humano. Se trata, más bien, de una acción que proviene de lo Alto y, por lo tanto, que exige dejarse guiar y enseñar por el Espíritu Santo que es el protagonista de toda acción eclesial[34]. Él es, como nos recuerda San Juan Pablo II, el «Maestro interior que, en la intimidad de la conciencia y del corazón, hace comprender lo que se había entendido pero que no se había sido capaz de captar plenamente» y es quien instruye a los fieles según la capacidad espiritual de cada uno, encendiendo en sus corazones un deseo más vivo de amar lo que ya sabe y desear lo que todavía no conoce[35].

Teniendo en cuenta esa dimensión pneumatológica no podemos interpretar que la formación del nuevo evangelizador se reduzca exclusivamente a lo doctrinal, pues está llamado a comunicar sobre todo lo que ha contemplado con amor. Él debe hacer brotar su espíritu contemplativo que es el que le permita redescubrir cada día que es depositario de un bien que humaniza y que ayuda a llevar una vida nueva. [36]

  • Misión impostergable

Ahora bien, a pesar de la gran importancia que tiene una seria formación integral, por medio de la cual se ha de lograr una profundización de nuestro amor a Cristo, un testimonio más claro del Evangelio, un compromiso eclesial más fuerte y un maduración y crecimiento en la fe, sin embargo, como bien recuerda el papa Francisco, tenemos que reconocer que el cumplimiento de la misión evangelizadora no puede dar espera, no puede postergarse, pues a partir del bautismo, todos estamos llamados a ser «discípulos-misioneros», que debemos comunicar nuestra experiencia de Jesús, ofreciendo a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor que, más allá de nuestras imperfecciones, nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y da un sentido a nuestra vida. Nuestras imperfecciones, por consiguiente, no deben ser una excusa; al contrario, la misión constituye un estímulo permanente para seguir creciendo y no quedarse en la mediocridad[37].

EPILOGO

Formar líderes para la nueva evangelización, que sean discípulos misioneros que conozcan, amen, sigan y traten de estar siempre con él y vivir como él, exige que sus formadores sean también nuevos evangelizadores que vivan con entusiasmo su propio liderazgo

Esta formación, por lo tanto, debe realizar procesos que se lleven a cabo dentro de un contexto de fe vivida, que preparen mujeres y hombres maduros, capaces de discernir y de tener un juicio equilibrado, con grandes valores evangélicos, éticos y morales bien fundamentados, poseedores de una sana doctrina, abiertos al diálogo y con entusiasmo misionero. Igualmente deben ayudarles a tener una sólida espiritualidad y a descubrir las bases para poder dar un testimonio creíble que sea capaz de entusiasmar a otros a buscar y encontrar a Cristo en su vida. En otras palabras, los nuevos evangelizadores deben ser preparados para que sean óptimos catequistas que cumplan con alegría su misión eclesial.

Asimismo los nuevos evangelizadores deben ser preparados para saber irradiar la alegría que proviene del encuentro con el Señor, la cual se manifiesta en el entusiasmo para salir a evangelizar, en su liderazgo, en sus iniciativas y creatividad para contagiar a los demás con su fe y con su amor y servicio desinteresados. Para ello se les debe ayudar a alimentase asiduamente en el encuentro con la Palabra de Dios, la participación eucarística y el ejercicio de la caridad.

Los Centros de Nueva Evangelización, que han ido surgiendo en distintas naciones, como también en muchas diócesis e incluso en diversas universidades católicas, constituyen por consiguiente, en sus diversos niveles, valiosos esfuerzos para la formación sólida y adecuada de los nuevos evangelizadores. Estos centros deben ser fuente de innovación pastoral que ayuden a formar agentes que colaboren, con profundo espíritu eclesial, en la conversión pastoral y misionera que pide la Iglesia en este momento a fin de sembrar el Evangelio y responder a los grandes desafíos que presenta la cultura actual.

                                                                    + Octavio Ruiz Arenas

                                              Arzobispo Emérito de Villavicencio

                                                                     Secretario de PCPNE

[1] EN 14

[2] EN 24

[3] Cf. Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, 1

[4] Cf. EG 261

[5] Cf. EG 1

[6] Cf. EG 25. Este impulso misionero se encuentra mencionado 139 veces a lo largo de la Exhortación, insistiendo en la urgencia de «poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve, dice el Papa, una ‘simple administración’. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un ‘estado permanente de misión‘.

[7] Cf. EN 73

[8] Cf. Directorio General para la Catequesis, 137

[9] Cf. Directorio General para la Catequesis, 234

[10] Cf. EG 173

[11] Cf. EG 160-161

[12] Cf. La formación del presbítero hoy. Dimensiones intelectual, comunitaria, apostólica y espiritual, conferencia dictada en la conmemoración del 25 aniversario del Seminario “La Encarnación” en la ciudad de Resistencia, el 25 de marzo de 2010.

[13] Cf. EG 52

[14] Benedicto XVI, Discurso a los nuevos evangelizadores, 17 de octubre de 2011

[15] Ratzinger J., La nueva evangelización, Conferencia pronunciada en el Congreso de catequistas y profesores de religión, Roma, 10 de diciembre de 2000

[16] Cf. Documento de Aparecida, 278

[17] Papa Francisco, Carta Apostólica Misericordia et misera, 3

[18] EG 259

[19] Cf. EG 262. 264

[20] Cf. Motu proprio Misericordiae vultus, 9

[21] Misericordiae vultus, 10

[22] Cf. EG 25. 27. 35

[23] Cf. EG 164

[24] Cf. EG 24

[25] EG 85

[26] EN 80

[27] Cf. EG 167

[28] Cf. EG 220

[29] Cf. Benedicto XVI, Discurso inaugural de Aparecida, 1

[30] San Juan Pablo II, Homilía en el santuario de Nuestra Señora de Zapopán, Guadalajara, 30 de enero de 1979

[31] Cf. EG 122

[32] EG 126

[33] ChL 53

[34] Cf. San Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris missio, 21

[35] Cf. San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae, 72

[36] Cf. EG 264

[37] Cf. EG 121

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2017

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor.

Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016).

La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19- 31).

Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.

1. El otro es un don

La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado.

La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia personal.

Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8 enero 2016).

Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida.

La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo.

Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico.

2.   El pecado nos ciega

La parábola es despiadada al mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico (cf. v. 19). Este personaje, al contrario que el pobre Lázaro, no tiene un nombre, se le califica sólo como «rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que viste, de un lujo exagerado.

La púrpura, en efecto, era muy valiosa, más que la plata y el oro, y por eso estaba reservada a las divinidades (cf. Jr 10,9) y a los reyes (cf. Jc 8,26). La tela era de un lino especial que contribuía a dar al aspecto un carácter casi sagrado.

Por tanto, la riqueza de este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los días: «Banqueteaba espléndidamente cada día» (v. 19). En él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia (cf. Homilía, 20 septiembre 2013).

El apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos.

El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz.

La parábola nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir.

Pero la apariencia esconde un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la existencia (cf. ibíd., 62).

El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia. El hombre rico se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es simplemente un mortal.

Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación

Cuando miramos a este personaje, se entiende por qué el Evangelio condena con tanta claridad el amor al dinero: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).

3.   La Palabra es un don

El Evangelio del rico y el pobre Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que el rico ha vivido de manera muy dramática.

El sacerdote, mientras impone la ceniza en la cabeza, dice las siguientes palabras: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él» (1 Tm 6,7).

También nuestra mirada se dirige al más allá, donde el rico mantiene un diálogo con Abraham, al que llama «padre» (Lc 16,24.27), demostrando que pertenece al pueblo de Dios.

Este aspecto hace que su vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada de su relación con Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo él mismo su único dios.

El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua.

Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes.

La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y, frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).

De esta manera se descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo.

La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor “que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador” nos muestra el camino a seguir.

Que el Espíritu Santo nos guie a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados.

Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana.

Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua.

Vaticano, 18 de octubre de 2016

Fiesta de San Lucas Evangelista

FRANCISCO

Vida consagrada y nueva evangelización

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S.E. Mons. Octavio Ruiz Arenas

Arzobispo emérito de Villavicencio

Secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización

La Iglesia tiene como misión propia y fundamental el anuncio del Evangelio a todas las gentes y por todo el mundo, de acuerdo con el mandato del Señor (cf. Mt 28,19: Mc 16,15; Hch 1,8), con el fin de continuar la misión misma de Jesús para proclamar e instaurar el Reino de Dios.

El cumplimiento de esa tarea se ha desarrollado no sin tener que afrontar muchas dificultades. Ya en el comienzo mismo la Iglesia tuvo que sufrir una terrible persecución y el anuncio del Evangelio se bañó con la sangre de los mártires, cuyo testimonio de fidelidad y de amor al Señor fue un gran fermento para el crecimiento de las comunidades cristianas. Esta dramática realidad se ha prolongado a lo largo de la historia, de tal modo que en la actualidad sigue habiendo nuevos mártires en varias naciones y una persecución y un rechazo a nuestra fe cristiana.

Juan Pablo II en su encíclica sobre la validez y urgencia del mandato misionero comenzaba con una afirmación contundente: «La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse» (RMi, 1). Parecería paradójica esta realidad, pues han pasado ya veinte siglos desde que el Señor encomendó esa misión. Pero en realidad hoy no sólo existen todavía miles de millones de seres humanos que no conocen el mensaje del Evangelio sino que, muchos de quienes han recibido el bautismo, han ido perdiendo la fe y se han dejado envolver por un ambiente cargado de secularismo, en el que se quiere excluir a Dios de la vida de las personas, marginar a la Iglesia de la actividad pública y vivir en una gran indiferencia religiosa. De ahí la llamada apremiante que hacía el Papa para que la Iglesia no solo cumpliera con la tarea del anuncio del Evangelio, sino que la realizara teniendo siempre presente su índole misionera.

  1. Sínodo sobre la nueva evangelización y la transmisión de la fe cristiana

Frente a las circunstancias descritas la Iglesia ha ido tomando conciencia de la urgencia de reflexionar sobre cómo está cumpliendo la tarea que le encomendó el Señor y cómo ha de continuar realizándola para poder responder adecuadamente a los grandes desafíos que le presenta la sociedad actual. De ahí que al clausurar la Asamblea especial del Sínodo para el Medio Oriente, Benedicto XVI anunciara el tema que había elegido para la siguiente Asamblea general ordinaria: La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, que se celebró en el Vaticano del 7 al 28 de octubre de 2012.

Aunque ya se han realizado otros dos Sínodos sobre La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en mundo contemporáneo y ha habido una riquísima reflexión a partir de los mensajes y de múltiples intervenciones del Papa Francisco que merecen igualmente una presentación y análisis, es importante hacer resaltar de manera sintética lo que fue el magnífico aporte del Sínodo sobre la Nueva Evangelización en relación con la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Quienes tuvimos el privilegio de participar en esta Asamblea Sinodal podemos dar fe que se realizó dentro de un ambiente de oración, de respetuosa escucha, de diálogo enriquecedor principalmente entre los obispos, pero también con sacerdotes, religiosos, religiosas, fieles laicos y con algunos miembros de Iglesias hermanas que fueron invitados como auditores. Durante las tres semanas de trabajo sinodal se vivió un espíritu de fraternidad, de comunión y de colegialidad efectiva y afectiva.

El Sínod™o fue como una gran polifonía en donde fueron entremezclándose las voces de pastores de la Iglesia provenientes de los cinco continentes. Cada uno libremente expresó sus inquietudes, sus anhelos, sus esperanzas, sus angustias en relación con lo referente a la transmisión de la fe y a la comprensión y a ciertas experiencias vividas de nueva evangelización. Fue unánime el requerimiento para toda la Iglesia de llevar a cabo la nueva evangelización, aunque lógicamente sin pretender una uniformidad en el modo concreto de ponerla en marcha. Asimismo se hizo ver la estrecha relación que debe existir con la «missio ad gentes» y la importancia de no separarla de la acción pastoral ordinaria de la Iglesia. Son tres realidades que buscan iniciar en la fe y acompañar en el conocimiento, la celebración y la vivencia de ella.

Para llevar a cabo dicha tarea se ponía de relieve la urgencia de la conversión personal, comunitaria y pastoral, una apertura de corazón, una actitud de gozosa acogida, una búsqueda de empatía hacia mundo que nos rodea para escuchar sus reclamos y acercarse a él con el fin de hacer crecer en él el reino de Dios.

Entre los grades desafíos que se indicaron a lo largo de las jornadas sinodales se señalaron el secularismo, el agnosticismo, las repercusiones de la globalización, el influjo creciente de los medios de comunicación, la expansión del Islam, el fenómeno de las migraciones, la crisis económica, la pobreza, la realidad cambiante del mundo actual, la pérdida de valores, la crisis de la familia y la falta de respeto por la vida humana.

Asimismo se reconocieron muchos factores al interior de la Iglesia que están influyendo para poner en marcha la nueva evangelización, entre los cuales la valiente dedicación de tantísimos misioneros y misioneras, la creciente toma de conciencia de los laicos de sus compromisos bautismales, la labor educativa y caritativa de la Iglesia, el esfuerzo por poner la Palabra de Dios al centro de la vida cristiana, la vitalidad de los movimientos eclesiales, la progresiva renovación catequética. Pero también se señalaron algunos factores negativos como la incoherencia de vida, la falta de verdadero testimonio, la pérdida de celo pastoral, la escasa formación de los fieles, el desconocimiento de los contenidos de la fe por parte de muchos bautizados, el hecho de que muchísimas familias han dejado de cumplir su misión de ser las primeras trasmisoras de la fe, los escándalos al interior de la Iglesia, la rutina y el poco interés por la liturgia, la desvalorización del sacramento de la penitencia y la pérdida de identidad de muchos cristianos.

Surgieron por lo tanto muchas iniciativas de tipo pastoral, entre ellas se subrayó la necesidad de favorecer una espiritualidad de comunión, la creación de pequeñas comunidades al interior de las parroquias, la fortificación del trabajo catequético, la práctica constante de la caridad, la importancia de un diálogo con la cultura actual, el potenciamiento del valor de la liturgia y de la vida sacramental, en especial de la eucaristía dominical y del sacramento de la reconciliación, la necesidad una más íntima relación de la vida cristiana con la Palabra de Dios, a través de la «lectio divina», la urgencia de saber poner las nuevas tecnologías digitales al servicio de la evangelización, el adecuado acompañamiento de la piedad popular, la importancia del catecumenado y la consiguiente creación de procesos de reiniciación cristiana.

  1. Vida consagrada y nueva evangelización

En el elenco de las proposiciones finales que los padres sinodales entregaron al Santo Padre, hay una dedicada especialmente a la vida consagrada:

La vida consagrada, tanto masculina como femenina, ha hecho una gran contribución a la labor evangelizadora de la Iglesia a lo largo de la historia. En este momento de nueva evangelización el Sínodo llama a todos los religiosos, hombres y mujeres, así como a los miembros de los Institutos Seculares, a vivir con radicalidad y alegría su identidad como personas consagradas.

El testimonio de una vida que manifiesta la primacía de Dios y que gracias a la vida en común expresa la fuerza humanizante del Evangelio es una poderosa proclamación del Reino de Dios.

La vida consagrada, enteramente evangélica y evangelizadora, en profunda comunión con los pastores de la Iglesia y en co-responsabilidad con los laicos, fieles a sus respectivos carismas, ofrecerá una significativa contribución a la nueva evangelización.

El Sínodo invita las Órdenes y Congregaciones religiosas a estar completamente disponibles para ir hasta las fronteras geográficas, sociales y culturales de la evangelización. El Sínodo invita a las religiosos a moverse hacia los nuevos areópagos de misión.

Porque la nueva evangelización es esencialmente un asunto espiritual, el Sínodo también subraya la gran importancia de la vida contemplativa en la transmisión de la fe. La antigua tradición de la vida consagrada contemplativa en sus formas de comunidad estable de vida de oración y de trabajo continúa siendo una ponderosa fuente de gracia en la vida y misión de la Iglesia. El Sínodo espera que la nueva evangelización haga que muchos abracen confiadamente este estilo de vida (Prop. 50).

A partir de esta proposición, vamos a recoger las principales insistencias surgidas a lo largo de los trabajos sinodales en relación con la vida religiosa y la nueva evangelización.

  • Reconocimiento a la labor de la vida consagrada

La primera idea que se afirma es que “la vida consagrada, tanto masculina como femenina, ha hecho una gran contribución a la labor evangelizadora”. Esta afirmación resume bien la actitud general de positivo reconocimiento con la cual fue vista la vida consagrada a lo largo del Sínodo. En efecto, ya desde los documentos preparatorios, los Lineamenta y el Instrumentum Laboris, se reconocía que el radicalismo evangélico, la atención por transmitir la fe en diversos contextos sociales y el testimonio profético del Reino han sido alentados en buena medida por los religiosos y religiosas, de modo que la vida consagrada constituye para la Iglesia “un don que ha de ser acogido con gratitud” y “una fuente de muchos frutos espirituales”[1].

Del mismo modo, en sendas relaciones, una previa, otra posterior a las intervenciones de los Padres en el Aula sinodal, las referencias a la vida religiosa fueron siempre positivas. En la Relatio post-disceptationem se afirmaba, por ejemplo: “La Iglesia ha sido bendecida por el ministerio y el testimonio de hombres y mujeres en la vida consagrada, los cuales continúan llevando el amor de Cristo al mundo a través de numerosas y diversas actividades. La vida consagrada es, en sí misma, un signo que indica a los demás la verdad del Evangelio”.[2]

Es importante notar que este reconocimiento no se remite sólo a la historia, ya pasada, de las comunidades religiosas, sino también al tiempo presente, en el que el tesoro de la fe sigue siendo manifestado por la presencia y acción, muchas veces escondida, de un sinnúmero de personas consagradas, tanto en las órdenes de antigua tradición como en las comunidades de reciente aparición. Su gran fuerza en el campo educativo,[3] su presencia caritativa en muchas zonas donde los cristianos son minoría,[4] su empeño por servirse de las nuevas tecnologías para evangelizar[5] son, entre otros, algunos de los ejemplos que, al respecto, resonaron en el aula sinodal. Igualmente, muchas comunidades religiosas están logrando ser muy eficaces en llegar a aquellos que nunca han conocido la fe o que la han abandonado por considerarla vacía y anacrónica. Como lo señalaba el arzobispo de Canterbury, esto se debe a que muchas comunidades religiosas han logrado convertirse “en puntos nodales para la exploración de la humanidad en un sentido más amplio y más profundo de cuanto ofrecen las actuales costumbres sociales”.[6] De este modo, si la vitalidad evangelizadora de los religiosos y religiosas ha marcado, y lo sigue haciendo, el ser de la Iglesia, existe la confianza de que ellos seguirán siendo actores de primer orden en la nueva evangelización.

  • Cuestionamientos al ser y a la acción de los miembros de la vida consagrada

Con este marco positivo de fondo, la proposición número 50 señala luego las que pueden considerarse “cuestionamientos” de los Padres sinodales a todos los religiosos y religiosas. Considero que algunas de ellos se relacionan más con el ser y la vida del consagrado mientras que otros iluminan su acción y su misión.

En la primera dimensión, los “cuestionamientos al ser”, sobresalen dos realidades: la identidad y el testimonio de la vida consagrada. Por una parte, se dice que estos tiempos de nueva evangelización exigen que las personas consagradas vivan con radicalidad y alegría su propia identidad. Esto significa que varios de los malestares que aquejan a los cristianos hoy día, como la superficialidad, el divorcio entre fe y vida, el pesimismo o la desconfianza, pueden contaminar también la existencia de los consagrados. Varias intervenciones señalaban la continua necesidad que tienen las comunidades religiosas de garantizar sea la fidelidad creativa al propio carisma, sea su adaptación a las circunstancias cambiantes del mundo mediante una escucha atenta de sus necesidades.[7] Otros manifestaban la importancia de vencer el miedo a mostrarse ante el mundo con un estilo de vida propio que, vivido en profunda sintonía con el Evangelio, llegue a ser un testimonio bello y fascinante del Evangelio.[8] En general, muchas voces hablaron de los sentimientos o de la pasión que debe animar a los nuevos evangelizadores: entusiasmo, alegría, “parresía”, optimismo, confianza, coraje. Sin duda, los religiosos y las religiosas pueden seguir siendo un ejemplo de estas energías que suscita la acción del Espíritu de Dios en su Iglesia.

Por otra parte, los tiempos de nueva evangelización exigen un renovado testimonio. Esta realidad, el testimonio, se repitió incesantemente como respuesta de todo bautizado al desierto interior inoculado por el secularismo y que pretende abarcarlo todo. Pero según la mencionada proposición, a los consagrados les compete especialmente ofrecer un doble testimonio: el de la primacía de Dios y el de la fuerza humanizante del Evangelio. Ellos deben mostrar que otra vida es posible. El Mensaje final del Sínodo hacía eco a este aspecto afirmando: “De un sentido de la vida humana más allá de lo terrenal son particulares testigos en la Iglesia y en el mundo cuantos el Señor ha llamado a la vida consagrada, una vida que, precisamente porque está totalmente dedicada a él, en el ejercicio de la castidad, la pobreza y la obediencia, es el signo de un mundo futuro que relativiza cualquier bien de este mundo” (Mensaje n.7). Se puede afirmar que esta vida nueva implica también un nuevo tipo de relaciones humanas, marcadas por la comunión y la fraternidad. La expresión “fuerza humanizante del Evangelio” hace referencia justamente a que la vida en común de los consagrados debe ser una proclamación de la comunidad humana tal y como la ha querido el Señor. [9]

La pérdida de la centralidad de Cristo y el individualismo son los grandes peligros que amenazan este doble testimonio. Para contrarrestarlos, la reflexión sinodal ha subrayado de múltiples modos la importancia del silencio, de la escucha de Dios y de la contemplación. Seguramente, ante los grandes y exigentes retos que plantea el mundo de hoy, no deja de existir la afanosa tentación de asociar la nueva evangelización con una defensa aguerrida de la fe, con nuevos y dinámicos cursos de acción, con planeaciones y programaciones detalladas, todo ello para implementarse lo antes posible. Pero resulta que la nueva evangelización es, ante todo, una cuestión espiritual, es decir, una labor que pertenece al Espíritu Santo y a la cual los hijos de Dios sólo se pueden asociar mediante una correcta mística.[10] Nuestra acción humana, válida y necesaria hoy más que nunca, viene después. Dios prima y el prójimo se convierte en hermano sólo en el silencio, allí donde se acoge la Palabra de Dios y se abandona el propio ser a las manos del Espíritu. Las comunidades son bastante sabedoras de esta intuición y conservan un vasto capital espiritual que debe constituirse en fuerza y alegría para la misión de la Iglesia. En este sentido, es bello constatar la altísima estima que siempre ha tenido, y que se confirma en estos tiempos de nueva evangelización, de la vida religiosa contemplativa, la cual también es mencionada en la proposición.

Respecto a la acción de los consagrados, el Sínodo también ha hecho un doble cuestionamiento. Por una parte se ha constatado que no obstante la Iglesia se haya visto renovada con la multiplicación de diversas realidades eclesiales, en las cuales se incluyen algunas formas de vida consagrada, sin embargo el sentido de verdadera comunión eclesial se puede desmoronar. La armonía no siempre existente entre carisma y jerarquía, por ejemplo, fue un tema recurrente en las intervenciones. También se habló de falta de cooperación entre los mismos consagrados. Un padre sinodal anotaba: “La dimensión carismática representa una de las más preciosas adquisiciones de la eclesiología del concilio Vaticano II, aunque si bien falta precisar su estatuto epistemológico. Esta dimensión está manifestada particularmente por la vida consagrada, la cual representa para los Obispos un recurso precioso y un reto. En las relaciones entre jerarquía y vida consagrada han surgido no pocos inconvenientes: algunas veces por una cierta ignorancia de los carismas y de su rol en la misión y comunión eclesial; otras por la inclinación de algunos consagrados a la contestación del Magisterio”.[11] En modo especial, sobre la parroquia – de cuya renovación se ocupó en gran medida la reflexión sinodal – también se anotó esta necesidad de entendimiento mutuo, de sinergia y cooperación ente las distintas realidades eclesiales: párroco, laicos, movimientos, consagrados, etc.[12] Si la fragmentación e independencia son características de la cultura secularizada, hay que garantizar al interno de la Iglesia un espíritu de profunda y responsable comunión, no sólo para hacer contrapeso a una tendencia del espíritu humano, sino porque ella se enraíza y encuentra su razón de ser en el misterio de la comunión divina. Esto exige, como lo sostenía otro padre sinodal, “que los movimientos eclesiales y las congregaciones religiosas existentes renueven su espiritualidad y su misión a la luz de la identidad común de la Iglesia”.[13] Así, “en profunda comunión con los pastores de la Iglesia y en co-responsabilidad con los laicos, fieles a sus respectivos carismas, la vida consagrada ofrecerá una significativa contribución a la nueva evangelización.” (Prop. 50).

Por otra parte, al final de la proposición relativa a la vida consagrada se invita a las Órdenes religiosas y a las Congregaciones “a estar completamente disponibles para llegar hasta las fronteras geográficas, sociales y culturales de la evangelización” y a “moverse hacia los nuevos areópagos de misión.” Sin desconocer su inmensa labor evangelizadora, este cuestionamiento contiene una voz de alarma implícita para los consagrados acerca la posibilidad real de perder el ímpetu pastoral, lo que se vería reflejado en la falta de “total disponibilidad” para evangelizar y en cierto “inmovilismo” que impediría reconocer nuevos espacios de misión. Si en los consagrados se menguase la disponibilidad y el arrojo para la misión, la Iglesia, sin duda, se debilitaría enormemente.

Algunas intervenciones, hechas con humildad y esperanza, trataron de indicar estos peligros. Sobre la posibilidad de perder el espíritu misionero, un padre sinodal expresó: “Quiero dirigir un llamado a las órdenes religiosas para que vuelvan a ser misioneras. En la historia de la evangelización, todas los órdenes, guidas por el Espíritu Santo, han hecho cosas extraordinarias y maravillosas. ¿Podemos decir los mismo, hoy, de las congregaciones religiosas? ¿Es posible que hayan comenzado a obrar como multinacionales, desarrollando una labor que es buena y necesaria para responder a las necesidades materiales de la humanidad, pero olvidando que el fin principal de su fundación era llevar el kerigma, el Evangelio a un mundo perdido?”[14]. En la misma línea, otro padre señalaba el riesgo de un anquilosamiento que puede obrar en detrimento del ser misionero: “La vida y el ministerio de los sacerdotes, religiosos y religiosas se han vuelto más prácticos que eclesiales. Parecería que la formación actual de los sacerdotes y del personal religioso tienda a hacerlos funcionarios para los diversos oficios de la Iglesia más que misioneros animados por el amor de Cristo. También en los lugares de misión ad gentes de la Iglesia, el funcionamiento a través de instituciones ha hecho perder a los sacerdotes y religiosos el impelente poder y la fuerza del Evangelio hacia el cual los compromete su vocación”.[15] Este tipo de voces de autocrítica no faltaron en referencia a otros actores de la evangelización, como los obispos y sacerdotes, e indican que si hoy se hace necesaria una nueva evangelización no es sólo porque el mundo sea renuente a la fe, sino también porque nosotros, los hijos de Dios, tenemos nuestra cuota de responsabilidad. A veces falta la actitud justa, otras la decisión para inculturarse en los nuevos areópagos, precisamente allí donde otrora los consagrados habían sabido demostrar gran intrepidez.[16] En este sentido, no deja de ser exigente el reclamo a desarrollar una pastoral urbana capaz de introducir la cuestión de Dios en el tejido de ese gran areópago que son las grandes ciudades de hoy (cf. Prop. 25).

  • Necesidad de conversión personal y de conversión pastoral

Si para el ser del consagrado el recurso a la contemplación aparecía como una exigencia ineludible, en lo concerniente a su acción y misión vale la pena señalar la exigencia de la conversión pastoral. Esta categoría, surgida de modo especial en la reflexión pastoral latinoamericana, ha venido tomando fuerza e indica un proceso mediante el cual una comunidad cristiana revisa, a la luz del Evangelio, su propio estilo de vida y las prácticas e instituciones que expresan su propia vocación.

El Sínodo habló mucho de la importancia de la conversión personal, es decir, del hecho de dejarse evangelizar como condición sine qua non para la nueva evangelización. Pero asimismo se afirma que “La nueva evangelización nos guía hacia una auténtica conversión pastoral, que nos empuja a actitudes y acciones que conduzcan a la vez a evaluaciones y cambios en la dinámica de las estructuras pastorales que ya no cumplen con las exigencias del Evangelio en la era actual” (Prop. 22).

Así, la conversión pastoral incluye la conversión personal, pero mira también la realidad de la comunidad en su conjunto, no sólo para generar actitudes más acordes con el Evangelio sino también acciones pastorales más eficaces.[17] A la base de ella está la humildad. Humildad para reconocer lo que por su obsolescencia y fatiga es necesario abolir o transformar, aquellas estructuras caducas que en vez de favorecer se convierten en un obstáculo para comunicar el don del encuentro con Cristo; humildad para implementar nuevas expresiones y buscar nuevos métodos, para purificar constantemente la memoria y abrir paso a la “creatividad pastoral”, expresión que el mismo Santo Padre utilizó en la misa de clausura del Sínodo como reclamo perentorio de la nueva evangelización para toda la Iglesia.

  • Carencias en las proposiciones sobre vida consagrada

Finalmente, quiero comentar dos aspectos de la reflexión sinodal que atañen la vida consagrada y, a pesar de haber sido recurrentes, no lograron reflejarse tan claramente en la proposición final que he venido comentando. El primero hace referencia a la opción por los pobres. Ciertamente, la proposición 31 la muestra como actitud de toda la Iglesia. Sin embargo, algunos Padres sinodales señalaron el mayor compromiso que esta opción exigía en los religiosos, en razón de los consejos evangélicos y, sobre todo, de la condición profética de su consagración.[18]

El otro elemento tiene que ver con la formación. Se habló mucho acerca de la necesidad de renovar la formación de los sacerdotes y religiosos para conformarla a las exigencias de la nueva evangelización.[19] Esto no se ve reflejado con tanta nitidez en las proposiciones, donde parece que el problema compete sólo a los obispos diocesanos en sus seminarios (Prop. 49). Sin embargo, sobre el tema hay dos menciones de interés. Por una parte, en la proposición 24 se hace énfasis sobre la Doctrina Social de la Iglesia como parte del itinerario de educación en la fe de los sacerdotes y religiosos. Por otra, en la proposición referida a la educación (Prop. 57) se reconoce la inestimable labor que pueden seguir realizando los consagrados en la formación de las nuevas generaciones. Se espera, pues, que la formación en estos tiempos de nueva evangelización corra, en buena medida, por cuenta de los consagrados.

Si, en general, el Sínodo enfatizó mucho en la urgencia de crear itinerarios de profundización y formación en la fe para todos los creyentes, mucho más énfasis se dio a la formación de aquellos que, por razón de su ministerio o carisma, deben ser los primeros en testimoniar qué significa haber encontrado a Jesucristo como Salvador. Sobre esta realidad formativa, me gustaría terminar recordando un párrafo presente en el Instrumentum Laboris: “Casi todas las respuestas [a las preguntas de los Lineamenta] contienen una invitación a promover en toda la Iglesia una intensa pastoral vocacional, que parta de la oración y comprometa a todos los sacerdotes y consagrados, pidiéndoles un estilo de vida que logre dar testimonio de lo atractivo de la vocación recibida y que logre también descubrir formas para dirigirse a los jóvenes. Lo mismo puede decirse de las vocaciones a la vida consagrada, especialmente las femeninas. Algunas respuestas han subrayado, además, la importancia de una formación adecuada en los Seminarios y los Noviciados, así como también en los centros académicos, en vista de la nueva evangelización”.[20]

Es necesario tomar nota de estos dos elementos, la opción por los pobres y la formación, que, a pesar de haber quedado debidamente resaltados en el texto final de las propuestas sí fueron objeto constante de reflexión en el aula sinodal. Ambos se deben incluir como rasgos del espíritu evangelizador para la vida consagrada hoy.

Epílogo

Después de este recorrido por las principales insistencias del Sínodo en referencia a los religiosos y religiosas, es inevitable volver al marco esperanzador en el que se realizó la reflexión sinodal sobre este punto y que esperamos será ratificado por el Santo Padre en su Exhortación Post-sinodal. Las personas que han consagrado su vida al servicio del Pueblo de Dios, por amor a Cristo, en los Institutos de Vida Consagrada, en la Sociedades de Vida Apostólica y en los Monasterios de Vida Contemplativa, son un tesoro para la Iglesia y de todas ellas se espera un gran “protagonismo” en la nueva evangelización.

Para los queridos religiosos y religiosas, como lo expresaba el Mensaje final del Sínodo, es indispensable una palabra de gratitud por su fidelidad al Señor y por la contribución que han hecho y hacen a la misión de la Iglesia; una palabra de esperanza para afrontar aquellas situaciones difíciles que estos tiempos de cambio les han traído; una palabra de aliento para que sigan reafirmándose como testigos y promotores de la nueva evangelización en los varios ámbitos de la vida a los cuales los llama cada carisma.

 

[1] Instrumentum Laboris, n.114. También cf. 96, 106, 115, 117. En los Lineamenta véase especialmente: n.8 y 15. Algunas intervenciones al respecto: Sor Mary Lou WIRTZ, F.C.J.M., Presidente del la Unión Internacional de Superioras Generales – U.I.S.G.(EEUU); Card. Josip BOZANIĆ, Arzobispo de Zagreb (CROACIA); P. Gregory GAY, C.M., Superior General de la Congregación de la Misión (Lazaristas); Card. Fernando FILONI, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

[2] Relatio post-disceptationem, Card. Donal Wuerl.

[3] Cf. Instrumentum Laboris n.114

[4] S. B. R. Béchara Boutros RAÏ, O.M.M., Patriarca de Antioquia de los Maronitas, (LIBANO)

[5] Cf. P. Robert Francis PREVOST, O.S.A., Prior General del la Orden de S. Agustín.

[6] Cf. Su Gracia Roger Williams. Intervención en el Aula.

[7] Cf. P. Mauro JÖHRI, O.F.M. Cap., Ministro General de la Orden Franciscana de los Frailes Menores Capuchinos; Sor Immacolata FUKASAWA, A.C.I., Superiora General de las esclavas del Sagrado Corazón de Jesús (JAPÓN).

[8] Cf. P. Mauro JÖHRI, O.F.M. Cap., Ministro General de la Orden Franciscana de los Frailes Menores Capuchinos.

[9] Cf. P. Emmanuel TYPAMM, C.M., Secretario General de la “Confédération des Conférences des Supérieurs Majeurs d’Afrique et de Madagascar – COSM.M.” (CAMERUN); Sor Yvonne REUNGOAT, F.M.A., Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora, Salesiana de Don Bosco (FRANCIA); P. Bruno CADORÉ, O.P., Maestro General de los Frailes Predicadores (Dominicos).

[10] Cf. Yvonne REUNGOAT, F.M.A., Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora, Salesiana de Don Bosco (FRANCIA); Rev. P. Bruno CADORÉ, O.P., Maestro General de los Frailes Predicadores (Dominicos).

[11] Card. Marc OUELLET, P.S.S., Prefecto de la Congregación para los Obispos (CIUDAD DEL VATICANO). Sobre este tema también P. Emmanuel TYPAMM, C.M., Secretario General de la “Confédération des Conférences des Supérieurs Majeurs d’Afrique et de Madagascar – COSMAM.” (CAMERUN); Mons. Francis Xavier Kriengsak KOVITHAVANIJ, Arzobispo de Bangkok (TAILANDIA); Mons. John CORRIVEAU, O.F.M. Cap., Obispo de Nelson (CANADA)

[12] El tema de la contribución de los religiosos a la vida parroquial apareció con fuerza ya en el Instrumentum Laboris (cf. n.82). Véase también la intervención de Rev. Jesús HIGUERAS ESTEBAN, Párroco di S. María de Caná en Madrid (ESPAÑA).

[13] Card. Zenon GROCHOLEWSKI, Prefecto de la Congregación para la Educación Católica (CIUDAD DEL VATICANO)

[14] Card. Telesphore Placidus TOPPO, Arzobispo de Ranchi, Presidente de la Conferencia Episcopal (INDIA)

[15] Card. George ALENCHERRY, Arzobispo Mayor de Ernakulam-Angamaly de los Siro-Malabareses (INDIA)

[16] Cf. P. Adolfo NICOLÁS PACHÓN, S.I., Prepósito General de la Compañía de Jesús (Jesuitas).

[17] Cf. P. Emmanuel TYPAMM, C.M., Secretario General de la “Confédération des Conférences des Supérieurs Majeurs d’Afrique et de Madagascar – COSMAM.” (CAMERUN); P. Adolfo NICOLÁS PACHÓN, S.I., Prepósito General de la Compañía de Jesús (Jesuitas).

[18] Cf. P. Emmanuel TYPAMM, C.M., Secretario General de la “Confédération des Conférences des Supérieurs Majeurs d’Afrique et de Madagascar – COSMAM” (CAMERUN)

[19] Sobre la formación de los candidatos a la vida consagrada: Cf. Mons. Launay SATURNÉ, Obispo de Jacmel (HAITI); Mons. Joseph Anthony ZZIWA, Obispo de Kiyinda-Mityana (UGANDA); P. Pascual CHÁVEZ VILLANUEVA, S.D.B., Rector Mayor de la Sociedad Salesiana de S. Juan Bosco (Salesianos), Presidente de la Unión de Superiores Generales (U.S.G.); Mons. Benjamin PHIRI, Obispo titular di Nachingwea, Auxiliar de Chipata (ZAMBIA); Mons. José Luis AZUAJE AYALA, Obispo de El Vigía – San Carlos del Zulia, Vice Presidente de la Conferencia Episcopal (VENEZUELA); Fr. Emili TURÚ ROFES, F.M.S., Superior General de los Hermanos Maristas de las Escuelas (Pequeños hermanos de María) (ESPAÑA).

[20] Instrumentum Laboris, n.84

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PARTICIPACIÓN DEL CEFNEC EN LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA

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El Centro de Formación para la Nueva Evangelización y Catequesis, CEFNEC, de UNIMINUTO, S.P. fue invitado por los departamentos de Ministerios Ordenados y Vida Consagrada, de la Conferencia Episcopal de Colombia, para participar del encuentro conjunto de los obispos y los rectores de seminarios para estudiar la nueva Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, que se realizó del 6 al 11 de febrero en Bogotá, Colombia.

El objetivo del encuentro era conocer y profundizar las orientaciones contenidas en la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis de la Congregación del Clero, con el fin de responder con renovado espíritu evangelizador y misionero a los desafíos que plantean los procesos de acompañamiento de los futuros pastores de la Iglesia colombiana.

Para este evento los obispos invitaron a Mons. Jorge Carlos Patrón Wong, de la Congregación del Clero, secretario para los seminarios.

Como resultados concretos de la participación se consolidaron los vínculos con la Conferencia Episcopal de Colombia, además se fortaleció el diplomado de Antropología de la Vocación Cristiana, que desde el año pasado, junto con PSIGRECO, se ofrece a todos los agentes de Pastoral Vocacional de las 13 provincias eclesiásticas de Colombia.

Igualmente se compartió con algunos rectores de los Seminarios de las Diócesis Urbanas de Bogotá, la experiencia de Nueva Evangelización que viene desarrollando el CEFNEC en la etapa propedéutica de la formación sacerdotal.

VISITA DEL CEFNEC A PUERTO RICO

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El Centro de Formación para la Nueva Evangelización y Catequesis, CEFNEC, de UNIMINUTO S.P. fue invitado por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, para participar en una misión pontificia de visita a la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, en Ponce, del 14 al 18 de Enero del 2017.

La finalidad de la misión era encontrarse con las autoridades eclesiásticas y universitarias para conocer los programas desarrollados por la Iglesia de Puerto Rico y por la Universidad relacionados con la Nueva Evangelización.

Al mismo tiempo presentar en esos ambientes el CEFNEC y su Observatorio de Nueva Evangelización con el ánimo de establecer alianzas y redes de Centros de Nueva Evangelización, ofreciendo nuestra colaboración en Nueva Evangelización.

Tuvimos encuentros con el Arzobispo Metropolitano de San Juan, Monseñor Roberto Octavio González Nieves, ofm, con el Señor Obispo de Caguas y Gran Canciller de la Universidad, Mons. Rubén Antonio González Medina, cmf, con el Presidente de la PUCPR, Dr. Jorge Iván Vélez Arocho, y las autoridades de la Universidad Católica.

Se dialogó ampliamente sobre el “Programa Nacional de Acciones Pastorales para la Nueva Evangelización de Puerto Rico, años 2015-2020” de la Iglesia puertorriqueña, sobre la amplia colaboración de la Pontificia Universidad Católica en la elaboración y puesta en marcha de ese Programa Nacional y sobres los aportes que el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización y el CEFNEC de UNIMINUTO están en capacidad de ofrecer tanto al Programa Nacional como a la pastoral universitaria.

Como resultados concretos de la visita ya se está estableciendo un Convenio Marco de Cooperación entre la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico y UNIMINUTO.

El CEFNEC, a solicitud de la Parroquia Santo Cristo de la Agonía de San Juan, le ha ofrecido un curso de formación de agentes pastorales en Nueva Evangelización.

El CEFNEC agradece al Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización la gentil invitación y a los Obispos y autoridades de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, en Ponce, su excelente y delicada acogida.