Novedad
“En la realización de la obra evangelizadora tampoco conviene olvidar que algunos conceptos y palabras, con los que tradicionalmente ha sido realizada, han llegado a ser casi incomprensibles en la mayor parte de las culturas contemporáneas. Conceptos como el de pecado original y sus consecuencias, redención, cruz, necesidad de la oración, sacrificio voluntario, castidad, sobriedad, obediencia, humildad, penitencia, pobreza, etc. han perdido en algunos contextos su original sentido positivo cristiano. Por eso la Nueva Evangelización, con extrema fidelidad a la doctrina de la fe enseñada constantemente por la Iglesia y con un fuerte sentido de responsabilidad respecto del vocabulario doctrinal cristiano, debe ser capaz también de encontrar modos idóneos de expresarse hoy en día, ayudando a recuperar el sentido profundo de estas realidades humanas y cristianas fundamentales, sin que por ello deba renunciar a la formulación de la fe, ya fijada y adquirida, que se contiene de modo sintético en el Credo (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, No. 171)”[1].
Para Benedicto XVI la Evangelización es “Nueva” no en los contenidos sino en el impulso interior, abierto a la gracia del Espíritu Santo, que constituya la fuerza de la ley nueva del Evangelio y que renueva siempre a la Iglesia; “nueva” en la búsqueda de modalidades que correspondan a la fuerza del Espíritu Santo y sean adecuadas a los tiempos y a las situaciones; “nueva” porque es necesaria incluso en países que ya han recibido el anuncio del Evangelio”[2].
El Papa Francisco reafirma que Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre[3], pero su riqueza y hermosura son inagotables. Aunque la Iglesia atraviese épocas oscuras y debilidades, Él puede siempre renovar nuestra vida y nuestra comunidad, puede romper los esquemas y sorprendernos con su divina creatividad. La novedad de la acción evangelizadora brota cada vez que intentamos volver a su fuente y recuperar su frescura original, y así aparecen nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos elocuentes y palabras cargadas de profundo significado para el mundo actual. Toda acción evangelizadora auténtica es nueva, pero no es una tarea heroica personal sino un impulso del Espíritu de Dios que misteriosamente quiere suscitar, inspirar, provocar, orientar y acompañar de múltiples formas[4] la misión de la Iglesia. Él es quien da a la Iglesia el valor de perseverar en todos los tiempos, fiel a su verdad, y también de buscar nuevos métodos de evangelización, para llevar el mensaje de Jesús hasta los extremos confines de la tierra[5] a los hombres de todos los tiempos.
La Nueva Evangelización es volver al amor primero del que habla el Apocalipsis en la carta a la Iglesia de Éfeso; está encaminada a hacer posible que el hombre y la mujer de esta sociedad secularizada vuelvan a sentir la alegría de la presencia, de la cercanía y del amor de Dios en sus vidas. La novedad hay que buscarla en el Evangelio mismo, que es la Buena Nueva que se proclama sin cesar, el anuncio del Reino de Dios que ha llegado a nosotros. La novedad no radica en lo temporal, como aquello que surge o aparece por primera vez, sino en lo cualitativo (atrayente, maravilloso, lleno de vida) del mensaje; esa novedad debe estar profundamente arraigada en el corazón de quien la anuncia, que debe estar enteramente enamorado del Señor. La Palabra de Dios, fuente de la vida cristiana, muestra su novedad al interpelarnos hoy como lo ha hecho con los hombres de todos los tiempos.
El Papa San Juan Pablo II, para explicar los parámetros en los cuales se enmarca la nueva evangelización acuñó unas expresiones que se tornaron clásicas al referirse al nuevo impulso misionero que debe tener la tarea evangelizadora: nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión.
“Nueva en su ardor” se trata del entusiasmo, la alegría, el vigor y la convicción con los que se anuncia el Evangelio. La clave está en que quien hace el anuncio de Cristo sea un “hombre nuevo”, alguien que haya aceptado la conversión y esté profundamente unido a él para lograr la santidad. Este nuevo ardor es volver a predicar como lo hicieron los primeros discípulos que transformaron el mundo, es decir, con lo que el lenguaje neotestamentario llama la parresía: la valentía para no callar la verdad, la audacia para ir hacia aquellos que hasta el momento no quieren escuchar, el obrar impulsados por el fuego del amor divino, como lo hicieron el apóstol san Pablo y los mártires del inicio de la Iglesia, que no se acobardaron ante los azotes, la cárcel o la muerte misma.
“Nueva en sus métodos” se trata de una verdadera renovación pastoral, para dejar de lado los métodos ya caducos, para buscar la calidad y la profundidad en el modo de anunciar el Evangelio, con verdaderos procesos evangelizadores, como lo hizo Jesús con sus discípulos, pero con las herramientas de comunicación de la actualidad. Significa poner todo lo que esté a nuestro alcance para pasar de una pastoral de conservación a una pastoral misionera, que salga al encuentro de los alejados y, en fidelidad al Espíritu Santo, busque responder con valentía y audacia a los desafíos que se presentan para el cumplimiento de la misión de la Iglesia. De ahí la necesidad de una gran creatividad y de una “conversión pastoral”, que tenga en cuenta el contexto histórico en el que vive la Iglesia, lo cual debe llevar a vivir y promover una espiritualidad de comunión y participación, en la que se dé amplio espacio al dinamismo de los laicos para que ejerzan su liderazgo y su responsabilidad eclesial, especialmente los jóvenes.
En la era digital en la que nos encontramos hay que tener en cuenta, como nos dice Benedicto XVI, que “las nuevas tecnologías no modifican sólo el modo de comunicar, sino la comunicación en sí misma, por lo que se puede afirmar que nos encontramos ante una vasta transformación cultural”.
“Nueva en su expresión” se trata de buscar un lenguaje que, sin traicionar el sentido profundo de los misterios de nuestra fe, sea comprensible al mundo presente y se adapte a las diversas situaciones y a las diversas culturas. Esto exige revitalizar los lenguajes tradicionales que se han utilizado en la catequesis, en la liturgia y en los demás medios de comunicación de la fe. La Iglesia debe entrar en diálogo con la cultura actual para romper las distancias que separan al hombre de hoy de las riquezas del Evangelio y hacerle sentir la cercanía y deseo de solidaridad y comunión que inspira la catolicidad de la Iglesia. Iglesia y cultura actual se necesitan mutuamente. Exige, por consiguiente, que sea algo vivencial y, por lo tanto, es muy necesario que quien evangeliza dé testimonio con su vida y sea coherente con la fe que profesa. En los comienzos de la Iglesia los primeros cristianos convencieron por su testimonio de vida, por el servicio desinteresado a los demás y por el amor que se tenían: así creció la primera comunidad[6].
El adjetivo “nueva” hace referencia al cambio del contexto cultural y evoca la necesidad que tiene la Iglesia de recuperar energías, voluntad, frescura e ingenio en su modo de vivir la fe y de transmitirla. Las respuestas recibidas han mostrado que esta llamada ha sido acogida de distintas maneras en las diversas realidades eclesiales, pero el tono general es de preocupación. Se tiene la impresión que muchas comunidades cristianas no han percibido plenamente todavía la magnitud del desafío y la entidad de la crisis provocadas por este clima cultural también dentro de la Iglesia. A este respecto, se espera que el debate sinodal ayude a tomar conciencia, en modo maduro y profundo, de la seriedad de este desafío con el cual nos estamos confrontando. Más profundamente, se espera que la reflexión sinodal se amplíe al tema del fenómeno de la secularización, sobre los influjos positivos7 y negativos ejercidos sobre el cristianismo, sobre los desafíos que pone a la fe cristiana.
Evangelización permanente, que renueva su ardor, sus métodos y expresiones pero conserva la esencia de su verdad inalterada e inalterable.
[6] Cfr. Ruiz, O. (2012). pp. 125-160.
[7] «En cierto sentido, la historia viene en ayuda de la Iglesia a través de distintas épocas de secularización que han contribuido en modo esencial a su purificación y reforma interior»: BENEDICTO XVI, Discurso durante el Encuentro con los católicos comprometidos en la Iglesia y la sociedad (Friburgo, 25 de septiembre de 2011): AAS 103 (2011) 677.