INICIACIÓN CRISTIANA Y TRANSFORMACIÓN MISIONERA DE LA IGLESIA
Un asunto clave en América Latina ahora tiene un carácter universal gracias a la exhortación del Papa Francisco “la Alegría del Evangelio”. En Aparecida recibe el nombre de “conversión pastoral y renovación misionera de las comunidades” (DA 375-379). En el documento del Papa este asunto ocupa todo el capítulo primero que lleva por título “la transformación misionera de la Iglesia” (EG 19-49).
Al interior del llamado que hace el Papa a una Iglesia en salida y que “primerea” se encuentra la siguiente afirmación: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera que no puede dejar las cosas como están” (EG 25). En este mismo sentido, las palabras de Aparecida son las siguientes: “Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe” (DA 365).
Es un hecho que el ahora Papa Francisco hace extensivo su sueño de transformación de misionera a toda la Iglesia universal, cuando en la exhortación sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, afirma: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida” (EG 27).
El llamado a la conversión misionera de la pastoral es para toda la Iglesia, para todos en la Iglesia y para todas las acciones o mediaciones eclesiales. La catequesis no debe sustraerse a este llamado. De hecho llamados a la renovación de la catequesis y a búsquedas de nuevos paradigmas de la catequesis son comunes en el mundo entero. Signo de ello son la cantidad y variedad de documentos de las Conferencias Episcopales, los seminarios y simposios y la inmensidad de publicaciones al respecto. Referente fundamental de todos estos esfuerzos de conversión pastoral en el campo de la catequesis es el actual Directorio General para la Catequesis del año 1997. A lo que se suma el RICA, referente actual en la inspiración de procesos catecumenales como fue posible reconocerlo en las distintas experiencias presentadas en el congreso mundial del catecumenado en Santiago de Chile en el año 2014.
El presente texto tiene como propósito introducirse en las transformaciones y conversiones que se requiere hoy en la Iglesia de cara a que la catequesis cumpla adecuada y fructíferamente con su tarea de estar al servicio de la iniciación cristiana. Transformaciones que tocan tanto a las personas, como a las comunidades y estructuras eclesiales, si recordamos los términos usados por el Papa Francisco y por el documento de Aparecida.
Se parte de una mirada rápida del contexto, para hacer un repaso sobre algunas transformaciones o conversiones mentales que han de acompañar o van de la mano de conversiones estructurales. No se va a centrar esta reflexión en una estructura en particular, aunque lo dicho aplicará especialmente para las diócesis y las parroquias.
Ad gentes entre nosotros
El documento de Aparecida en el aparte dedicado a la conversión pastoral y renovación de las comunidades, además de hacer este llamado, lo hace porque es consciente que las situaciones de evangelización son cambiantes y novedosas. Por eso, dirá, “la pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos” (DA 367). Con lo cual deja claro que los llamados a la conversión pastoral son también, pero no solo, como se dirá más adelante, resultado del contexto.
En cuanto al contexto, es común hoy volver a hablar de nueva evangelización. El pasado sínodo de obispos del año 2012 lo puso nuevamente de moda. Dentro de las muchas y posibles maneras de entender el concepto Nueva Evangelización, hay una que sobresale tanto en los lineamenta como en el “instrumento de trabajo”[1]. Además de los constantes llamados a la conversión personal, pastoral y estructural, el concepto nueva evangelización señala la novedad del actual momento sociocultural. Tanto que se dice que es “nueva” por la “novedad” del contexto.
A este respecto es bien diciente la siguiente afirmación que se mantiene invariable entre un documento y otro (lineamenta e instrumento laboris): “Estas nuevas condiciones de la misión nos ayudan a intuir que el término “nueva evangelización” indica finalmente la exigencia de encontrar nuevas expresiones para ser Iglesia dentro de los contextos sociales y culturales actuales, en proceso de continua mutación. Las figuras tradicionales y ya establecidas –que por convención son indicadas con las expresiones “países de cristiandad” y “tierras de misión”– junto con su claridad conceptual muestran sus límites. Son demasiado simples y hacen referencia a un contexto en vía de superación, para poder funcionar como modelos de referencia para la construcción de las comunidades cristianas actuales”. A la que se suma esta otra: “En un escenario como éste, la nueva evangelización nos permite aprender que la misión ya no es un movimiento norte-sur o este-oeste, porque es necesario desvincularse de los confines geográficos”.
Con todo ello queda claro que el contexto misionero es común a toda la Iglesia hoy, incluyendo el continente latinoamericano. Lo anterior no significa que los contextos eclesiales sean ahora en todo el mundo contextos “ad gentes”, en el sentido más clásico del término. Más bien habla de una realidad novedosa: “Ad gentes” también existe en la América Latina siglo XXI, sobre todo si se le sabe dar a este término una connotación cultural y antropológica y no solo geográfica, a modo como lo pide el Papa Benedicto en una afirmación suya citada por Aparecida 375: “El campo de la Misión ad gentes se ha ampliado notablemente y no se puede definir sólo basándose en consideraciones geográficas o jurídicas. En efecto, los verdaderos destinatarios de la actividad misionera del pueblo de Dios no son sólo los pueblos no cristianos y las tierras lejanas sino también los ámbitos socioculturales y, sobre todo, los corazones”.[2]
Pero y con todo que se amplié el concepto “Ad Gentes”, y que se diga que Ad gentes está entre nosotros, es necesario mantener la diferencia de situaciones tal como lo pide el Papa Juan Pablo II en Redemtoris Missio: “No parece justo equiparar la situación de un pueblo que no ha conocido a Jesucristo con la de otro que lo ha conocido, lo ha aceptado y después lo ha rechazado, aunque haya seguido viviendo en una cultura que ha asimilado en gran parte los principios y valores evangélicos. Con respecto a la fe son dos situaciones completamente distintas” (RM 37)
No es este el espacio para ahondar de modo profundo en todas las situaciones que caracterizan el momento actual de la evangelización. Pero para el caso de la catequesis si es bueno tener presente lo que el último sínodo abordó con mayor preocupación: las transformaciones en la transmisión de la fe, común, con diferencias, a los distintos países y continentes. Transformaciones que han puesto en crisis todo el modelo de evangelización y de catequesis tradicional, hasta el punto, dirán algunos, de exigir su completa reestructuración. Pues son transformaciones que impactan a todos los apoyos eclesiales (parroquia), familiares y sociales sobre los que de un modo “pacifico” y sereno” se acostumbró a llevar a cabo la catequesis en las parroquias y comunidades.[3]
Con ello es claro que la conversión pastoral va de la mano del asumir por parte de todos en la Iglesia que el así llamado contexto de cristiandad, o está en proceso de desaparición o ya desapareció del todo. El llamado a la transformación misionera solo tendrá eco y será acogido, si asume el contexto actual sin descalificarlo o en la añoranza de tiempos y sociedades que pasaron y no volverán.
Aunque América Latina sigue siendo un continente de mayorías católicas, aunque el peso de lo institucional de la Iglesia católica sea aún fuerte en nuestros países, aunque se conserve fuerte y significativo el legado de la piedad popular, aunque aún hoy día las solicitudes de bautismo de niños sea alta y aunque los grupos de primeras comuniones y confirmaciones sean extensos, también nuestro continente es continente de misión. Y lo es, porque la condición de muchos de estos bautizados, “eucaristizados” y confirmados es de bautizados no convertidos. Eso explica el llamado recurrente de Aparecida de pasar de la situación de bautizados sociológicos o no convertidos, a hacer de todo bautizado un verdadero discípulo misionero de Jesucristo.
Por otro lado, la realidad eclesial se ha fuertemente complejizado. Para el Directorio General esto significa la coexistencia de pluralidad de situaciones socio-religiosas frente al Evangelio, con lo cual se ha roto la hegemonía y la homogeneidad católica característica de la cristiandad. Hoy es posible que en el territorio de una misma Iglesia particular convivan en sus diferencias situaciones ad gentes, situaciones de acción pastoral con la presencia de comunidades y creyentes maduros y en constante crecimiento, y situaciones de bautizados alejados y al margen de la vida de la Iglesia. También hay que reconocer el crecimiento y aumento de grupos cristianos y religiosos de diverso orden, como el aumento del ateísmo, del gnosticismo y de la indiferencia.
Hoy en la Iglesia hemos de ser conscientes que no obstante las afirmaciones magisteriales, los diversos estudios sobre la iniciación cristiana y la puesta en marcha de propuestas catecumenales, la pastoral de la iniciación cristiana en algunos lugares no existe, o no se ha entendido bien su alcance o es aún muy incipiente. No es suficiente con decir que como hay bautismos de niños, primeras comuniones y confirmaciones en todas las parroquias hay iniciación cristiana entre nosotros. Por el contrario, esto es más bien ocultar la realidad o vivir de espaldas a ella. Con lo cual también se invalida el argumento de aprovechar el momento, porque luego no van a volver. Este tipo de afirmaciones traiciona la teología de la gracia, la teología de los sacramentos, la teología de la fe y de la conversión. Además de ser pedagógicamente contraproducente.
Para el caso nuestro de América Latina, la afirmación de Aparecida es contundente: “la iniciación cristiana ha sido pobre y fragmentada” (DA287). Si bien es una frase dicha en el año 2007, deberíamos preguntarnos qué tanta esta situación de pobreza y fragmentación en lo que llamamos iniciación cristiana, se conserva, y si se quiere, empeora, pues no ha dejado de ser cursos y lecciones así le pongamos el rotulo nuevo de catecumenado o de itinerario catecumenal. En la práctica puede darse que existan libros con el nombre de catecumenados, sin catecúmenos. Y no sólo (o no tanto) porque no haya gente inscrita o asistiendo, porque a lo mejor son igual o más que antes, sino porque la mentalidad de curso se mantiene intacta tanto en la oferta como en la demanda.
Lo interesante del sínodo de obispos del 2012 sobre la nueva evangelización y la crisis de transmisión en la fe consiste en hacernos ver que los problemas relacionados con la iniciación cristiana son de toda la Iglesia y de todos en la Iglesia. Y esta es otra conversión pastoral que se nos pide: dejar de mantener encerrado el tema de la iniciación cristiana entre los estudiosos de la catequesis, los catequistas y a alguien abierto a esta perspectiva desde su disciplina o desde su preocupación pastoral. En otras palabras: la Iglesia entera y todos en la Iglesia hemos de convertirnos a la opción evangelizadora por la iniciación cristiana. Pues de este modo se empezará a ser realidad uno de los principios catequísticos fundamentales en el nuevo paradigma catequístico: “la comunidad cristiana es el origen, lugar y meta de la catequesis”. Y comenzará a verse la iniciación cristiana y el catecumenado no sólo como una técnica nueva para hacer lo mismo de siempre, sino como un modo de ser Iglesia y de evangelizar en el mundo contemporáneo.
En síntesis, dos conversiones o transformaciones solicita el hecho de ser conscientes de la presencia de Ad gentes en nuestras diócesis y parroquias. Primero, asumir la realidad. El mundo para evangelizar y vivir la fe es el que tenemos. Nada de añoranzas y de apegos a otros tiempos que no volverán. Segundo, hablarnos con la verdad. Si bien es cierto que se ha avanzado en la toma de conciencia sobre la importancia de la iniciación cristiana y que de a poco se ven experiencias que apuntan en esta línea, aún no podemos decir que la mentalidad de curso y de lecciones ha desaparecido de nuestras prácticas. Muchas de ellas se construyen desde ella aunque se llamen catecumenados. Y se asista o participa de ellas con esta misma mentalidad.
Ad gentes como perspectiva
Analizando la realidad en cambio, Víctor Codina, estudioso de la Iglesia en América Latina, va a afirmar: “la división tan neta del Vaticano II entre una Iglesia ya establecida y estructurada (Lumen Gentium) y una Iglesia en germen en zonas geográficas y jurídicas de misión a pueblos paganos (ad gentes) ha desaparecido en gran parte. Ahora la Iglesia se halla toda ella en estado de misión, misión no sólo para los zonas geográficas alejadas donde viven los pueblos llamados infieles o paganos (lo que se llama misión ad gentes), sino también misión hacia grupos humanos muy diversos que viven en territorios de tradición católica, pero que están alejados de la Iglesia”.[4]
Por ello, dirá este mismo autor, también América Latina ha de pasar de la pastoral tradicional de Lumen Gentium a la misionera del decreto Ad Gentes. Porque este documento hoy en toda la Iglesia “ha pasado de ser un tanto territorial y geográfico para algunos países de misión, a ser un documento emblemático inspirador de la nueva situación eclesial, una Iglesia toda ella misionera que evangeliza nuevas situaciones de misión”.[5]
La transformación misionera de la Iglesia pide asumir ad gentes en dos sentidos: como contexto y como lectura o perspectiva de lectura del actual contexto misionero en toda la Iglesia.[6] Con lo cual se podrá dar el verdadero salto de calidad y pasar en serio de una pastoral de conservación a una pastoral misionera como lo pide Aparecida. O una pastoral nueva en misión como prefieren llamarla algunos expertos.
Ad gentes como perspectiva permite comprender las realidades de modo distinto. Ante todo, ayuda al evangelizador a superar esa mirada nostálgica del pasado que suele caracterizar a muchos. Quienes por vivir aferrados a situaciones y realidades inexistentes no asumen el presente y sus posibilidades para anunciar el evangelio. El contexto actual no es peor ni mejor que otros para el anuncio del evangelio. Es el en el que nos corresponde ser testigos de Cristo y anunciar el evangelio.
Ad gentes como perspectiva de comprensión de la realidad y de la misión evangelizadora de la Iglesia hoy, apunta a que en nuestro ser y quehacer evangelizador resurjan las preguntas auténticamente misioneras. Preguntas que han de orientar la transformación misionera. Preguntas que, a su manera y para su contexto, acompañó la acción evangelizadora de la Iglesia de los orígenes. Preguntas olvidadas y dejadas de lado en contextos de cristiandad y de pastoral de conservación y homogénea. Estas preguntas son: ¿Cómo ser Iglesia hoy? ¿Cómo ser discípulos de Jesús hoy? ¿Cómo formar discípulos de Jesús hoy? ¿Cómo hablar de Dios hoy?
Es claro que son preguntas más de fondo que de formas. Apuntan a hacer creíble el hecho cristiano hoy, donde para muchos es imposible creer en Dios, ser miembro de la Iglesia y ser moderno o posmoderno. Son preguntas por el modo de vivir la fe, de anunciar el evangelio, de ser comunidades cristianas y de convocar y formar en la fe en las actuales sociedades complejas, del conocimiento, de la ciencia y de la tecnología, democráticas, plurales y laicas.
Son preguntas y llamados a la conversión que ponen en tela de juicio el modo de asumir el hecho cristiano en América Latina y de educar en la fe, señalado por Aparecida en los siguientes términos: “No resistiría los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados” (DA 12).
La pregunta por el hecho cristiano hoy, sobre la posibilidad de “ser a la vez moderno y seguidores de Jesús”, es algo común en la reflexión teológica y pastoral de hoy. Uno de los estudiosos más relevantes en este campo es el español José María Mardones. Se pregunta Mardones: “¿La religión ayuda a crear una sociedad laica, pluralista y democrática? ¿O la religión es un apéndice retrógrado de una época histórica y social superada, cuyo destino es el olvido y la desaparición?” [7] Son preguntas no solo por el contexto, sino también preguntas por el modo de ser fielmente hoy la Iglesia de Jesús, y de ser fielmente hoy discípulos de Jesús. Preguntas que permiten entender el llamado a la nueva evangelización como el llamado a un nuevo tipo de presencia eclesial y de ser discípulos en la sociedad y en la ciudad secular, global, democrática, laica y plural.[8] Es la pregunta por la nueva forma de presencia social del cristianismo, debido a una nueva forma de ser Iglesia sin medio confesional.
Hoy se requiere un proceso de discernimiento sobre la peculiaridad y la novedad cristiana. Es un nuevo contexto que pide a la Iglesia redefinir sus funciones en la sociedad secular y laica. Es un contexto que pide superar la figura tradicional del creyente en Cristo, y buscar desde el evangelio figuras nuevas que permitan al discípulo de Jesús y a su Iglesia ser “modernos y discípulos” a la vez.
Algunos dirán que no se trata de repetir modelos del pasado, tanto de Iglesia como de creyente. Más bien se ha de asumir el fin de un modo particular del cristianismo, que no es para nada el fin del cristianismo. Pues de lo que se trata es encontrar un modo nuevo de ser y de pertenecer. Modo nuevo en la que encajan términos comunes hoy como cristianismo de frontera, Iglesia de diáspora, creyentes místicos de los ojos abiertos, contexto de fe expuesta, Iglesia adulta con creyentes adultos. Y ahora último, una Iglesia en salida y accidentada, una de las mayores insistencias del Papa Francisco.
Desde ad gentes como perspectiva, es claro que el modelo tradicional de pastoral y de catequesis no es ni acorde con el momento ni con el tipo de cristiano que se necesita hoy. Se necesitan potenciar otros modelos, que formen un cristiano que descubre la necesidad de estar presente en donde se conforma la sociedad del presente y del futuro. Un creyente para quien la fe no es una realidad marginal o una zona peculiar de la vida. Un creyente y una Iglesia que abandona la actitud de cristiandad asentada y adopta la actitud del testimonio, desde la cual se comprenden las funciones cultuales y sacramentales.
El modelo de ser Iglesia, de vivir la fe y anunciar el evangelio hoy, ha sido objeto de estudio por muchos teólogos contemporáneos. Casiano Floristán la describe a grandes como “una Iglesia firmemente evangélica, dialogante y al servicio de la sociedad, sin nostalgias de la cristiandad o de un Estado confesional políticamente impuesto”.[9] O como va a afirmar Juan Martín Velasco, “se trata de pasar de la institucionalización resumida en el modelo de Iglesia – sociedad perfecta, con un predominio absoluto de la jerarquía convertida en el centro, al modelo de la fraternidad propuesto por el Nuevo Testamento, comunidad de hijos del Padre común, iguales en dignidad y en derechos; todos activos y corresponsables; todos dotados de diferentes carismas y destinados a diferentes ministerios; todos al servicio del Reino, a través del servicio a los hermanos y al mundo”.[10]
El estudioso francés Henri Derroitte dirá que ello pide pasar de “una Iglesia dominadora, cuadriculada y de poder, que impone sus verdades y valores, pues pretende ser la única que detenta una autoridad divina para solventar todos los problemas”. A una “Iglesia de diálogo, que no puede definir ella sola y contra la opinión de todo el mundo dónde está el bien y dónde está el mal (…). Una Iglesia dispuesta a servir al mundo, una Iglesia que se encuentra ella misma en estado de evangelización y de diálogo, una Iglesia solidaria con los pobres y al servicio de la promoción y liberación integral de todos, una Iglesia comunidad que adopta formas nuevas, una Iglesia que ha superado el paternalismo, el infantilismo y la dominación masculina (…). Lo que hace necesario refundar las comunidades cristianas como comunidades de frontera, simbólicas y proféticas, comunidades que no viven fuera del mundo sino que se consagran a vivir los valores del Evangelio en el mundo (…). Comunidades frontera situadas en medio de la gran comunidad humana, comunidades- frontera con fronteras abiertas, que se preocuparán más de sus deberes que de sus derechos. Que sólo serán proféticas cumpliendo la condición de la proximidad. Que reformularían sin cesar su lugar frente al pluralismo y la diversidad”.[11]
Todo ello exige superar formas clericales, autoritarias y unilateralmente “sacrales” de presencia y de educación, que hacen difícil que el cristianismo incida en la vida ciudadana. Pues explica los actuales problemas de predicación y de presentación del mensaje cristiano, que corresponde más a una estética rural y tradicional, que al dinamismo participativo de la ciudad. Formas que para muchos son expresión del miedo al debate, al diverso y a la democracia que caracterizan a la Iglesia, y que le hacen difícil, y hasta imposible, el diálogo con la posmodernidad. Pues entre más secular es la sociedad, más clerical se hace el cristianismo. Cuanto más profana y laica es la sociedad, más se insiste en el carácter sagrado y jerárquico del cristianismo.
Una lectura atenta las formas descritas de ser Iglesia y de ser Creyentes van a permitir a todos entender que el modelo escolar, de cursos, presacramental, homogéneo, “infantilizante” y por edades establecidas para los sacramentos de iniciación cristiana está desgastado, no resulta creíble ni significativo para muchos de nuestros contemporáneos. Puede ser que el peso de la tradición lo sostenga por un tiempo. Puede ser que el miedo a que la gente se vaya lo alimente y busque perpetuarlo. Pero la realidad demuestra que un modo nuevo de pensar y de hacer es necesario en la Iglesia.
En síntesis, las transformaciones mentales y estructurales en diócesis y parroquias de asumir Ad gentes como perspectiva son más de fondo que de forma. Pues como se dijo, el reto es hacer creíble y significativo el hecho cristiano hoy. Para el caso de la iniciación cristiana y de la catequesis no basta con cambiar el orden de los temas o poner o quitar fechas. Tampoco es suficiente reorganizar lo mismo u organizar catecumenados pero con la misma mentalidad de cristiandad.
Regularmente en estos temas de fondo la experiencia muestra que son asuntos que no se tocan. Lo más fácil es apuntar a las formas, a los programas, a las fechas, a los temas. Pero es claro que la renovación de la pastoral de la iniciación cristiana pasa necesariamente por la reforma de la Iglesia. O también: la reforma de la pastoral de la iniciación cristiana, traerá como consecuencia la reforma de la Iglesia. Por eso, conversión necesaria en estos asuntos es ver en el catecumenado no una técnica nueva para hacer los cursos de siempre o un modo nuevo de listar los temas, sino lo que en verdad es: una forma de ser Iglesia misionera. En la medida que haya auténticos catecumenados, ello es signo de que la Iglesia es misionera. Mientras no haya catecumenados o existan solo de nombre y de forma pero no de fondo, no podremos decir que esté en marcha la transformación misionera de la Iglesia.
Perspectiva “ad gentes” aplicada a la iniciación cristina y a la catequesis
Es cierto que el contexto incide y mucho en la búsqueda de nuevos paradigmas para la catequesis e invita a cantidad de conversiones personales y pastorales. Pero eso no puede hacernos olvidar que el problema en relación con la iniciación cristiana y la catequesis es un problema teológico. Pues muchas de nuestras prácticas no responden a la naturaleza teológica de la iniciación cristiana, de la catequesis y de los sacramentos de iniciación. En palabras del Directorio General para la catequesis, esto significa: “Algunos problemas, sin embargo, deben ser hoy examinados con particular cuidado. El primero se refiere a la concepción de la catequesis como escuela de la fe, como aprendizaje y entrenamiento de toda la vida cristiana, concepción que no ha penetrado plenamente en la conciencia de los catequistas” (DGC 30). Problema grave si consideramos esta otra afirmación del Directorio General: “únicamente si desde el principio se entiende con rectitud la naturaleza y los fines de la catequesis, como también las verdades y valores que deben transmitirse, podrán evitarse defectos y errores en materia catequética” (DGC 9)
La aplicación de Ad gentes como perspectiva o como paradigma de la acción misionera en la Iglesia, es una de las características del Directorio General para la catequesis. Por lo que en dicho documento se encuentra desarrollado en su integridad el modelo de catequesis pertinente hoy, respetuoso de la naturaleza teológica de la iniciación cristiana, de la catequesis y de los sacramentos de iniciación. Razón por la cual, otra conversión o transformación que se nos pide es al concepto de catequesis desarrollado allí, tal como lo pide el documento cuando se refiere a la formación de los catequistas, pero que aplica para toda la Iglesia y para todos en ella: “la formación tendrá presente el concepto de catequesis que hoy propugna la Iglesia” (DGC 273). Conversión que va de la mano con la señalada con anterioridad cuando se habló de la importancia de vivir sin apegos al pasado y asumir con fe y desde las situaciones del contexto: “Se trata de formar catequistas para las necesidades evangelizadoras de este momento histórico” (DGC 273).
Si bien todo el Directorio piensa la naturaleza de la catequesis para el contexto de nueva evangelización, algunos de sus apartes lo hacen de modo más explícito, incluso con el uso expreso del término nueva evangelización. En la primera parte capítulo uno, al tratar las diversas situaciones socio-religiosas ante la evangelización, asegura que en el contexto de nueva evangelización, el primer anuncio y la catequesis fundante constituyen la opción prioritaria (DGC 58). En la quinta parte capítulo cuarto, dedica dos números completos a tratar la actividad catequética en el contexto de la nueva evangelización. Señala que este contexto pide que las acciones de anuncio misionero y catequesis de iniciación, se conciban coordinadamente, al punto que toda Iglesia Particular ofrezca un proyecto articulado misionero y catecumenal. Y termina esta invitación con una frase, que puede ser entendida como uno de los ejes articuladores de todo el Directorio: “Hoy la catequesis debe ser vista, ante todo, como la consecuencia de un anuncio misionero eficaz. La referencia al decreto Ad Gentes, que sitúa la acción catecumenal en el contexto de la acción misionera de la Iglesia, es un criterio de referencia muy válido para la catequesis” (DGC 277, AG 11-15).
La anterior afirmación del Directorio es criterio fundamental y de fondo para pensar la catequesis y las conversiones pastorales que deben darse en la Iglesia hoy. Varios aspectos hay que resaltar de la misma. Primero, la referencia al decreto ad gentes. Dicho decreto deja claro que la evangelización es un proceso gradual y dinámico estructurado por etapas, siendo la de iniciación, al servicio de la cual está la catequesis, una de ellas.
Aplicada la perspectiva “Ad Gentes” a la iniciación cristiana y la catequesis, en el respeto a su naturaleza teológica que las hará pertinentes hoy, se hace necesario que ellas sean entendida como un momento esencial del proceso de evangelización, lo cual pide a su vez que se piense y se realice de modo coordinado con las otras dos etapas, la misionera y su acción de primer anuncio que la preceden, y la pastoral –comunitaria, que son su consecuencia.
La práctica muestra que el pensar y hacer la iniciación cristiana y la catequesis al interior del proceso de evangelización no es muy común entre nosotros. Suele más bien pensarse y hacerse como una acción, importante sí, con buenas intenciones también, con una gran cantidad de agentes y de recursos, pero lastimosamente de un modo aislado y desarticulada de todo el proceso evangelizador, de sus etapas y de toda su riqueza. Con lo que se retroalimenta dos fallas de base que la hacen ineficaz: la falta del primer anuncio y de la conversión, y la imposibilidad práctica de hacer de la comunidad origen y meta de la catequesis.
Desde “Ad gentes” como perspectiva para pensar la catequesis no solo se logra superar un cuadro aislado de la catequesis de la pastoral de la Iglesia, al dejar ver su relación y necesaria coordinación con las demás etapas del proceso, sino que además permite entenderla cómo lo que verdaderamente es y está llamada a ser al interior de ese proceso: una acción educativa al servicio de la iniciación cristiana integral. Con lo cual se cambia también de orientación a lo que se hace como catequesis. De pensarla como una acción orientada a personas ya creyentes y en camino de crecimiento permanente, se entiende como una acción que acompaña el nacimiento de la fe, los orígenes de la misma, sus primeros pasos. La catequesis, más que una acción al servicio de la formación permanente, es una acción de formación inicial, ya que su labor es estructurar, fundamentar la conversión inicial que se ha dado como consecuencia del primer anuncio. Tarea de la catequesis es acompañar la conversión de base o inicial de aquellos que están proceso de llegar a ser cristianos, no la de alimentar la fe de los que ya son cristianos.
Con lo cual toma actualidad para la comprensión de una catequesis pertinente hoy, algunas frases del Directorio General, como las siguientes: “El ministerio de la palabra está al servicio de este proceso de conversión plena. El primer anuncio tiene el carácter de llamar a la fe; la catequesis el de fundamentar la conversión, estructurando básicamente toda la vida cristiana; y la educación permanente en la fe, el carácter de ser el alimento constante que todo organismo vivo necesita para vivir” (DGC 57). La catequesis es elemento fundamental en la iniciación cristiana Tiene como tarea estructurar la conversión a Jesucristo, dando una fundamentación a esa primera adhesión (DGC 63). “La catequesis, al realizar con diferentes formas esta función de iniciación del ministerio de la palabra, lo que hace es poner los cimientos del edificio de la fe. Otras funciones de ese mismo ministerio irán construyendo, después, las diversas plantas de ese mismo edificio” (DGC 64).
Ello explica por qué el Directorio General, desde una perspectiva “Ad gentes” en la comprensión de la catequesis, situé esta acción en el contexto de la acción misionera y no como solemos hacer nosotros, situarla en la etapa de la acción pastoral. Con lo cual se entiende también el llamado a hacer la catequesis de iniciación dentro del contexto del catecumenado.
Lo propio de la catequesis es servir al interior de procesos catecumenales a la iniciación cristiana. Esa es su naturaleza teológica y pedagógica. Entender la catequesis de esta forma pide otra conversión pastoral, que es al mismo tiempo pedagógica. Acostumbrados a la cristiandad desconocemos la pedagogía del nacimiento de la fe. Aunque elaboramos itinerarios catecumenales, y apuntamos con ello a hacer de modo nuevo la iniciación cristiana y la catequesis, lo hacemos desconociendo lo propio y lo más característico del catecumenado, es decir su verdadera especificidad: estar al servicio de los recién llegados a la fe, a quienes se encuentran en el punto de partida, empiezan o recomienzan. Es decir, prestar un servicio de acogida comunitaria a quienes como respuesta al primer anuncio solicitan el deseo de llegar a ser discípulos de Jesús.
Si el catecumenado nos pone frente a la situación “del nacer la fe”, la conversión pastoral y pedagógica es también una opción por acompañar pedagógicamente la conversión de base. Pues hablar de catecumenado es designar un proceso concreto. Es responder con realismo a una demanda efectiva, la de personas que quieren convertirse en cristianos y buscan los medios adecuados para conseguirlo. Por ello el tiempo de duración del catecumenado deberá medirse en función de las exigencias reales de la conversión y de la formación, y no tanto por un calendario establecido, que no tiene en cuenta la conversión.
Todo ello pide una conversión pastoral y pedagógica al catecumenado y respetar su más profundas características. Ante todo, no se debe confundir con otros procesos educativos (primer anuncio, educación permanente). Pero debe coordinarse con ellos. Hoy es básica la relación con el primer anuncio. “Solo a partir de la conversión la catequesis puede desarrollar su función de iniciación”. (DGC 62).
A quienes participan se les debe respetar su condición de catecúmenos (no son fieles maduros). El catecumenado está al servicio de los recién llegados a la fe y le corresponde respetar la gracia de esos principiantes sin diluirla demasiado aprisa en el fondo común eclesial. La originalidad del catecumenado se entiende desde las personas: se encuentran en punto de partida. Están empezando o recomenzando. Los medios ordinarios de las parroquias, de las comunidades o de los movimientos no están pensados ni adaptados a este tipo de situación. No es el momento de la profundización o de la educación permanente. El método catecumenal corresponde a la situación de comienzo. Hay que actuar progresivamente, bajo pena de no dejar asimilar el Evangelio, lo que supone diferir ciertos conocimientos y ciertas experiencias. Si el catecumenado apunta a lo básico, a lo común, a lo nuclear de la experiencia cristiana, no hay que tener afán de poner frente a los iniciados toda la vida de la Iglesia ni mucho menos llenarlos de contenidos. Esta conversión de ir a lo esencial es también necesaria en nuestra pedagogía que, como se parte del presupuesto de que quien asiste no va a regresar, se quiere aprovechar de modo inadecuado este momento para atafagarlo de contenidos y de enseñanzas.
Por todo ello, la opción por el catecumenado, pide las siguientes conversiones en la práctica habitual de la iniciación cristiana. Primero, pide pasar de los cursos a los itinerarios. Segundo, pide estar más atentos más a los procesos que a los programas. El programa sugiere la idea de lo fijo y establecido de antemano; el proceso se concentra en la persona, en su autonomía, en su propio caminar. Tercero, pide pasar de un diseño formativo común y uniforme para todos a un acompañamiento adaptado a las múltiples y diversas situaciones. Cuarto, debe superar el esquema escolar de cursos y de lecciones. Y ello, porque el catecumenado no es un cursillo ni aprendizaje de un libro y no se debe caer en la tentación de convertirlo en un tiempo de enseñanza o transmisión de conocimiento, pues eso sería desnaturalizarlo. Y quinto, aunque suene repetitivo y algo ya escuchado muchas veces, la catequesis debe superar el esquema sacramentalista, el esquema nocional (información) y el esquema uniforme y homogéneo. Es claro que a sujetos heterogéneos, procesos heterogéneos, abiertos y flexibles. Con lo cual se pide superar cursos homogéneos, únicos e iguales para todos.
En esta perspectiva, la pedagogía de la iniciación o catecumenal pide tener en gran consideración el sujeto. Para nuestro caso, y en orden a ser más concretos y precisos, no sólo en su condición de “empezar” o de conversión inicial o de base, sino también al sujeto contemporáneo. Sujeto con distintas motivaciones. Sujeto diverso en sus edades. Sujeto educado en la mentalidad de la ciencia y de la tecnología. Sujeto, que valora y que pide que se les respete su autonomía y libertad. Sujeto que quiere ser activo en los procesos de aprendizaje. En cuanto a lo religioso, un sujeto que valora lo subjetivo y lo emocional. O un sujeto marcado por la piedad y la religiosidad popular. Y un sujeto abierto a todas las experiencias religiosas.
Aparecida cuando solicita que en América Latina se haga común el modelo catecumenal para iniciar en la fe, pide que se tenga en cuenta el qué, el cómo, el para qué, el por qué y con quiénes, como preguntas de base que permitan estructurar de modo pertinente la propuesta. Aferrados a formas habituales de hacer, aún seguimos estructurando propuestas en las que sólo se considera el qué, o dejando de lado las otras preguntas o tratándolas de modo marginal. Al acentuar el aspecto nocional y de cursos, aún en formas catecumenales hoy, olvidamos que el propósito del catecumenado no es sólo “aprender sobre o acerca del cristianismo”, sino que es “aprender a ser cristianos”.
En cuanto al quiénes, este sujeto contemporáneo, en sus formas de vivir, de pensar y de actuar, muchas propuestas en acto lo desconocen y hasta lo descalifican.
De hecho, frente a un sujeto demócrata, mantenemos formas autoritarias y poco dialógicas. Frente a un sujeto diferenciado, mantenemos posturas rígidas y homogéneas. Frente a un sujeto que quiere ser sujeto, lo llamamos destinatario y lo tratamos como tal. A un sujeto con mentalidad científica, le hablamos como si la ciencia y sus avances no existieran. A un sujeto que confunde la superstición con religión y fe, lo mantenemos o le alimentamos sus supersticiones y deformaciones en las imágenes de Dios. A un sujeto que quiere ser adulto en la sociedad y en la Iglesia, lo mantenemos infante e infantilizado.
Al resaltar toda esta especificidad del catecumenado surgen preguntas acerca de la práctica ordinaria en muchos lugares de nuestro continente. Primera y de fondo: ¿los itinerarios catecumenales que ya existen respetan esta especificidad? ¿Están de verdad al servicio de la conversión de base o primera adhesión para explicitarla y estructurarla? ¿Respetan la condición de catecúmenos de quienes participan?
Otras preguntas tienen que ver con la pertinencia y continuidad de cursos de preparación presacramental en colegios. ¿Podrá decirse que esto puede alcanzar algún día el estatus de un catecumenado con todas sus características pedagógicas y comunitarias? ¿Se ha discutido abierta y seriamente en las diócesis del continente donde esto sucede los riesgos inherentes a esta práctica tan común? ¿Se podrá mantener la teoría de que la clase de religión es iniciación cristiana y que puede asumir formas catecumenales? ¿Tenemos clara la distinción entre ERE (enseñanza religiosa escolar y catequesis?
En síntesis, ad gentes como perspectiva aplicada a la catequesis solicita de las diócesis y parroquias las siguientes transformaciones misioneras. La primera y de fondo, asumir la teología de la iniciación cristiana y de la catequesis. Ello va a permitir elaborar proyectos pedagógicos acordes a su naturaleza fundamental al interior del proceso de evangelización, así como la coordinación y articulación con las otras etapas del proceso de evangelización.
Segundo, evitar que sea la práctica y la costumbre la que oriente nuestras decisiones y no la teología. Lo que refuerza la primera conversión señalada. Pero a ella se le suma otra: guiar la práctica de la iniciación y de la catequesis con una adecuada teología de los sacramentos de iniciación (bautismo, confirmación y eucaristía). No sólo la práctica no ha logrado una adecuada articulación teológica de los tres en torno al misterio pascual de Cristo, sino también para superar dos equívocos en este campo tan delicado de la acción de iniciación en la Iglesia. Primero, continuar repitiendo que la confirmación es la meta y el fin de la iniciación cristiana. No es la confirmación la meta, es la eucaristía en la comunidad adulta y la comunidad adulta en la fe. Y segundo, para superar la tradición de los cursos de preparación a los sacramentos como acciones puntuales y definitivas, asumir teológicamente que los sacramentos no producen la fe, sino que la celebran.
Tercero, recuperar en la práctica de la iniciación catecumenal la relación estrecha entre bautismo y conversión. Acostumbrados como estamos a una catequesis nocional, escolarizada y de cursos y de lecciones, damos por supuesta la conversión. Con lo cual será imposible responder a las situaciones de hoy donde la fe y la conversión a Jesús han dejado de ser algo evidente. La conversión debe ser suscitada, acompañada y educada. Se espera que con una catequesis entendida como iniciación cristiana integral, se deje dar por supuesta la conversión a Jesús de los que van a ser iniciados. De este modo un principio pedagógico del actual Directorio General para la Catequesis toma profunda significatividad y pertinencia para la catequesis hoy: “Solo a partir de la conversión, y contando con la actitud interior del que crea, la catequesis propiamente dicha podrá desarrollar su tarea específica de educación en la fe” (DGC 62). Porque la catequesis es el momento en que “se estructura la conversión a Jesucristo, dando una fundamentación a esa primera adhesión” (DGC 62).
Francisco Taborda trata de esta problemática señalando la necesidad que en la pastoral de la Iglesia católica se muestre claramente la relación sacramento-vida, algo que en la práctica no es tan claro dado la forma habitual de hacer que da por supuesta la conversión, con lo cual se alimenta la práctica tradicional de entender el bautismo como un derecho o solicitarlo desde motivaciones ajenas y distantes a la fe-conversión. A este respeto pueden sernos útiles las siguientes palabras en un estudio suyo sobre la teología del bautismo-confirmación: “¿Por qué se piensa que la Iglesia católica no es eficaz a la hora de extinguir los vicios? Según la experiencia de esas personas, el bautismo católico no parece afectar la vida. Con ello estamos tocando el problema básico de la teología sacramental y, más específicamente, de la teología del bautismo y la confirmación: el divorcio entre sacramento y vida. En estos quinientos años de presencia de la Iglesia en América Latina, tal vez se haya insistido demasiado en el rito y demasiado poco en la realización histórica del cristianismo en la vida personal y social (…) Por eso mismo, la reflexión teológica sobre los sacramentos necesita tomarse muy en serio la problemática de la relación sacramento-vida (…) La conciencia de la relación bautismo-vida se expresó ya en el siglo II, cuando se estableció el catecumenado como parte integrante del proceso bautismal. Ejercitándose en el obrar cristiano, el candidato experimenta que su adhesión a la fe bautismal incluye la vida según el Espíritu Santo. Por tanto, cuando se somete al baño bautismal, profesando la fe trinitaria, sabe que será posible vivir en el día a día aquello que profesa y que ya ha aprendido a vivir”.[12]
Conclusión
El llamado a la transformación misionera de la Iglesia es una constante hoy. De acuerdo con todo lo dicho, la conversión misionera de la evangelización pide asumir ad gentes como contexto y ad gentes como perspectiva.
En texto, además de referirse y de ahondar en la transformaciones misioneras que ad gentes introduce en general a toda la vida cristiana, el centro de interés ha sido la aplicación de la perspectiva ad gentes a la transformación misionera de la iniciación cristiana. Y, aunque suene paradójico, la primera transformación es haber introducido la palabra iniciación y práctica en nuestras reflexiones pastorales del siglo XXI. Para el caso de América Latina, la Conferencia General de Aparecida (2007) es un signo elocuente de este cambio al ser el primer documento conclusivo de una Conferencia General del Episcopado que usa las expresiones iniciación cristiana y catecumenado.
Al hacerlo es bien consciente de los cambios que esto significa en la manera de evangelizar y, más específicamente, de hacer catequesis en nuestro continente. De hecho afirma que “asumir la iniciación cristiana exige una renovación de la modalidad catequística de la parroquia” (DGC 294). Modalidad que apunta a hacer del proceso formativo de la iniciación cristiana la forma habitual de iniciar en la fe en su doble forma de catecumenado bautismal o de itinerarios de inspiración catecumenal. A la par de esto, señala que renovación de la parroquia y renovación de la catequesis, van de la mano, se exigen mutuamente: “Una comunidad que asume la iniciación cristiana renueva su vida comunitaria y despierta su carácter misionero” (DGC 291). Para lograr estas profundas transformaciones misioneras, iniciáticas y comunitarias en nuestras diócesis y parroquias resalta el hecho que ello requiere en todos en la Iglesia “nuevas actitudes pastorales” (DGC 291).
Si nos limitamos a la parroquia, en un encuentro internacional organizado por la universidad de Salamanca sobre la renovación de la parroquia, y no solo la urbana, se destacan las características de una parroquia renovada en perspectiva misionera. Estas son: que sea comunidad, comunidad misionera y comunidad de iniciación. Al poner en relación este llamado con distintos estudios sobre la catequesis hoy y la exigencia de un nuevo paradigma, aparece fácilmente una fácil correlación entre parroquia renovada y nuevo paradigma de la catequesis hoy. Pues la catequesis ha de caracterizarse por ser comunitaria, misionera y de iniciación o catecumenal.
En este texto se han querido resaltar estas distintas características que ha de asumir una parroquia renovada y las del nuevo paradigma de la catequesis. No se ha hecho tocando punto por punto o característica por característica. Se ha buscado, primero que todo, fundamentar desde ad gentes como contexto y ad gentes como perspectiva la importancia de la transformación misionera de la Iglesia. Y desde ahí resaltar cada una de estas tres características: la comunitario, lo misionero y lo catecumenal.
Como se dijo, este modelo de perspectiva ad gentes aplicado a la catequesis es correspondiente a la propia naturaleza teológica de la iniciación cristiana, del catecumenado, de los sacramentos de iniciación y de la catequesis. Al convertir nuestra práctica catequística a cada una de estas naturalezas teológicas, tendremos un modelo catequístico comunitario, misionero y catecumenal.
Como también se dijo, este modelo ya está contenido y desarrollado en el Directorio General para la Catequesis del año 1997. Basta con considerar algunas de sus afirmaciones.
Sobre lo comunitario: “El catecumenado bautismal es responsabilidad de toda la comunidad” (DGC 91). “La comunidad cristiana es el origen, el lugar y la meta de la catequesis” (DGC 254). Este mismo principio lo recoge en otro de sus apartes, pero lo ofrecemos aquí modificando su redacción, escribiendo en primer lugar la segunda frase del texto: “El acompañamiento que ejerce la comunidad a favor de quien se inicia, se transforma en plena integración del mismo en la comunidad. La catequesis corre el riesgo de esterilizarse si una comunidad de fe y de vida cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de la catequesis”. (DGC 227).
Puede notarse brevemente que el Directorio señala la situación actual de la catequesis y característica del paradigma ad gentes de la misma: falta de comunidad y debilidad de la comunidad, importancia de la comunidad. A este breve diagnóstico del Directorio habría que sumar el reconocimiento de situaciones poco comunitarias en nuestras parroquias, que urgen su renovación integral y de un modo radical. Bástenos nombrar el clericalismo, el autoritarismo, el machismo y la excesiva burocracia. Todo ello hace de las parroquias más que comunidades, sean una estación de servicios religiosos. A lo que se suma la dificultad que encuentra la dinámica territorial en las parroquias para dar respuestas a situaciones humanas que desbordan y se salen de los límites territoriales. Todo esto debe ser objeto de análisis y de conversión pastoral, por su incidencia negativa en la iniciación cristiana, ya que más que una comunidad el catecúmeno se encuentra con una institución clerical y vertical que no favorece para nada un aprendizaje en comunidad de la vida cristiana.
Lo comunitario y eclesial asume mayor importancia hoy dadas las profundas transformaciones de lo religioso en acto. Pues muchas de ellas contradicen la misma teología de la fe, que es personal y comunitaria al mismo tiempo. Contrario a esto lo religioso se vive de un modo subjetivo, intimista, emocional y “psicologizado”. Ello hace necesario que la pedagogía de la fe se inspire en la teología de la revelación y la fe, y no en lo que quiere y le gusta a la gente.
Sobre lo misionero: “Hoy la catequesis debe ser vista, ante todo, como la consecuencia del anuncio misionero eficaz” (DGC 277). “Sólo a partir de la conversión, y contando con la actitud interior de “el que crea”, la catequesis propiamente dicha podrá desarrollar su tarea específica de educación en la fe” (DGC 629).
De nuevo se puede señalar una situación de realidad y una característica del paradigma ad gentes de la catequesis. Sobre el primero, es un hecho que orientamos nuestra gran mayoría de esfuerzos de catequesis a quienes no se han convertido ni han recibido de hecho un primer anuncio. Lo que conduce a que descuidemos la conversión de base como lo primero, antes de la iniciación cristiana o la demos por supuesta. Que grave error teológico y pedagógico. Y sobre la naturaleza de la catequesis puede ser útil la siguiente afirmación: “el momento de la catequesis es el que corresponde al periodo en que se estructura la conversión a Jesucristo, dando una fundamentación a esa primera adhesión” (DGC 63).
La perspectiva misionera pide a la pedagogía de la fe prestar más atención a las dinámicas humanas de la conversión, sin desconocer la gracia y la acción del espíritu santo. La conversión es un asunto poco estudiado y trabajado entre nosotros. Nos quedamos amarrados a un modo de hacer cristianos basados en el desarrollo demográfico, como si el cristianismo fuera una realidad que se pasa de modo natural de padres a hijos, o como si el bautismo fuera un derecho ciudadano. De este modo olvidamos despertar la conversión, acompañar la conversión.
Además de esta debilidad pedagógica y teológica, habría que preguntarse acerca de las verdaderas posibilidades misioneras de la parroquia en su forma tradicional. Encerrada en formalismos, moralismos y dogmatismos, en su propia territorialidad y en lo litúrgico – sacramental, su impulso misionero es más bien escaso, sino inexistente. Incluso el término “parroquial” se usa de modo despectivo para quien asume una visión conservadora, limitada o simple de la vida, con lo que se refleja el modo de ser de nuestras parroquias: ensimismadas y encajonadas en su pequeño mundo.
Sobre lo catecumenal. Afirma el Directorio General: “Dado que la misión ad gentes es el paradigma de toda la acción misionera de la Iglesia, el catecumenado bautismal a ella inherente es el modelo inspirador de su acción catequizadora” (DGC 90); “El modelo de toda catequesis es el catecumenado bautismal, que es formación específica que conduce al adulto convertido a la profesión de su fe bautismal en la noche pascual” (DGC 59)
Señalados ya en apartados anteriores algunas características del catecumenado que piden verdaderas y radicales conversiones a la catequesis, destaquemos en este punto, inspirados en lo que muestra la práctica en muchos países, algo que entre nosotros no es tan preciso por entrar a la moda del catecumenado de una forma ligera y hasta poco reflexiva.
El catecumenado es tan serio como para que se pueda reducir a cualquier cosa; y tan importante, como para que se le identifique con una sola cosa. Jamás se llamó en la Iglesia primitiva catecumenado a muchas acciones diversas. Cuando todo es catecumenado ya nada es catecumenado. Una comunidad no necesita muchos “pseudo –catecumenados”, sino de uno, pero bien comprendido y realizado. Se subraya este principio para no olvidar que el catecumenado es el ambiente comunitario o el vientre materno de la iniciación cristiana. Por lo que es equivocado pensar propedéuticos de los seminarios como catecumenados o cursos prematrimoniales como catecumenados.
Hace creíble el hecho cristiano a todas las edades de la vida superando su infantilización. Entre nosotros es común pensar que la catequesis es solo cosa de niños y mientras se es niño. No tiene nada ver con la vida adulta. Cuando se es adulto se cree que ya se sabe todo acerca del hecho cristiano porque se le bautizó cuando niño, hizo la primera comunión más grandecito y un poco más tarde se le confirmó (los pocos que aún llegan a ello). Cuando se es adulto y no se “tiene” (y registrado en un papel) alguno de estos “sacramentos” se tiene una actitud vergonzante ante los mismos. Se cree que ya se pasó el tiempo para ello.
Es necesario superar esta lógica que le quita relevancia al hecho cristiano en la sociedad de hoy. El catecumenado permite entender que se puede querer y empezar a ser cristiano en cualquier momento de la vida o edad. No hay así ni una edad establecida para la iniciación cristiana, ni para ningún sacramento.
Por: Manuel José Jiménez Rodríguez
Fecha: Mayo de 2015
Publicado en: Cuadernos de SCALA No. 3”Iniciación cristiana y cambio de época”.
[1] SINODO DE OBISPOS XIII ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN PARA LA TRANSMISIÓN DE LA FE CRISTIANA, LINEAMENTA, en http://www.vatican.va/roman_curia/synod/documents/rc_synod_doc_20110202_lineamenta-xiii-ssembly_sp.html; SÍNODO DE LOS OBISPOS XIII ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN PARA LA TRANSMISIÓN DE LA FE CRISTIANA INSTRUMENTUM LABORIS Ciudad del Vaticano 2012, en http://www.vatican.va/roman_curia/synod/documents/rc_synod_doc_20120619_instrumentum- iii_sp.html .
[2] BENEDICTO XVI, Discurso a los miembros del Consejo Superior de las Obras Misionales Pontificias, 5 de mayo de 2007. Este argumento también fue tratado por el Papa Juan Pablo II en la carta encíclica Redemtoris Missio. Dos maneras de entender la misión Ad Gentes encontramos allí. Primero en el sentido geográfico y territorial. Segundo en el sentido antropológico y cultural, lo que allí llama mundos y fenómenos nuevos, entre los que se desatacan como areópagos contemporáneos las grandes ciudades, los jóvenes y los modernos medios de comunicación.
[3] Varias Conferencias Episcopales se han pronunciado al respecto. Algunos de estos documentos pueden encontrarse en DONACIANO Martínez – PELAYO González – JOSE LUIS Saborido, Proponer la fe hoy. De lo heredado a lo propuesto, Sal Terrae, Santander 2005.
[4] CODINA Víctor, Una Iglesia Nazarena. Teología desde los insignificantes, Sal Terrae, Santander 2010, 127.
[5] Ibid 136. .
[6] Dos estudios aplican esta perspectiva Ad Gentes a la eclesiología y a la pastoral. JUAN ANTONIO Estrada, El cristianismo en una sociedad laica. Cuarenta años después del Concilio Vaticano II, Desclee de Brouwer, Bilbao 2006; ROBERTO Calvo Pérez, Hacia una pastoral nueva en misión, Monte Carmelo, Burgos 2004.
[7] José María MARDONES, Religión y democracia, en Antonio AVILA (Editor), El grito de los excluidos. Seguimiento de Jesús y teología. Homenaje a Julio Lois Fernández, Editorial Verbo Divino, Navarra 2006, 375-395.
[8] Jesús ESPEJA, El Evangelio en un cambio de época, Verbo Divino, Navarra 1996.
[9] Casiano FLORISTAN, Presencia pública de la Iglesia en la sociedad 373
[10] Juan Martín VELASCO, Metamorfosis de lo sagrado y futuro del cristianismo, Sal Terrae, Santander 1998, 39.
[11] Henri DERROITTE, Por una nueva catequesis. Jalones para un nuevo proyecto catequético, Sal Terrae, Santander 2004, 47- 48.
[12] TABORDA Francisco, En las fuentes de la vida cristiana. Una teología del bautismo-confirmación, Sal Terrae, Santander 2009,20.21.
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