Un sacerdote convertido en ángel de los drogadictos y ancianos abandonados de Tuluá, en Colombia
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El nombre del sacerdote es José Hernando Palacio. Para los jóvenes drogadictos es un “ángel en esta selva de fierro”; para muchos vecinos, el que se encarga de una “plaga” que debe ser eliminada.
Pese a las amenazas de muerte, unos 200 abandonados, muchos de ellos jóvenes drogadictos siguen reuniéndose en la casa “El Buen Samaritano”, donde se escucha la oración: “Señor, te doy gracias por la comida que nos estás dando y por el padre Palacio, y te pido que no me falten ni lo uno ni lo otro”.
Y es que en este albergue, ubicado en el barrio Popular de Tuluá, en Colombia, muchos reciben desayuno, almuerzo y comida de manos del padre Palacio, su fundador y director. Los drogadictos, a quienes la sociedad teme y rechaza, son la causa de las amenazas de muerte que ha recibido durante las últimas semanas el sacerdote.
“Dar comida al hambriento es cumplir con un precepto de la Iglesia, es hacer la obra de la caridad”, señala el sacerdote. “Estas personas que han caído en el oscuro mundo de las drogas son quizá las que más amor necesitan de sus semejantes”. Y por eso les tiende la mano, les aconseja y hasta les hace orar cada vez que van por la comida, olvidando que algunos le han pagado mal y hasta le han robado.
En el albergue viven cerca de 50 ancianos, la gran mayoría de ellos abandonados y olvidados por sus familias, que han encontrado en este sacerdote aquel hermano o amigo para quien no significan un estorbo. “En el anciano y el indigente hallamos a Dios escondido”, dice el sacerdote.
Amor desde la familia
El sacerdote señala que la bondad de Dios que busca derramar con los necesitados “es la gran herencia de mi madre Aleyda Marín”, una mujer que fue capaz de criar y educar con una máquina de coser a sus 16 hijos. El padre José nació en Filadelfia (Caldas) en agosto de 1950. Vivió una niñez y una juventud plenas, en medio de un ambiente católico. A sus 12 años quedó huérfano de padre y desde entonces se acostumbró a ver a su mamá acostarse a las dos de la madrugada y levantarse a las cuatro para seguir trabajando.
Así les dio estudio a todos y así les enseñó también que la vida es maravillosa, por dura y difícil que parezca. Doña Aleyda supo sembrar en el corazón de José Hernando la semilla invaluable de la caridad. “Ella no tenía nada por darles a los necesitados. Regalaba todo, les daba comida. Cuando murió, hace tres años, cumplimos su última voluntad: le pedimos a la gente que no trajera flores al velorio sino alimentos para repartirlos a los pobres del pueblo”, explica el P. José Hernando.
Vida sacerdotal
A los 22 años, después de haber estado a punto de contraer matrimonio por lo que llama “una locura de juventud”, José Hernando acogió la llamada de Dios que siempre lo había inquietado. Un hermano ya era sacerdote y una hermana religiosa; y ambos lo apoyaron en la decisión de dejar las noches de baile por los días de recogimiento y estudio en el seminario de Cristo Sacerdote en la Ceja (Antioquia).
En 1979 se ordenó y después de pasar de pasar por diversos lugares, llegó a Tuluá. Aquí “vi la necesidad de ayudar a toda esa gente que vive en las calles sin Dios, sin ley y sin amor. Entonces cogí mis ahorros de toda la vida e inicié la obra el 13 de agosto de 1998. Comenzamos con 13 ancianos, hoy viven 48 y hasta tenemos más terreno pensando en ampliar la casa más adelante”, relata.
Para el padre, que ha recibido la autorización de su obispo para dedicarse a tiempo completo al albergue, la casa “Buen Samaritano” “es una obra de la Iglesia y no de mi exclusividad”.
Es además una ocasión para probar en el servicio la vocación de jóvenes que dicen aspirar al sacerdocio. En efecto, actualmente diez jóvenes que quieren ser sacerdotes se turnan para cocinar, asear la casa, bañar, vestir y afeitar a los ancianos.
En: Religión en Libertad
Tomado de: Aciprensa
Fecha: 28 febrero 2016