¿ESTÁS HACIENDO LO QUE TE HACE FELIZ? LA NUEVA GENERACIÓN JUVENIL: LOS MILLENNIALS
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(Para ver video dar clic aquí)
Autor: Daniel Prieto
Fecha: 13 de noviembre de 2013
En: Catholic Link
Para poder abordar todos los temas que propone el video de hoy -y sus correspondientes problemáticas- tendría que escribir un tratado (algo que no haré por cuestiones de tiempo y espacio). Por ello me remito simplemente a esclarecer algunos puntos que considero importantes para aproximarnos al video y que pueden ayudarnos a realizar una mejor lectura para nuestro apostolado.
¿Estás haciendo lo que te apasiona (lo que amas) en este momento? ¿Realmente estás haciendo lo que te hace feliz? Estas son las preguntas cruciales que nos arroja este intenso video y que creo resumen la intensión de fondo del mismo, pues la trama nos sugiere y nos invita a lanzarnos a la aventura de vivir una vida más feliz y libre, a través de una actividad (un trabajo) que responda a la dinámica que vive la “nueva generación juvenil” (llamados millennials). Esta es una dinámica de un mundo globalizado, sin fronteras, que cambia constantemente, un mundo más creativo, más “vital” e impredecible, más “libre” en cuanto que no esta vinculado a compromisos estables y duraderos, o a jerarquías donde haya que obedecer a alguien (un jefe), o haya que respetar reglas, horarios u otros parámetros establecidos. En fin una dinámica donde además priman las sensaciones, las experiencias del estar y sentirse bien, sin ataduras, sin pensar tanto en la meta, cuanto en la experiencia del camino.
Sin embargo, es importante aclarar algunos puntos engañosos de esta propuesta que se nos vende a través de una bomba de imágenes y agudas caracterizaciones. Como por ejemplo la falsa identificación entre un trabajo con todas las características antes mencionadas y la felicidad. O también otra gran ilusión es la de creer que esta generación (millennials) refleja la realidad actual en su totalidad, cuando en verdad se trata de una generalización muy exagerada, porque sencillamente no todos los jóvenes son así (o deberían serlo). Los estereotipos (baby boomers, generación X, millennials) son útiles para poder comprender mejor una sociedad que nos excede por su complejidad, pero a su vez en el tentativo de aferrarla con “ideas-tipo” inevitablemente la falseamos, simplificando un mundo que posee muchos más matices, riquezas y diversidad de personas. Las experiencias que viven muchos (muchísimos) jóvenes hoy, simplemente no responden a este concepto generacional abstracto, que parece ser más bien ser la representación parcial de un tipo de joven occidental (y también de algunos países orientales) que pertenece a un estrato social más acomodado y emprenditorial; muy minoritario además.
Aquel joven autónomo, creativo, que por lo mismo ha recibido una buena educación (de amplios horizontes), más desligado de compromisos y estructuras, que tiene acceso a la tecnología de punta y vive en una sociedad abundante, abierta y “democrática” con muchas posibilidades y potencialidades para el futuro, es simplemente una imagen microscópica dentro del macrocosmos social. De hecho como agudamente describía el Concilio Vaticano II tenemos que considerar además que si bien «jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico (…) sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica». (Gaudium et Spes 4)
Teniendo esto en consideración, en un segundo momento, tenemos que aceptar y afrontar que este estereotipo, que sí refleja una parte de la realidad, pequeña es cierto, pero no por ello poco importante. De hecho existe de hecho un grupo significativo de jóvenes que viven y siguen los patrones descritos por el viedo, y que además suelen ser parte del ambiente más influyente de la sociedad, siendo por ello preponderantes en marcar el nuevo paradigma, lo que esta de moda (lo “original”, lo que tiene “estilo”, etc.), arrastrando con ellos a las nuevas generaciones. Estas últimas dejándose llevar sin mucha reflexión por la vertiginosa aceleración del mundo globalizado y tecnológico, fomentan a su vez una dinámica de cambiar por cambiar (por la simple novedad), sin preguntarse si estos cambios mejoran de manera integral la calidad de sus vidas. Muchas veces a esto contribuye la fascinación por el poder tecnológico, que da lugar a una nueva ola de desequilibrios; algo que el video “extrañamente” no menciona, falseando aun más la descripción que busca realizar. Problemas como estrés, la depresión, los conflictos, el abuso de drogas para fugar de la frenética experiencia de soledad, de tensión, de vacío, que generan muchas de estas dinámicas, son algunas de las tantas consecuencias que generan los acelerados cambios.
De hecho ya tantos años atrás categorizaba con agudeza el Concilio Vaticano II que: «afectados por tan compleja situación, muchos de nuestros contemporáneos difícilmente llegan a conocer los valores permanentes y a compaginarlos con exactitud al mismo tiempo con los nuevos descubrimientos. La inquietud los atormenta, y se preguntan, entre angustias y esperanzas, sobre la actual evolución del mundo. El curso de la historia presente en un desafío al hombre que le obliga a responder[…]. Una tan rápida mutación, realizada con frecuencia bajo el signo del desorden, y la misma conciencia agudizada de las antinomias existentes hoy en el mundo, engendran o aumentan contradicciones y desequilibrios. Surgen muchas veces en el propio hombre el desequilibrio entre la inteligencia práctica moderna y una forma de conocimiento teórico que no llega a dominar y ordenar la suma de sus conocimientos en síntesis satisfactoria. Brota también el desequilibrio entre el afán por la eficacia práctica y las exigencias de la conciencia moral, y no pocas veces entre las condiciones de la vida colectiva y a las exigencias de un pensamiento personal y de la misma contemplación. Surge, finalmente, el desequilibrio entre la especialización profesional y la visión general de las cosas.» (Gaudium et Spes 4-8)
Por todo esto podemos concluir que es necesario forjar una mirada más crítica ante la fascinación de la “pseudo-libertad y felicidad” que nos ofrece tantas veces los “íconos” de la cultura actual. Debemos, pues, mirar críticamente los estereotipos en los que tratan de encasillarnos, teniendo en cuenta eso sí que el desequilibro traído por estas nuevas dinámicas de un mundo en cambio, aunque se encarna y responden a un estilo de vida concreto, no todo lo que nos trae es malo. O en otras palabras, para superar estos desequilibrios no se trata de demonizar todas las caracteristicas que aceleran el mundo y el modo de vivir, yendo por un camino de oposición frontal, como por ejemplo hacen tantos que se ponen contra los avances tecnológicos -que en sí mismo nada de malo tienen-; más bien de tener una correcta aproximación para saber cómo aprovechar estos cambios haciendo un buen uso de ellos. Esto último nos pone ante la necesidad de volver a postular una correcta comprensión del hombre ¿quiénes somos? ¿hacia dónde vamos? ¿cuál es nuestra misión en esta tierra? Pues solo aclarando estás preguntas fundamentales es que podremos derimir y discernir cuándo y cómo estas dinámicas responden en modo coherente al bien integral del hombre. Así mismo desde allí podremos desarrollar un tipo de trabajo y un estilo de vida que correspondan a esta visión.
A mi parecer sin un objetivo claro de su identidad y misión, una generación tan volátil e impredecible como la presentada en el video, acabará por cometer los mismos errores que en el pasado cometieron las generaciones precedentes (y que tanto dolor han traído a la humanidad). Porque como decía en gran síntesis un filósofo colombiano «la libertad no es fin, sino medio. Quien la toma por fin no sabe qué hacer cuando la obtiene». Y uno de los graves problemas de la propuesta de este video es justamente esta: que nos presenta una apelante pero tramposa invitación a vivir la libertad en sí misma, la libertad como fin, en sí misma, sin límites, irrestricta. Esto se esconde detrás de la idea de pertenecer a una generación descomplicada, creativa, independiente (individualista), pero sin un objetivo claro y común. Detrás se esconde un vacío irresuelto que en el fondo todos conocemos: el vacío del sin sentido. Pues cabe preguntarse, libertad, autonomía, creatividad … ¿para qué? ¿para hacer lo que me gusta o lo que se me da la gana…? ¿para qué? ¿Para vivir descomplicado, sin reglas, freelancer…? ¿cuál es el punto entonces, si todo lo que hago a fin de cuentas no me lleva hacia una meta, más que la experiencia en sí misma? A fin de cuentas lo que importa es el camino, ¿no? ¿acaso un momento de placer, de adrenalina, de fama, de tranquilidad, de estupor…que se agotan en sí mismos, sin un porqué más profundo, bastan? ¿Es acaso esta la felicidad que anhela nuestro corazón? En su libro Introducción al Cristianismo, el entonces Cardenal Ratzinger, nos recordaba que «de hecho, el hombre no vive solo del pan de la factibilidad; como hombre, y en lo más propio de su ser humano, vive de la palabra, del amor, de la inteligencia. La inteligencia es el pan del que se alimenta el hombre en lo más propio de su ser. Sin la palabra, sin la inteligencia, sin el amor, llega pronto a la situación del “ya no puedo más” aunque viva en medio de un confort extraordinario. ¿Quién duda de que esta situación del “ya no puedo más” puede surgir también en medio de la comodidad exterior?» San Pablo por su parte desenmascaró el engaño de una actividad autoreferencial que busca su propia gloria y gozo, cuando en aquel incomparable himno en su carta a los Corintios dijo:
«Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido,no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá.» 1Cor 13,1
He aquí la clave para entender, dar sentido y responder a todas nuestras interrogantes anteriores sobre la actividad, la técnica, el confort, los nuevos cambios, etc: El amor. El amor es la clave de discernimiento que transforma radicalmente toda vida y toda actividad. Ante la pregunta ¿Estas haciendo lo que te apasiona (lo que amas) en este momento? ¿Realmente estás haciendo lo que te hace feliz? Sea cual fuere la actividad que realizas, si la haces por amor, especialmente por ese amor que no es autoreferencial, ese amor desinteresado a los demás, ese amor que en última instancia busca el Amor con mayúscula, entonces encontrarás la verdadera felicidad. Porque es en esta dinámica que hace que tu actividad transforme la realidad en Amor, que todo viene reordenado y reconducido a las manos del Padre. Esta es la meta que da un auténtico sentido a la libertad. O en palabras aún más explicitas: «la norma cristiana es que hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo y encauzar por caminos de perfección todas las actividades humanas, las cuales, a causa de la soberbia y el egoísmo, corren diario peligro. El hombre, redimido por Cristo y hecho, en el Espíritu Santo, nueva criatura, puede y debe amar las cosas creadas por Dios. Pues de Dios las recibe y las mira y respeta como objetos salidos de las manos de Dios. Dándole gracias por ellas al Bienhechor y usando y gozando de las criaturas en pobreza y con libertad de espíritu, entra de veras en posesión del mundo como quien nada tiene y es dueño de todo: Todo es vuestro; vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios (I Cor 3,22-23).» (Gaudium es spes 37)
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