Jesucristo nos envía a Evangelizar
Jesús se acercó y les dijo:
—Dios me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a los habitantes de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y sepan ustedes que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt. 28, 18-20).
Fieles a la misión encomendada, los apóstoles transmitieron su experiencia personal, hicieron nuevos discípulos y proclamaron como testigos la vida, muerte y resurrección de Jesús. Este primer anuncio o kerygma transmitido por ellos produjo muchos frutos de conversión, así creció cada vez más el número de creyentes[1] y se extendió progresivamente el mensaje a las naciones. Hoy aún es necesario que muchos que no conocen al Señor, o le conocen solamente de oídas[2], tengan un encuentro personal con Él; también que quienes han tenido dicho encuentro lo renueven constantemente, pues únicamente Jesús guía la existencia humana hacia su plenitud. En este sentido, el kerygma no es solamente una etapa sino el hilo conductor de un proceso que cada vez madura al discípulo de Cristo; sin él no se pueden garantizar otros aspectos de este proceso. Es necesario contar con corazones sinceramente convertidos al Señor, que tengan una iniciación cristiana verdadera y puedan dar un testimonio creíble; no obstante, por más adelante que se lleve cualquier proceso pastoral, la Iglesia no puede prescindir de la fuerza del kerygma en ninguna de sus acciones[3].
En la Quinta Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe realizada en Aparecida, Brasil, en 2007, los obispos insistieron en la necesidad que tienen las personas de una iniciación cristiana a través de la experiencia kerygmática, como base sólida para la maduración de la fe, y expresaron su sentir urgente de que ésta conduzca a un encuentro personal, cada vez mayor, con Jesucristo (Dios y hombre) y de que lleve a la conversión, al seguimiento eclesial y a una práctica madura de los sacramentos, el servicio y la misión[4] por parte de las personas.
El kerygma es la base desde la cual los demás elementos de la vida cristiana (sacramentos, catequesis, doctrina, etc.) adquieren su verdadero y profundo significado. Quien ha experimentado el amor de Dios puede convencerse de ese amor y desear transmitirlo y enseñarlo a los demás. El kerygma nos lleva a tomar consciencia del amor vivificador de Dios a través del sacrificio y la resurrección de Cristo, y esto es lo primero que debemos anunciar y escuchar, pues la gracia es lo primero en la vida cristiana y en la acción evangelizadora[5].
La catequesis, la acción evangelizadora y todo intento de renovación eclesial no pueden perder ni omitir el entusiasmo y la parresía[6] despertados por la aceptación del kerygma. En él se evidencia la acción de la Divina Trinidad: la luz del Espíritu que nos lleva a creer en Jesucristo, quien en su muerte y resurrección nos revela la misericordia infinita del Padre. No hay que pensar que en la catequesis se deja el kerygma por una formación más sólida, porque no hay nada mayor a este anuncio. Toda formación es una profundización del kerygma. Este anuncio en el tiempo de hoy debe tener algunas características como: expresar el amor salvífico de Dios antes que la obligación moral o religiosa, que no imponga la verdad y promueva la libertad, que sea alegre, estimulante, vital e integre más el Evangelio que cualquier filosofía. De esta forma, el evangelizador debe hacerse cercano, dialogar, tener paciencia y acoger cordialmente a las personas, de manera que en ningún momento se sientan señaladas o juzgadas[7].
La proclamación del kerygma también tiene importantes repercusiones comunitarias y sociales: “El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad”[8]. De esta manera, la transmisión de la buena nueva y la enseñanza de la fe deben partir de un kerygma vivido y proclamado constantemente por personas que se declaran hijos de Dios y miembros de la Iglesia.
La razón de ser de la Iglesia es la evangelización[9], y cada creyente está llamado a ser discípulo misionero, según lo expresaron los obispos en Aparecida y lo ha recalcado el Papa Francisco en repetidas ocasiones. Sin embargo, esta misión no puede llevarse a cabo solamente con las capacidades y fuerzas del hombre, por lo que el Señor Jesús nos ha dejado su Espíritu, poder de lo alto que viene en nuestra ayuda para que digamos lo que debemos decir[10] en el momento justo, y para que nuestras palabras se basen más en el poder de Dios que en la sabiduría humana[11].
[1] Cfr. Hch. 2, 47.
[2] Cfr. Job 42, 5.
[3] Cfr. DA No. 278, lit. a.
[4] Cfr. DA No. 289.
[5] Cfr. DA No. 348.
[6] El significado fundamental de parresía es el de «libertad para decirlo todo»; de aquí las diversas modulaciones de su significado: franqueza, valentía, libertad confiada (Cfr. Hch. 5, 28 ss).
[7] Cfr. EG No. 164-165.
[8] EG No. 177.
[9] Cfr. EN No. 14.
[10] Cfr. Lc. 12, 12.
[11] Cfr. 1 Cor. 2, 4-5.