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La Iglesia se halla situada en una nueva etapa evangelizadora que exige de los cristianos y, particularmente de los sacerdotes, nuevas pedagogías, nuevas expresiones, nuevas presencias y, sobre todo, nuevas actitudes. S. Juan Pablo II dijo en su momento que el verdadero misionero es el santo y que la nueva evangelización presupone la santidad (cfr. RMi 90). Recientemente, el Papa Francisco ha afirmado que “no es la creatividad pastoral, no son los encuentros o las planificaciones lo que asegura los frutos, sino el ser fieles a Jesús”1. Atendiendo a las palabras del Papa, la principal causa de la escasez de frutos pastorales que venimos cosechando la encontramos, pues, en la falta de fidelidad a Jesucristo. Consiguientemente, el remedio ha de comenzar por la conversión personal, sin excluir, por supuesto, la conversión pastoral.
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