EDUCACIÓN Y EVANGELIZACIÓN
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El llamado a la Nueva Evangelización — lo que el Papa Emérito Benedicto XI llamó “el llamado urgente a proclamar el Evangelio de nuevo en un medio altamente secularizado” — tiene enormes implicaciones para los católicos en la educación, tanto en casa como en la escuela. Ambos son lugares de evangelización.
Según la Congregación para la Educación Católica, “La misión de la Iglesia es evangelizar, por la transformación interna y la renovación de la humanidad. Para los jóvenes, la escuela es una de las formas de que se lleve a cabo esta evangelización.” El hogar es la primera escuela a la que asistimos y la más importante, y nuestros padres siguen siendo los primeros educadores, sin importar adónde vayamos después.
La concepción católica de los lugares de evangelización da prioridad a la conversión personal y a la “transformación interna”. En este sentido, es radicalmente distinta del proselitismo, que busca medidas y efectos externos, como hacer que la gente ocupe las bancas de la iglesia y llene las canastas de la colecta. Esto es algo que debemos entender bien, como insiste el Papa Francisco. Si lo hacemos, serán menos los hijos que dejen la fe al crecer, y más los que se vean capaces de dirigirse al exterior y hablar de su fe católica confiadamente al mundo que los rodea.
“PRE-EVANGELIZACIÓN”
El proceso de evangelización tiene tres dimensiones, así como otra etapa muy importante, que algunos llaman “pre-evangelización”, y que debe realizarse previamente.
Esta fase inicial corresponde al llamado al discipulado. El Evangelio nos muestra que los discípulos eran llamados a Cristo, no con discursos abstractos, sino por un encuentro con Cristo mismo o, después de Pentecostés, con hombres y mujeres encendidos por el Espíritu Santo. Los apóstoles enseñaban la doctrina, claro, pero era el firme fundamento de una fe viva lo que llevaba las palabras hasta el corazón de sus oyentes, mostrando que ellos también podían ser transformados. Lo que cada cristiano convertido entiende en algún momento es que se le ofrece no sólo una lista de reglas o un conjunto de doctrinas, sino también el secreto de la felicidad verdadera.
Si una persona no se siente atraída hacia Cristo y no aprecia la necesidad de la salvación, no se puede esperar que escuche las enseñanzas de la Iglesia con verdadera atención, así como un tema académico que no parece tener conexión con su propia vida siempre suena aburrido. Debemos encontrar formas de presentar este llamado de Cristo y alimentar el interés para convertirlo en un deseo de seguirlo.
En ocasiones una obra de ficción puede despertar el anhelo por la alegría y felicidad que sólo Dios puede brindar: las Crónicas de Narnia de C.S. Lewis son un buen ejemplo de ello (de hecho, el autor ha dicho que en parte fueron escritas con esta idea en mente). El propio Lewis sintió esa alegría interior y descubrió una forma de comunicarla a los demás. De la misma forma, tanto una obra de arte, una música, una canción, una poesía o una biografía tienen una importancia vital cuando se trata de abrir nuestro corazón al llamado de Dios. A veces, esto se llama “el camino de la belleza”.
El testimonio de ciertas personas que han vivido su fe en circunstancias difíciles, o que han trabajado al servicio de los pobres y los enfermos, y encontrado la alegría al hacerlo, es también una forma poderosa de hacer audible el llamado de Cristo. Conocer personalmente a estos testigos puede ser una experiencia que nos transforme la vida. Y es claro que un padre o un maestro ejemplar, que tenga una verdadera fe viva y una integridad real, puede tener el efecto más poderoso y duradero de todos.
Naturalmente, a veces lo mejor que podemos lograr con nuestros intentos de “pre-evangelización” es despertar la curiosidad de alguien. Puede que lleve cierto tiempo convertirlo en apóstol, pero no importa. La curiosidad es mejor que la indiferencia.
MEMORIA Y RAZÓN
El llamado de Cristo es seguido de un “enviar” (missio) a otros que corresponde a la evangelización. Ayuda pensar que la evangelización tiene tres elementos o tres dimensiones: recordar, pensar y comunicar. Estos elementos, a su vez, se relacionan con el trívium de la educación clásica: gramática, lógica y retórica.
La primera dimensión de la evangelización es una iniciación a la memoria de la Iglesia, o la transmisión de la doctrina y las tradiciones. “Háganlo en memoria de mí”, dijo Jesús en la Última Cena. La palabra original en griego (anamnesis) implica no sólo un retorno al pasado, sino una reunión con el presente. No es sólo un aprendizaje, entonces, sino una iniciación: un proceso por el cual nos familiarizamos con la tradición y comenzamos a vivir en ella como en nuestra propia casa, pasando a formar parte nosotros mismos de la cadena de transmisión.
Para muchas personas, esta primera parte de la evangelización parece dejarnos sin nada más que hacer, como si la idea final de la evangelización fuera lograr que la gente formara parte de nuestra tradición. Es cierto que es un paso esencial, pero no basta por sí mismo. Como lo hemos visto en el pasado, la fe basada en la memoria, la instrucción de la doctrina o la sola familiaridad no puede sobrevivir a los retos de la vida moderna. Muchos niños crecen conocedores de su fe y recordando las historias de la Biblia y los rituales, pero aún así se alejan porque no significa realmente nada para ellos, excepto una vaga nostalgia.
Por lo tanto, la segunda dimensión, que es igualmente importante para la evangelización, es el despertar de la inteligencia. La doctrina, el ritual y la Escritura deben entenderse como formas de captar la verdad y progresar en ella. No se trata tan sólo de gestos o frases que realizamos porque formamos parte de un grupo. Lo que aprendemos no debe quedarse en nuestra mente sin examinarse, hasta que se desgaste o deseche por las presiones de la vida moderna. El segundo paso es ayudar al curioso a comprometerse con la fe, y hacerlo con la mente y el corazón alertas. Esto requiere disciplina mental para buscar la verdad durante toda la vida de una persona.
La verdad en su totalidad, como una unidad determinante, siempre está más allá de nuestro alcance: una vez que pensamos haberla alcanzado, se nos escapa entre los dedos. Pero no podemos abandonar la búsqueda, excepto a costa de nuestra humanidad. Una fe creciente debe ser un estímulo para la razón y la inteligencia, no un obstáculo ni una alternativa. Ésta es la lección de la gran encíclica del Papa Juan Pablo II Fides et Ratio (Fidelidad y Razón). Siempre hay preguntas, interrogantes, enigmas y misterios que contemplar, nuevas profundidades que penetrar.
EL ETOS CATÓLICO
La tercera dimensión de la evangelización evita que se convierta en una obsesión meramente intelectual, y finalmente agotadora,
Necesitamos comunidad, lo cual implica una serie de relaciones en las cuales se puede comunicar la verdad. Nadie puede aprender ni enseñar la verdad en el vacío. Esta tercera dimensión de la evangelización implica que se cultive un etos: el sentimiento de pertenencia a una comunidad de valores e ideales compartidos, un medio moral donde la persona como individuo es valorada, apoyada y querida.
La palabra ethos originalmente significaba “costumbre”, “hábito” o “carácter”, y por lo tanto el “etos” de la comunidad cristiana — como una escuela — se refiere a la forma de vivir, de relacionarse unos con otros, una forma de estar juntos (y estar con Dios, juntos). Se refiere a la forma en que nos tratamos unos a otros, y depende de la calidad de nuestra atención y respeto mutuo. Apoya y estimula a la vez la imaginación y la indagación intelectual, pero es diferente de ambas.
El etos de una escuela se expresa a veces como su misión, pero esto no puede ser más que un punto de referencia. El etos exige en realidad que nos comportemos, y no sólo hablemos, según la fe y la inteligencia que profesamos. Es un asunto de “espíritu” y no de “letra”. Se muestra de maneras diferentes, desde un humor o un ambiente hasta varias señales concretas, como una integración estrecha de la liturgia, la oración y la instrucción religiosa con el resto de la vida, el ejemplo moral que brindan los profesores y los padres, la forma en que se alienta la cortesía y la bondad, una atención especial de los que tienen necesidades especiales, etc.
Para algunos, esto puede sonar excesivamente católico, pero un etos cristiano es esencialmente mariano. La “atmósfera” de una escuela o una familia católica tiende a reflejar la de la Sagrada Familia, ya que es el medio educativo en el cual creció el Señor mismo.
La labor de un profesor o un padre católico es ayudar a llevar a Cristo a su nacimiento y madurez en cada miembro de la comunidad, y en ese aspecto ayuda a extender el etos de la Sagrada Familia por todo el mundo. Esto sólo es posible con la ayuda de la gracia de los sacramentos, que transmiten la presencia viva de Cristo mismo.
La evangelización no se limita a la instrucción religiosa o la liturgia, sino que afecta lo que se enseña y la forma en que se enseña, sin importar el tema. La Encarnación no es una información histórica que, una vez comunicada, pueda olvidarse mientras dedicamos nuestra atención a la geografía, la biología o las matemáticas. Si es verdadera, la fe cambia todo, incluso la forma en que vemos el cosmos. Una vez que se aprende esta primera lección, no hay temas “aburridos”. Nada puede ser feo o inútil a menos que lo hagamos así. G.K. Chesterton dijo con sarcasmo “¿Acaso es aburrida el agua de una zanja? Los naturalistas que tienen microscopios me dijeron alguna vez que pulula de discreta diversión.”
Al final, la fe cambia la forma en la que se enseña cualquier tema, así como las relaciones entre los temas. Los relaciona separadamente y todos juntos con nuestro destino, con el deseo que tiene nuestro corazón de unión con la verdad infinita: lo que se llamaba la salvación de nuestra alma.
STRATFORD CALDECOTT es director de Second Spring Oxford (secondspring.co.uk) y autor de Beauty in the Word: Rethinking the Foundations of Education (2012). También es editor de la revista en línea Humanum (humanumreview.com). En septiembre de 2013, recibió un doctorado Honoris Causa en teología sagrada del Instituto Pontificio Juan Pablo II de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia en Washington, D.C.
Por: Stratford Caldecott
En: Caballero del Colón