“LA EVANGELIZACIÓN NACE DE LA PALABRA DE DIOS PROCLAMADA EN LA IGLESIA”

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Palabra, Iglesia, evangelización y fe son los cuatro componentes de la presente reflexión. No pueden entenderse el uno separado del otro. La articulación y profunda relación entre ellos lo expresan distintos documentos del Magisterio y la actual reflexión teológica y pastoral. Por poner solo un ejemplo, acudamos al Directorio General para la Catequesis del año 1997. La primera parte recuerda el concepto de Revelación expuesto en el Concilio Vaticano II. Comienza por ello, porque dicha concepción determina y fundamenta teológicamente todo el documento. Los conceptos Palabra de Dios, Evangelio, Reino de Dios y Tradición, presentes en la Constitución Conciliar sobre la Divina Revelación (Dei Verbum), fundamentan el significado de la catequesis. Junto a ellos, añade los conceptos evangelización y fe, y para ellos acude de modo particular a otro documento de gran impacto eclesial: El anuncio del Evangelio hoy de Pablo VI (Evangelii Nuntiandi) (DGC 359)

El título del primer capítulo de la primera parte permite entender la lógica teológica del Directorio, que igualmente inspira la presente reflexión: La Revelación y su transmisión mediante la evangelización. (DGC 39)

Esta concepción de evangelización hace que el Directorio, por razones teológicas pastorales, vincule el concepto fe más a la evangelización que a la Revelación, a diferencia del catecismo de la Iglesia Católica que vincula la fe con Revelación. La razón que da es la siguiente: la Revelación llega al ser humano a través de la misión evangelizadora de la Iglesia (DGC, nota a pie de página 28).

En esta reflexión seguiremos la misma propuesta pedagógica del Directorio General para la catequesis: partiremos del fundamento de todo, lo que está al origen de la vida Cristiana: la Revelación de Dios. En segundo lugar, profundizaremos en el concepto de evangelización. En tercer lugar, mostrar la fe como respuesta a la Revelación que ha sido transmitida por la Iglesia mediante la evangelización. Y terminar con la presencia y la acción del Espíritu santo en la revelación, la evangelización y la fe.

Fuente principal de estas reflexiones son documentos del Magisterio del Concilio Vaticano II, en particular la Constitución Sobre la Revelación (DV). También enseñanzas de los Papas al respecto, de modo especial aquellas que son resultado de sínodos sobre evangelización, Palabra de Dios y nueva evangelización.

Revelación: “Dios nos primerea”.

Afirma René Latourelle: “La Revelación o la Palabra que Dios dirige a la humanidad es la primera realidad cristiana; el primer hecho, el primer misterio, la primera categoría. Toda la economía de la salvación, descansa en la auto manifestación de Dios. La Revelación es el acontecimiento primordial y decisivo de todo el cristianismo, el que condiciona la opción defe, como opción humana, libre e inteligente. En teología todo depende de la Revelación divina, todo se refiere a ella, todo se explica a su luz”1

La Revelación es lo primero. Desde ella se entiende y se explica todo el hecho cristiano. Y si ella funda todo, de la Revelación, de esta Palabra, “nace” la Iglesia, la evangelización y la fe.

Puede explicarse este acción originante de la Revelación, acudiendo a una expresión del Papa Francisco, que cada vez se vuelve más recurrente en el lenguaje teológico y en los planes de pastoral y de evangelización: “Dios nos primerea”: “La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha “primereado” en el amor (cf. 1 Jn 4,10)”. (EG 24).

Es clara la relación entre Revelación o Palabra e Iglesia y evangelización. La Iglesia evangelizada y evangelizadora nace de la Palabra y tiene como misión anunciar esa Palabra. Una nueva frase del Papa Francisco ayuda a subrayar lo dicho: “En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras. En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que «Él nos amó primero» (1 Jn 4,19) y que «es Dios quien hace crecer» (1 Co 3,7)” (EG 12).

El mismo Papa Francisco no se cansa de repetir unas palabras del Papa Benedicto, porque apuntan al centro del Evangelio: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.2

Lo primero es el amor de Dios, su iniciativa, su voluntad de manifestarse, su plan de salvación a toda la humanidad. A la base de todo, de la misión de Iglesia y de nuestra respuesta de fe está el amor de Dios. El amor de Dios es lo previo: es el corazón mismo del Evangelio.3

Es imposible al leer esta frase y no remitirse a la Constitución dogmática sobre la Revelación del Concilio Vaticano: “Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía” (DV 2)

Dios nos ama primero o Dios toma la iniciativa, significa que Dios nos primerea. Y esta acción primera de Dios, es luz para entender toda la opción cristiana.

Cristología de la Revelación y de la Palabra

Al pensar en la Revelación como acción gratuita y amorosa de Dios y como acción de dialogo y de comunicación, no podemos reducir la Palabra al texto bíblico o a la Escritura, con todo y lo importante que es la Biblia en la Iglesia, en su pastoral y en la vida cristiana.

Referente de primer orden para comprender la relación entre Revelación y Palabra es la exhortación apostólica “Verbum Domini” de Benedicto XVI, que trata sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia.

2 Esta frase la encontramos por primera vez en la introducción de la Carta Encíclica “Dios es amor” del Papa Benedicto XVI, número 1. Y a partir de allí se ha vuelto también recurrente en la reflexión teológica y en los planes de pastoral y evangelización. Por citar un ejemplo cercano a nosotros los latinoamericanos, esta misma afirmación la encontramos en la introducción del documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida (DA 12).1 Latourelle RENE, Teología de la Revelación, Ediciones Sígueme, Salamanca 1982, 9.

3 “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1 Jn 4.16). Estas palabras de la primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del ser humano y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: “nosotros hemos conocido el amor el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”. Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida” (DEC 1)

Este documento es claro en afirmar que con la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios y con esta exhortación se toca el corazón mismo de la vida cristiana. Pues en efecto, la Iglesia se funda sobre la Palabra de Dios, nace y vive de ella (VD 2)

Tomando el prólogo del Evangelio de San Juan como guía de reflexión, el documento está estructurado en tres partes: Verbum Dei (Dios habla), Verbum in Eclessia (La Palabra de Dios en la Iglesia) y Verbum mundo (La misión de la Iglesia: anunciar la Palabra de Dios al mundo).

En el texto sobresale una concepción de Revelación como dialogo y de la vida cristiana como encuentro. De hecho, la primera parte habla de un Dios que habla e invita a la persona humana a responder con la fe: “La novedad de la revelación bíblica consiste en que Dios se da a conocer en el dialogo que desea tener con nosotros” (VD 6).

Advierte que la Palabra de Dios, el Verbo existe desde siempre. El Prólogo de Juan nos sitúa ante el hecho de que el Logos existe realmente desde siempre y que, desde siempre, él mismo es Dios. Así pues, no ha habido nunca en Dios un tiempo en el que no existiera       el Logos. El Verbo ya existía antes de la creación. Dios se nos da a conocer como misterio de amor infinito en el que el Padre expresa desde la eternidad su Palabra en el Espíritu Santo. Por eso, el Verbo, que desde el principio está junto a Dios y es Dios, nos revela al mismo Dios en el diálogo de amor de las Personas divinas y nos invita a participar en él” (VD 6).

Desde esta perspectiva, es también importante otra aclaración más que se hace en la misma exhortación: “hay que destacar ahora lo que los Padres sinodales han afirmado sobre las distintas maneras en que se usa la expresión «Palabra de Dios». Se ha hablado justamente de una sinfonía de la Palabra, de una única Palabra que se expresa de diversos modos: «un canto a varias voces». (VD 7).

En primer lugar, con la expresión Palabra de Dios se hace referencia al “Logos”, al verbo eterno. En segundo lugar se hace referencia al Verbo encarnado en Cristo, a Jesús al revelador del Padre, plenitud de la revelación. Pero siguiendo el documento, encontramos las otras significaciones: son Palabra de Dios la creación, la historia humana, la historia de la salvación, los profetas, la palabra predicada por los Apóstoles, Palabra transmitida en la Tradición viva de la Iglesia y en la Sagrada Escritura (VD 7).

Pero aunque debemos ser conscientes de que nos encontramos realmente ante un uso analógico de la expresión Palabra de Dios, su significado fundamental es en relación con el Verbo eterno de Dios hecho carne, único salvador y mediador entre Dios y la persona humana. El significado fundamental y desde el cual deben interpretarse las demás formas de entender la expresión Palabra de Dios, es el cristológico: “La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Ga4, 4). La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús. Su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad” (VD 11).

La cristología de la Palabra, explica el Cristocentrismo en la revelación, en la evangelización y en la catequesis.

La misión de la Iglesia: anunciar la Palabra de Dios al mundo.

 

Son muchos los estudios que se ocupan hoy día sobre la evangelización. Todos ellos coinciden en afirmar que la evangelización es la vocación propia de la Iglesia, siguiendo así la famosa encíclica “El anuncio del Evangelio hoy” de Pablo VI (1974). En este texto dicha vocación se explica en razón de la práctica evangelizadora de Jesús y del envío que él hace a sus discípulos. Y esto lo hace usando una fórmula que es clásica en la teología y reflexión eclesial: “Del Cristo evangelizador a la Iglesia evangelizadora”.

Este mismo texto se detiene a describir los estrechos vínculos que hay entre Cristo e Iglesia, Iglesia y evangelización: La evangelización como misión esencial de la Iglesia, tiene su origen en la práctica evangelizadora de Jesús. Nace de Jesús Palabra del Padre y de la Palabra proclamada por Jesús. Nace de la acogida a esta Palabra por parte de la Iglesia. Y nace del envío que Jesús hace a su Iglesia de ir por todo el mundo y anunciar la Buena Nueva.

Más en detalle formula estos vínculos en los siguientes términos: a) la Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los doce; b) nacida de la misión de Jesucristo, la Iglesia es a su vez enviada por El; c). La Iglesia continua la obra de Jesús mediante la evangelización;

  1. d) Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Ella no solo anuncia la palabra, también la escucha; e) la Iglesia es depositaria de la Buena Nueva que debe ser anunciada; f) enviada y evangelizada, la Iglesia misma envía a los evangelizadores, y los envía predicar el Evangelio no su propia palabra.

Todas estas relaciones entre Cristo, Iglesia y evangelización, se puede resumir acudiendo a una frase de Benedicto XVI en “verbum Domini”: “De la Palabra de Dios surge la misión de la Iglesia” (VD 92). Pues “su Palabra no sólo nos concierne como destinatarios de la revelación divina, sino también como sus anunciadores”. (VD 91). Por eso, la Iglesia no se guarda para sí la Palabra que ha recibido de su encuentro con Cristo. Le corresponde la hermosa tarea de anunciar esa Palabra que ha recibido por gracia.

Ello ayuda a entender mejor otra afirmación que es común en la Iglesia: la Iglesia es a la vez evangelizada y evangelizadora. De este modo se subrayan varias cosas del ser y del quehacer de la Iglesia: a) Cristo evangelizador y evangelio; b) Evangelizada en primer lugar por Cristo, la Iglesia es enviada a evangelizar; d) la Iglesia es evangelizadora evangelizando a los otros evangelizándose a sí misma: en cuanto evangelizada por Cristo, no sólo al comienzo de su misión en la época apostólica, sino a lo largo de toda su historia de evangelización.

Evangelizar y conversión

Decir Iglesia evangelizada y evangelizadora en los términos expuestos hace notar algo de lo cual cada vez somos más conscientes como evangelizadores: La piedra de toque de la evangelización es la conversión.

Esta expresión tiene dos significados, ambos usados por Pablo VI. Primero, cuando la Iglesia evangeliza lo hace con la finalidad de llamar y hacer efectiva la conversión de quien escucha la palabra. Segundo, lo que la Iglesia anuncia, y cada bautizado en ella, es su propia acogida y conversión a la evangelización recibida de Cristo.

Sobre la unidad anuncio y conversión “Evangelii Nuntiandi” es muy claro al hablar de la conversión como finalidad de la evangelización. Recordemos algunas frases suyas: a) Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad”; b) Cuando la Iglesia evangeliza “trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de la persona humana, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos” (EN 19); c) Al anunciar la Palabra la Iglesia busca “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (EN 19); d) “Lo que importa es evangelizar – no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad hasta sus mismas raíces – la cultura y las culturas del ser humano” (EN 20); y e) “Efectivamente, el anuncio no adquiere toda su dimensión más que cuando es escuchado, aceptado, asimilado y cuando hacer nacer en quien lo ha recibido una adhesión al corazón. Adhesión a las verdades que el Señor en su misericordia ha revelado, es cierto. Pero más aún, adhesión al programa de vida – vida en realidad ya transformada – que él propone. En una palabra, adhesión al Reino (…) Tal adhesión, que no puede quedarse en algo abstracto y desencarnado, se revela concretamente por medio de una entrada visible, en una comunidad de fieles” (EN 23)

Por estas palabras se advierte la profundidad, la integralidad y la radicalidad de la conversión, que como respuesta animada por el Espíritu, se da al anuncio de la Palabra. Conversión que de modo breve, se sintetiza en la expresión “adhesión a Jesús y a su proyecto del Reino”. En palabras del Directorio General para la Catequesis: “la fe cristiana, es ante todo, conversión a Jesucristo, adhesión plena y sincera a su persona y decisión de caminar en su seguimiento” (DGC 53).

Si la conversión es la prueba de la verdad o la piedra de toque de la evangelización, ella cuestiona en profundidad muchos modos contemporáneos de vivir la fe, de asumir el bautismo, de anunciar, de ser Iglesia y de hablar de Dios. Una pregunta podría ayudarnos para pensar en ello. En el decir del padre Cantalamesa: “Qué es lo que en realidad creen los cristianos creyentes en Europa y en otros lugares? La mayor parte de las veces creen en la existencia de un ser supremo, en un creador; creen en algo que existe más allá del universo visible y más allá de la muerte. Esto es fe religiosa, pero todavía no es fe cristiana, que es la que tiene como objetivo específico la persona de Jesús” 4

Para el caso de América Latina, por qué no leer a luz de lo dicho sobre la conversión, su alcance, sus dimensiones y sus exigencias, la siguiente frase de Aparecida que describe la situación de bautismo sí, pero no de conversión muchos de los católicos del Continente: “No resistiría los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de la verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados” (DA 12)

La conversión cuestiona también muchas prácticas de pastoral, de catequesis y de educación en la fe. 5 De hecho, hay muchas prácticas educativas en la Iglesia hoy que no educan a la conversión a Cristo y su proyecto del Reino, a la eclesialidad de la fe, a creer eclesialmente. Prácticas pastorales o evangelizadoras que pueden alimentar cierta religiosidad, diversos modos de creer en Dios, pero que no necesariamente educan a creer en Dios en la Iglesia. Muchas prácticas pastorales ofrecen imágenes inadecuadas y deformadas de Dios, con las que se alimenta el egocentrismo religioso, el infantilismo religioso, la superstición y la concepción de Dios como el tapagujeros. Otras desarrollan formas de fe individualistas, subjetivistas y poco eclesiales No faltan prácticas que generan y alimentan una fe impersonal. Son prácticas que siguen dando por supuesta la conversión como adhesión a la persona de Jesús. Otras se organizan a partir de una comprensión desencarnada de la fe. Su formación más que moral es moralizante. Y finalmente una gran limitación: la fragilidad o debilidad de las comunidades cristianas para suscitar, iniciar y acompañar de modo permanente la fe y la conversión.

La conversión en todas sus dimensiones, personal, pastoral y de estructuras es asunto de primer orden hoy en la Iglesia. Para nosotros en América Latina referente último y fundamental son las conclusiones de Aparecida. Y qué decir de la exhortación del Papa Francisco la Alegría del Evangelio. 6

Las expresiones “recomomenzar desde Cristo”, “reencontrarse con Cristo” o “encontrarse con Cristo” son las más comunes, vitales y evangélicas para hablar de la conversión en todos estos sentidos y para entender la situación de una vida y de una Iglesia en permanente conversión. Pues si todo comenzó a partir de un encuentro con Cristo Palabra y su Palabra, toda renovación es un continuo y constante encuentro con Cristo Palabra y su Palabra.

Estos reiterados llamados a la conversión, para que no se quede en cambios o renovaciones de forma pero no de fondo, exigen que seamos conscientes de la relación estrecha entre Palabra y testimonio cristiano, tal como lo subraya Benedicto XVI en “Verbum Domini”: “es importante que toda modalidad de anuncio tenga presente, ante todo, la intrínseca relación entre comunicación de la Palabra de Dios y testimonio cristiano. De esto depende la credibilidad misma del anuncio. Por una parte, se necesita la Palabra que comunique todo lo que el Señor mismo nos ha dicho. Por otra, es indispensable que, con el testimonio, se dé credibilidad a esta Palabra, para que no aparezca como una bella filosofía o utopía, sino más bien como algo que se puede vivir y que hace vivir” (…) Quienes encuentran testigos creíbles del Evangelio hacen constatar la eficacia de la Palabra de Dios en quienes la acogen”. (VD 98)

4 Cantalamesa RAINERO, Discurso de apertura en la conferencia internacional Alpha. La fe que vence al mundo”, Alpha internacional, Deerfield, 2005.

5 Calvo Pérez ROBERTO, No todas las prácticas pastorales llevan a la fe, en “Misión Joven” (432-433), enero – febrero de 2013, 51-59.

“La fe nace en la Iglesia, conduce a ella y vive en ella”.7

En la Constitución Dei Verbum (DV 2-5) y en el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 50-175) se habla de la fe como don de Dios, acto personal y acto eclesial. Con ello se dice que la fe “tiene sus confines específicos” en tres realidades: en Dios mismo a quien y en quien se cree; en el propio acto humano de creer en el sentido de libertad y racionalidad; y en la Iglesia en la que se recibe, se vive y se celebra la fe.

La fe como don de Dios debe ser convenientemente entendida. Se afirma que es don porque se reconoce que es Dios quien toma la iniciativa, Él es quien sale al encuentro del ser humano y lo busca. Y de este modo es un don destinado a todos. En caso contrario estaríamos ante un Dios caprichoso que predestina a unos a la fe y a otros a la increencia. La fe es don no en el sentido de que a unos les es dada y a otros les es negada, sino en el sentido de la que la fe se funda en la gratuidad de Dios que quiere comunicarse. 8 La fe es don porque sitúa al ser humano en el ámbito de lo ofrecido, de lo revelado por Dios. La fe es escucha de una Palabra y encuentro con ella.

La fe es “respuesta del ser humano” a Dios que se revela. Característico de la fe es ser también “acto humano”. No es un acto contrario ni a la libertad, ni a la inteligencia humana. De hecho, en la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina. Creer es un acto humano, personal, consciente y libre, que corresponde a la dignidad humana.

La fe, es don de Dios y respuesta libre, pero no es un acto aislado. La fe es un acto eclesial Así como nadie puede vivir solo, nadie puede creer solo. Tampoco nadie se ha dado la fe así mismo. Aunque la fe es un acto personal cada persona es un “receptor” no un “hacedor”, que necesita de una tradición viva. El creyente recibe la fe de otro, de la Iglesia, y a su vez, como miembro de la Iglesia, debe transmitirla a otros. Cada creyente es un eslabón en la gran cadena de creyentes. No se puede creer sino sostenido por la fe de otros.

La Iglesia es la primera que cree. La Iglesia es la primera que, en todas partes, confiesa al Señor, y con ella y en ella somos impulsados y llevados a confesar también: creo, creemos. La profesión de fe es un acto personal y comunitario. Pero en realidad, el sujeto primero es la Iglesia, de modo que originalmente nuestro credo personal se inscribe en el creemos eclesial.

Al ser la fe cristiana una fe eclesial, se afirma también que la fe nos es dada. De hecho nadie se ha dado la fe a sí mismo. El creyente recibe la fe de otro. Recibimos la fe de la Iglesia. Al ser la Iglesia la primera que cree, la fe de la Iglesia es previa a la fe de cada uno de los creyentes.

7 BENEDICTO XVI AUDIENCIA GENERAL del 31de octubre de 2012, en L´Osservatore Romano, 4 de noviembre de 2012, número 45.6 Valadez Fuentes SSALVADOR, La conversión en la praxis pastoral, personal y comunitaria, en “Medellín” 134, junio (2008) 331-348.

8 González Carvajal LUIS– Elizondo – Estrada JUAN ANTONIO – Torres Queiruga ANDRES, Fe cristiana y opción personal, PPC, Madrid 2000.

Por medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva en Cristo por el bautismo. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta la fe personal (CCE 181). La Iglesia no forma parte del centro de la fe, ni es su término, sino que es el lugar y el contexto propio de la fe, al ser comunidad sacramental. Así manifiesta su ser comunitario característico y necesario de la profesión de fe cristiana, como expresión del creer en Dios eclesialmente. También manifiesta su ser de ser comunidad convocada o llamada y comunidad que convoca y llama. O comunidad que escucha y que proclama, según lo expuesto en la Constitución Dei Verbum.

Es la Iglesia la que nos entrega la fe que hemos de creer. La fe el cristiano la recibe de Dios en la Iglesia. La fe no es un invento de cada uno, porque es propio de la fe cristiana ser recibida y vivida en la Iglesia. El aspecto eclesial de la fe no depende del sujeto llamado a creer en la Iglesia, sino de la revelación divina. Frente a la revelación la misión de la Iglesia es su custodia y fiel transmisión. La Iglesia se entiende así desde la voluntad de Dios de comunicarse. La Iglesia implica la revelación y la revelación implica la Iglesia. La Iglesia depende completamente su existencia de la acción reveladora de Dios. Todo lo anterior lleva a afirmar “que para recibir la revelación cristiana es necesario tener fe en la Iglesia, y esto en un doble sentido: como ámbito o lugar de la revelación, y en cuanto la Iglesia forma parte del objeto de la fe”.

Tener fe en la Iglesia es encontrar a Jesucristo en ella. Es reconocer que la Iglesia es el lugar de la fe porque ella es también creyente. Por eso se es creyente en la medida que se participa de la fe de la Iglesia. Pero como se dijo, tener fe en la Iglesia no es una fe al nivel de la fe en Dios, sino una fe en relación y dependencia de Dios. La fe en la Iglesia es fe en la acción de Dios en la Iglesia. Tener fe en la Iglesia significa reconocer su relación esencial con la revelación y la voluntad de Dios de comunicarse. 9

La fe de la Iglesia Madre precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. Ella, simultáneamente, acoge la revelación y la transmite. La Iglesia en cierto sentido puede ser llamada “el gran creyente”. En donde los creyentes singulares están unidos en una única fe, que es la de la Iglesia. De la Iglesia, cada creyente recibe el contenido y el modo de creer. Al hacer suya la fe de la Iglesia, cada creyente se convierte en Iglesia; la edifica y contribuye al nacimiento de nuevos creyentes. Al transmitir la revelación la Iglesia invita al ser humano a hacer suya su fe común, “por medio de ella”, pero también “en ella y con ella”. En todos estos sentidos la Iglesia es sujeto de la fe. El creo de la fe del individuo, es el creo de la fe de la Iglesia. La fe de la Iglesia se expresa y existe en el acto de fe de quien vive la fe en comunión con ella. El creyente es sujeto de la fe en la medida en que forma parte de la comunión de fieles, y nunca separado o de modo autónomo de ella. Lo anterior no contradice la necesaria personalización de la fe. Porque solo en comunión con la Iglesia la personalización de la fe es auténtica y madura. De lo contrario sería subjetivación, pero no personalización de la fe.

El espíritu santo: el maestro interior

 

El Directorio General para la catequesis dedica toda la tercer parte a la pedagogía de la fe. Parte del principio que toda pedagogía de la fe tiene la pedagogía de Dios como fuente y modelo. Ya que la evangelización es la comunicación de la Revelación de Dios, debe por lo mismo inspirarse en la pedagogía de Dios tal como se realiza en Cristo y en la Iglesia.

La pedagogía de la fe toma de ella de ella sus líneas constitutivas y, bajo la guía del Espíritu Santo, es una pedagogía que está al servicio del diálogo de la salvación entre Dios y la persona. Subraya la iniciativa divina, su motivación amorosa, su gratuidad, el respeto por la libertad. Pone en evidencia el don recibido y el llamado a crecer continuamente en El. Y pone también en evidencia la acción del Espíritu Santo, tanto en el llamado de la Iglesia a evangelizar, en el cumplimiento por parte de la Iglesia al cumplir esta tarea, y en la respuesta de fe que da quien acoge este anuncio. (DGC 140-142)

De este modo aparece clara la acción y el protagonismo del Espíritu Santo en la Iglesia, en la evangelización y en la respuesta de fe. No haya evangelización, ni catequesis posible, sin la acción de Dios por medio de su Espíritu. El Espíritu Santo es el protagonista de la acción eclesial, Él es el maestro interior de los que anuncian la Palabra y de los que llegan a creer en esa Palabra. (DGC 288)

En Palabras de “evangelii Nuntiandi”, el “Espíritu Santo es el agente principal de la Evangelización. Él es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de la salvación.” (EN 75). Según este mismo texto, el Espíritu Santo es también “el término de la evangelización”. Solamente el suscita la humanidad nueva. Y a través de Él, la evangelización penetra en los corazones.

El sínodo sobre la Palabra y el mismo Benedicto XVI invitan a que todos en la Iglesia seamos cada vez más conscientes de la dimensión pneumatólica de la Revelación, que repercute en la misma evangelización como fue dicho en los párrafos anteriores. Pues “no se puede comprender auténticamente la Revelación cristiana si tener en cuenta la acción del Paráclito. Esto tiene que ver con el hecho de que la comunicación que Dios hace de sí mismo implica siempre la relación del Hijo con el Espíritu Santo (VD15).

9 Izquierdo CESAR, Creo, creemos ¿qué es la fe?, Ediciones Rialp, Madrid 2008, 193-200.

Conclusión.

Al comienzo de estas reflexiones citamos unas palabras de Benedicto XVI que son muy usadas hoy en la Iglesia: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.

Uno de los acentos de la frase está puesto en el cómo se comienza a ser cristiano. Es decir, en la pregunta ¿cómo se llega a la fe? ¿Cómo llega alguien a ser discípulo de Jesús?

Hay un documento de la conferencia episcopal de Bélgica que está escrito alrededor de dicha pregunta. Su respuesta a esta pregunta puede resumirse en las siguientes expresiones: “A la fe no se llega únicamente por una reflexión más profunda. La fe nunca será la lógica conclusión de una meditación sobre el sentido de la existencia o el misterio de la realidad. Más tarde, es cierto, puede ayudar a dar respuesta a esta búsqueda (…) Al don de la fe no se llega confiando únicamente en las propias fuerzas. Para ello es necesario que se produzca, que pase algo diferente: uno ha sido tocado por Dios y su Palabra. Esta es la fuente de la fe: el encuentro con Dios y su Palabra. El Espíritu es el que hace que el corazón se encuentre disponible para las cosas de Dios” (…) La fe tampoco nace simplemente de nuestra experiencia (…) Aquí una vez más tenemos que decir que tiene que ocurrir algo, algo que no se posee previamente: el encuentro con el Dios vivo (…) ¿Cómo se llega a la fe? Es por el anuncio, como se llega a la fe (…) Así es como se llega a la fe: por la Palabra de Dios que toca el corazón humano”.10

A la fe se llega por el anuncio de la Palabra. La Iglesia tiene la vocación – misión de anunciar esa Palabra llamando a la conversión. Dicha tarea le viene dada por Jesús, Palabra del Padre. Al inicio de todo como fundamento esta Dios que habla y se comunica. Por eso la fe es respuesta al Dios que habla.

Con todo lo dicho en esta reflexión es también claro que la “Iglesia no vive de sí misma, sino del Evangelio, y en el Evangelio encuentra siempre de nuevo orientación para su camino”.

Ello quiere decir que la Iglesia evangeliza porque ella ha sido evangelizada. Evangelizada por Jesús se hace discípula al acoger la Palabra. Y esta acogida de la Palabra la hace también misionera, enviada a anunciar esta Palabra. Y quien acoge esta Palabra anunciada por la Iglesia, se hace también discípulo – misionero.

“Sólo quien se pone primero a la escucha de la Palabra, puede convertirse después en su heraldo”, subraya Benedicto XVI en “Verbum Domini”. Esta realidad no sólo aplica a la Iglesia como comunidad, sino también a cada cristiano en particular.

A la luz de esta expresiones, detrás de todo lo dicho en esta reflexión, encontramos todo el llamado de Aparecida de hacer de todo bautizado un verdadero discípulo-misionero de Jesús (DA 362), como el gran reto fundamental de la Iglesia en el mundo de hoy (DA 14).

10 CONFERENCIA EPISCOPAL DE BELGICA, Hacerse adulto en la fe. Catequesis y signos de los tiempos, Sal Terrae, Santander 2010, 23-25.

Y este es un gran desafío para la Iglesia. Mal entendido se cree que es un solo un asunto de técnicas o de métodos novedosos. Pero el desafío es mayor y más profundo. Es el desafío de reencontrarse, de entenderse y de vivir en un proceso continuo de conversión a partir de la experiencia fundamental: la experiencia de Dios que habla, del Dios que toma la iniciativa, del Dios que se revela. Experiencia de la cual nace como Iglesia y experiencia de la cual vive y alimenta de modo permanente su vocación y misión. La experiencia de Dios que habla y que toma la iniciativa constituye el fundamento último del ministerio pastoral y de la espiritualidad que lo sustenta. Dicho ministerio será auténtico si tiene su fuente en la experiencia de Dios, se vive como experiencia de Dios y está orientado a fomentar dicha experiencia. 11

La Iglesia debe darle primacía a la Palabra de la cual nace, vive y proclama. Primacía a la Palabra, que si bien incluye todo lo relacionado con la importancia y centralidad de la Escritura en la pastoral y en la espiritualidad, tiene que ver con algo más, desde lo cual incluso se explica dicha centralidad e importancia de la Biblia en la Iglesia.

Por primacía de la Palabra se entiende el asumir que la Iglesia nace de una Palabra que la precede. Es enviada por esa Palabra. Anuncia esa Palabra. Y vive del encuentro con esa Palabra. Dicha Palabra es por lo mismo para la Iglesia y para cada creyente en ella, principio fundante, principio de identidad, principio de crecimiento, principio de discernimiento y principio misionero.12 Principios que de alguna u otra manera se abordaron en estas reflexiones, aunque no se haya seguido está lógica, ni se hayan usado estas expresiones a lo largo del texto.

Dar primacía a la Palabra en el hoy de la Iglesia significa dar primacía a Dios en su vida, en el anuncio, en sus estructuras, en sus decisiones. Desde ángulos distintos al teológico esto es lo que se le pide a la Iglesia si quiere ser creíble y participar en el debate de la sociedad plural actual. Por ejemplo la filósofa Adela Cortina se pregunta que le puede ofrecer el cristianismo a la sociedad de hoy. Y ella misma responde desde lo que considera la identidad

del cristianismo: “Lo suyo es anunciar que Dios existe y tratar de hacer patente que es una buena noticia” (…) Un Dios personal, activo, que lleva la iniciativa en dirigir la Palabra, que interpela a los seres humanos y les anuncia que los cojos andan, los ciegos ven, a los pobres se les anuncia la buena noticia, la felicidad es accesible a los seres humanos, la injusticia no es la última palabra”. 13

11 Sánchez Espinoza VICTOR, El gran reto de la misión continental. Promover y formar discípulos misioneros”,

en “Medellín” 135 (2008), 439-463.

12 Merlos Arroyo FRANCISCO, teología contemporánea del Ministerio Pastora, Universidad Pontificia de México y Palabra ediciones, México 2014, 214.

13 Cortina ADELAa, El futuro del cristianismo en una sociedad plural, en Diego Bermejo (editor), ¿Dios a la vista?, Dykinson, Madrid 2013, 505-519.

Por:     Pbro. Dr. Manuel José Jiménez Rodríguez. Coordinador Académico del Área de Catequesis del CEFNEC

En:       Ponencia presentada en el Congreso Nacional de Evangelización y Catequesis, CONECAT UNIVA

Fecha: 17 de Noviembre de 2015

Lugar: Guadalajara, Jalisco