Idioma
Finalmente, el idioma de Pentecostés, según San Juan Pablo II “es la lengua materna de la Iglesia”, la que habla el sacerdote en la Eucaristía cuando dice “esto es mi cuerpo y esta es mi sangre”, o en el sacramento de la reconciliación al decir “yo te absuelvo de tus pecados”. Son las palabras de la Iglesia las que dan eficacia a los sacramentos. Además la Iglesia, con fidelidad a su tradición, renueva su lenguaje (sencillo, acertado y sensato) para contar de manera novedosa y creativa a los hombres de todos los tiempos el mensaje de salvación[1]. Es preciso utilizar en la predicación un lenguaje correcto y sencillo, para que todos puedan comprender en toda clase de ambientes, que se eviten terminologías propias de especialistas y a la vez expresiones mundanas. El predicador debe saber lo que quiere decir y también cómo hacerlo, con una adecuada preparación para no improvisar; debe cuidar el contenido, el estilo y la dicción; es importante que conozca la realidad cultural y existencial de sus oyentes para no caer en teorías o generalizaciones; debe tener un estilo amable, positivo, que no hiera a las personas aunque hiera sus consciencias y no tener miedo de llamar a las cosas por su nombre[2].