Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II se relaciona con la Nueva Evangelización por su perspectiva misionera y evangelizadora. Para que la Iglesia cumpla su tarea de evangelizar debe renovarse interior y exteriormente; para que sea un signo de la actuación de Dios debe purificar su rostro y su corazón y, para que los cristianos sean identificados como discípulos de Jesús, debe promover la unidad. Estos aspectos que se pueden sintetizar en la conversión pastoral, la conversión personal y la conversión institucional, son necesarios para cumplir la tarea de la evangelización. En el Vaticano II se manifestó una renovación conciliar, punto de apoyo para los nuevos movimientos eclesiales que evidencian un nuevo impulso evangelizador, aunque algunos surgieron antes de éste. El Evangelio promueve la obediencia, el amor, la esperanza y muchos valores más, por lo tanto la evangelización requiere de la cercanía con el hombre contemporáneo y sus realidades, para escucharlo y conversar con él sobre sus búsquedas e indigencias.
Desde el Concilio Vaticano II, “la Iglesia, en virtud de la misión que tiene de iluminar a todo el orbe con el mensaje evangélico y de reunir en un solo Espíritu a todos los hombres de cualquier nación, raza o cultura”[1], se plantea el objetivo de promover el desarrollo de la fe católica, lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles, adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo y suscitar la reflexión y el diálogo de cómo cumplir la misión de anunciar el Evangelio y de defender el “depósito de la fe” ante los cambios socioculturales.
El Concilio vislumbró la renovación de la Iglesia al ser entendida como “Pueblo de Dios”[2] y por eso trazó el camino presente y el futuro eclesial que se enfrentaría a las transformaciones sociales, culturales y morales del mundo actual desde su acción pastoral. De esta manera, el llamado a cumplir esta misión se responde mediante la consciente cooperación de todos los creyentes:
“Puesto que toda la Iglesia es misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el Santo Concilio invita a todos a una profunda renovación interior a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su cometido en la obra misional entre los gentiles”[3].
Esta perspectiva se ve reflejada en el enfoque pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual que presenta la Constitución Gaudium et Spes (GS). Los temas que se proponen en ella son los mismos que fundamentan los de la Nueva Evangelización: la condición del hombre en el mundo de hoy, la Iglesia y la vocación del hombre, y algunos problemas más urgentes como la dignidad del matrimonio y de la familia, la recta promoción del progreso y de la cultura, de la vida económica y social, la vida de la comunidad política, y el fomento de la paz y de la comunidad de los pueblos. Solo volviendo a las fuentes del Evangelio[4], como lo presenta e invita el Concilio Vaticano II, se puede responder a las exigencias de la Nueva Evangelización.
Desde este mismo interés se sustenta el principio misionero que promueve la Nueva Evangelización: sostener la identidad de la Iglesia[5] y de los cristianos y responder a los desafíos que confrontan las verdades que tiene el anuncio del kerygma. Es una misión que se aborda desde el interior de la misma Iglesia y que será procedimiento eficaz para dar respuesta asertiva a los desafíos del exterior que ella misma experimentará[6].
[1] GS, No. 92.
[2] Cfr. LG Nos. 9-17.
[3] AG, No. 35.
[4] Cfr. Íbid. Nos. 3 y 4.
[5] Cfr. Pablo VI. (1963). Discurso de apertura de la segunda etapa conciliar, No. 17.
[6] Cfr. LG No. 1.