Eclesiología para la Nueva Evangelización

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La Nueva Evangelización, fruto de la renovación eclesiológica del Concilio

Visualizar los rasgos eclesiológicos que deben marcar una nueva evangelización, nos exige necesariamente, aunque de manera resumida, redescubrir el giro que implicó en la manera de concebir la Iglesia y su misión, el Concilio Vaticano II, que es el acontecimiento eclesial que encontramos en la génesis de este nuevo impulso evangelizador que la Iglesia es llamada a asumir. A partir del Concilio Vaticano II debemos trazar el itinerario de este proyecto al que Juan Pablo II denominó “nueva evangelización”.

El Concilio Vaticano II sin implicar una ruptura en la tradición multisecular de la Iglesia, sí imprime un elemento de discontinuidad, que en la continuidad de la única Iglesia de Jesucristo, marca un radical y significativo viraje.

La Iglesia con la que el Papa Juan XXIII se encuentra al ser elegido como sucesor de Pedro, y por ende, llamado a “presidirla en la caridad”1, es una Iglesia sumamente encerrada en sí misma, quizás como protección frente al problema generado por el cisma de oriente, por la reforma protestante y por los embates de la modernidad. Estos tres problemas generaron en ella una triple mentalidad que la marcó por siglos: la mentalidad gregoriana, la mentalidad post tridentina y de contra reforma, y la mentalidad anti moderna2. Bien podría decirse, aunque sin caer en simplismos, que de la forma cómo la Iglesia se enfrenta a las circunstancias cambiantes de la historia, de allí derivan los modelos prevalecientes según los cuales se configura en cada época:

Iglesia como sociedad perfecta: configurada según los patrones que dominan la organización social, y fuertemente marcada por su apoyo en el poder. En su centralismo interpreta la “autoridad” como derivada de la “potestas”, y por ende fuertemente marcado por un ejercicio vertical excluyente, marcado por la dimensión disciplinaria y jurídica. El centralismo neutraliza la corresponsabilidad, centrando la vida eclesial en la jerarquía e identifica la unidad con la uniformidad.

Iglesia como Cuerpo de Cristo: desprovista del marco sacramental que la hace verse a sí misma inserta en el Misterio de Dios, debido en gran medida al empobrecimiento de sus dimensiones pneumatológica y escatológica; ella se yergue en defensa de su estructuración visible, y por ello fuertemente afianzada sobre la continuidad de juridicismo-disciplinario.  

Iglesia con reservas ante el mundo: tímida frente a una realidad cambiante que la desborda, y de un mundo que proclama su autonomía, la Iglesia tiende a encerrarse en sí misma y ve el mundo como lo adverso, yace en su propia trinchera mirando con desconfianza los movimientos de pensamiento y culturales que en general se van suscitando; ella es portadora excluyente de una salvación, y el mundo simplemente es el destinatario al que ella debe proveer de lo que no tiene. Prevalece una actitud anti dialogal.

El tema: Iglesia, como núcleo central de las deliberaciones conciliares, aflora como necesidad de aglutinar todo el material que llega como fruto de la convocatoria universal; en él se recoge, corrientes de renovación que habían ido madurando desde finales del S. XIX y que habían encontrado un fuerte y sistemático impulso en la Nouvelle Théologie, escuela francesa de principios del S. XX que propiciaba un fuerte cambio en la teología. Paulatinamente se toma consciencia de la necesidad de asumir este eje trasversal para dar organicidad a la reflexión conciliar. Decisiva influencia tienen en esta orientación el impulso programático que marcan el Papa Juan XXIII y Pablo VI: el primero señala en el discurso inaugural del Concilio la necesidad de responder a las exigencias actuales y a las necesidades de los diferentes pueblos3, y buscó animar una decisiva sensibilidad hacia una Iglesia más abierta, más humilde, más pobre, servidora y misionera, y marcada por una vocación irrenunciable al diálogo; Pablo VI por su parte, al abrir la segunda sesión del Concilio prefiguraba como objetivo irrenunciable del Concilio, el mirarse a sí misma en búsqueda de una mayor consciencia de lo que encierra su eclesialidad referida a Jesucristo, y consecuentemente de su necesidad de reforma; apuntaba también en sintonía plena con su predecesor hacia un diálogo que encontrase en el ecumenismo una expresión privilegiada, y la abriera a la humanidad en actitud benévola y de empatía cordial. Se trataba de acercarse a la humanidad, de una manera.

El viraje en la auto compresión eclesiológica que emerge en el Concilio Vaticano II, debe ser visualizado en la integridad de la obra conciliar. Es por ello que una correcta hermenéutica conciliar, si bien puede tomar como referente de la eclesiología conciliar la Lumen Gentium, no puede interpretarla de manera aislada sino en conexión con los restantes documentos, que la explicitan, ampliando su horizonte. Visto desde esta perspectiva podemos decir que la eclesiología conciliar se articula sobre tres grandes ejes, fácilmente identificables en la constitución De Ecclesia:

1. El Misterio de la Iglesia: Iglesia Misterio – Iglesia comunión

2. Condición espiritual e histórica de la Iglesia: Iglesia Pueblo de Dios

3. En función del Reino de Dios: Iglesia sacramento – Iglesia misión,

que se articulan, según la interpretación de algunos, alrededor del principio de la Encarnación, que como misterio permite a la Iglesia, por admirable analogía (LG 8) verse a sí misma en un proceso continuo, desde el cual buscó restablecer como núcleo de auto comprensión eclesial, el diálogo entre la fe y la cultura, con un dinamismo semejante al que desarrollaron los grandes movimientos misioneros de la historia.

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* Pbro. Eduardo Ramírez

1 San Ignacio de Antioquía; cfr. Ad Romanos, praef.; Lumen Gentium 13.

2 CADAVID DUQUE, Alvaro; LA NUEVA EVANGELIZACIÓN, Itinerario, identidad y características a partir del Magisterio Episcopal Latinoamericano, CELAM (Bogotá 2012) 14

3 JUAN XXIII, Discurso inaugural del Concilio, en AAS 54 (1962) 786-796