No siempre fue fácil de entender

pensador
El proceso de inculturación de la fe a lo largo de la historia de la Iglesia no ha sido un camino recto, o por lo menos sin fisuras o matices; al revés, ha sido un camino difícil y, muchas veces, con posturas contrapuestas. Acercamos una muy breve síntesis histórica enmarcada en cuatro puntos:

a) En los primeros años hubo una identificación rígida del cristianismo con la cultura judía. En esta primera etapa el cristianismo se define como una modalidad del judaísmo. Para hacerse cristiano hay que hacerse judío y observar toda una seria de preceptos de la ley mosaica. Los cristianos procedentes de la gentilidad tuvieron que someterse en un primer momento a estas normas, aunque en ocasiones, no sin dificultades.

b) En el Concilio de Jerusalén se abre ya un nuevo camino, no sin resistencias, luchas y dolorosas tensiones. Pero en la fuerte polémica sobre las exigencias necesarias para los nuevos cristianos, queda abierto el camino del respeto de la identidad cultural de cada pueblo y queda suprimida la obligatoriedad de asumir algunas normas judías (la circuncisión, las carnes, etc.). De esta forma se comienza a vivir un clima de apertura a la pluralidad de las culturas.

Este talante viene a durar hasta el fin del primer milenio, si bien es cierto que siempre hay matices; será menos abierto cuando el poder político influya y será más libre cuando la Iglesia actúe con mayor independencia (en el caso de los ritos, la liturgia, etc.).

c) Es en los comienzos del segundo milenio donde hay un profundo cambio y se comienza a gestar la llamada «civilización occidental cristiana». Se identifica en la práctica la fe con la forma de vida de Europa (el occidente).

Esto va a conllevar consecuencias graves, puesto que, al comenzar a mediados del milenio el periodo de las conquistas, se intenta europeizar a los nuevos pueblos, se les intenta introducir una nueva cultura (la mayoría de las veces creyéndola superior a la indígena) y, dentro de este proceso cultural, va incluída la fe. Es la forma de «evangelizar a los pueblos», introduciéndolos dentro de todo un bagaje cultural. De ahí que las personas o gentes que se adhieren a la fe cristiana, como una consecuencia lógica, se ven empujados a convertirse casi en extranjeros en su propia cultura.

d) Hacia la segunda mitad del siglo actual, según hemos dicho anteriormente, en la preparación del Vaticano II, comienzan a fraguarse ya nuevos conceptos y aparece con claridad la relación fe y cultura, el respeto a los valores culturales, las «semillas del Verbo» depositadas en todas las culturas. No se acuña todavía un término, pero se va avanzado en lo que teológicamente debe representar la relación fe y cultura.

Actualmente, en el fin del milenio, ya se tiene claridad en lo que es y cómo debe ser la relación fe-cultura, y se ha acuñado la palabra: «inculturación».