Pablo VI
Diez años después de la clausura del Concilio Vaticano II y un año después del Sínodo de los Obispos de 1974, el Papa Pablo VI publicó la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi[1], en la que afirmó que la Iglesia existe para evangelizar. Reconoció que el primer anuncio del Evangelio se dirige a todas las personas como lo mandó Jesús; sin embargo, también reconoció la necesidad de evangelizar a los bautizados que ya no practican su fe, a los que están lejos de la Iglesia, al mundo descristianizado, a las religiones no cristianas, a los fieles, al secularismo ateo y a las comunidades eclesiales de base. Utilizó la palabra “pre-evangelización” como estadio de inicio que cuenta con una amplia gama de medios para realizar la tarea. En ella se trata de analizar si el Evangelio realmente está llegando al mundo y al hombre que sigue necesitado de salvación. El capítulo primero explica cómo toda la evangelización inicia desde Cristo, que ha venido a anunciar el Reino de Dios y la liberación del pecado[2]. La misión esencial de la Iglesia, que nace de la evangelización de Jesús, es llevar el Evangelio a todos los hombres, lo cual es posible cuando ella se evangeliza a sí misma como depositaria y contenido del Evangelio que quiere comunicar. Así, “enviada y evangelizada, la Iglesia misma envía a los evangelizadores”[3]. Este marco cristocéntrico y salvífico permite comprender la misión de la Iglesia y su sentido; apartarse de esta misión significa perder la propia esencia.
EN define la evangelización como transformar a la humanidad mediante la transformación de cada hombre, a través de la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio. Para ello, es importante el testimonio, ya que los hombres de hoy escuchan más a los testigos que a los maestros y, si escuchan a los maestros, es porque también son testigos[4]. Pero no basta el testimonio: hay que anunciar el Evangelio, pues el que anuncia es un aspecto del mismo mensaje evangélico, y quien lo acoge se convierte automáticamente en transmisor: “es imposible que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia”[5]. La evangelización consiste en anunciar el Amor del Padre revelado por Cristo en el Espíritu.
Basados en el testimonio, que no puede faltar en la evangelización, hay que dar su lugar a la Palabra, de manera especial en el mundo de hoy, que da tanta importancia a la imagen[6]. Se presenta entonces un análisis de los “púlpitos del siglo XX”, como los nuevos medios de comunicación social, sin dejar de lado la evangelización realizada “de persona a persona”, en el contacto privado, que tanto ayuda a promover la convicción en los corazones[7]. La evangelización abarca un sinfín de ámbitos y de personas, pues el mandato de Cristo ha de ser mantenido siempre y en todo lugar: “¡A todo el mundo! ¡A toda criatura! ¡Hasta los confines de la tierra!”[8]. Hay que iniciar con los no creyentes, no solo con la predicación explícita, sino también con el arte, los intentos científicos, la filosofía y los recursos legítimos que pueden ser ofrecidos al corazón del hombre[9]. Asimismo, el anuncio debe llegar a aquellos que profesan credos religiosos ajenos a Cristo y que contienen ya algunas semillas del Verbo, pero sin haber alcanzado la plenitud de la verdad que posee la Iglesia Católica.
La Exhortación urge afrontar de modo especial el problema del secularismo ateo, que vacía al hombre de los necesarios preámbulos para la fe en Cristo. De igual forma, la Iglesia debe llegar a los bautizados no practicantes, que carecen de la fuerza de la nueva vida en Cristo. La evangelización es siempre un acto eclesial, y no individual, por lo tanto, todo evangelizador actúa según el poder que recibe de la Iglesia, la única evangelizadora[10]. Toda la Iglesia debe evangelizar, pero hay diferentes tareas evangelizadoras: el Papa (cuya potestad plena, suprema y universal consiste, sobre todo, en predicar y hacer predicar el Evangelio, los obispos y sacerdotes, los religiosos, los seglares, la familia (la iglesia doméstica) y los jóvenes[11].
Toda la labor evangelizadora de la Iglesia, todo el esfuerzo que se ponga en las técnicas y en la preparación de los anunciadores, serán infecundos si no están vitalizados por el Espíritu Santo, el agente principal de la evangelización. Desde esta premisa, Pablo VI recuerda una serie de cualidades que no pueden faltar en la evangelización: la autenticidad del evangelizador, algo que se exige mucho en el mundo de hoy, especialmente entre los jóvenes; la unidad de los cristianos, para evitar el escándalo de la división; la valoración de la verdad, en la que juegan un papel importante todos los anunciadores (incluidos los padres y los maestros), y el amor hacia la persona a la que se transmite el Evangelio[12].
Finalmente, la EN concluye con una invitación llena de fe y de confianza, a revitalizar la misión de la Iglesia, a través de un profundo compromiso misionero.
[1] La EN cita la expresión “evangelización” 116 veces.
[2] Cfr. Ídem Nos. 8 y 9.
[3] Ibíd. No. 15.
[4] Íbid. No. 41.
[5] Íbid. No. 24.
[6] Ibid. Nos. 41 y 42.
[7] Ibid. No. 46.
[8] Ibid. No. 50.
[9] Íbid. No. 51.
[10] Íbid. No. 60.
[11] Íbid. Nos. 66 y 67.
[12] Íbid. No. 76 a 79.